RODOLFO VARGAS RUBIO
En 1911, el profesor de
Respecto de Machu Picchu, ante todo, hay que desmentir que el lugar fuera de un refugio o un último reducto defensivo incaico para protegerse de los españoles. En realidad, se trataba de un centro ceremonial y de recreo de tiempos del Sapay Inca Pachacútec Yupanqui, noveno monarca de la línea de soberanos del Cusco (cuarto de la dinastía de Hanan-Cusco) y primer emperador del Tahuantinsuyo o Imperio Incaico, que fuera por él formado mediante sus vastas conquistas y sabiamente organizado. A Pachacútec está también vinculada la gran transformación de la capital imperial de villorrio en gran metrópoli, a la que dotó de admirables monumentos como la ciclópea fortaleza de Sacsayhuamnán y el templo del Qorikancha, dedicado a la divinidad solar llamada Inti y que refulgía del oro en que estaban tapizaddos sus muros (sobre los cimientos de este templo se edificaría más tarde el Convento de Santo Domingo, expresión insigne de la transculturación).
Las ruinas del antiguo poblado (llacta en quechua) que sirvió de retiro religioso y solaz al gran conquistador inca se hallan en un promontorio –el Picchu o cerro– en forma de cresta entre profundos y abruptos cañones formados por el río Urubamba y que une dos montañas: el Huayna Picchu o pico joven y el Machu Picchu o pico viejo (del cual toman el nombre que ha hecho a dichas ruinas mundialmente conocidas). Ambas elevaciones forman parte de las estribaciones del macizo nevado del Salcantay en
Ciudad sagrada
El conjunto monumental está formado por dos zonas bien determinadas: una zona de morada y la otra agrícola, rodeando ésta a aquélla. El núcleo urbano consta de palacios y templos, así como de edificios administrativos y de habitación, pero predomina el carácter sagrado de la ciudadela, como queda de manifiesto por el foso que rodea el santuario, separándolo netamente del terreno profano, algo así como el pomoerium romano, lo cual sugiere un íntimo parentesco de las civilizaciones antiguas, constituidas en torno a la religión (de acuerdo con Fustel de Coulanges). Todas las construcciones se hallan comunicadas entre sí por una red de calles escalonadas que son un alarde de ingeniería edilicia. Machu Picchu repite el esquema cusqueño de la ciudad alta (hanan) y la ciudad baja (hurin), correspondiente a la dualidad de la cosmovisión andina, que, combinada con la cuatripartición determinada por los puntos cardinales (y manifestada aquí a través del Intihuatana o losa sagrada central, que fungía, además, como reloj solar), constituía la base de la organización social del Incario.
Con el Huayna Picchu de fondo, el perfil de la ciudad descubierta por Bingham es inconfundible y constituye una estampa familiar para cualquier moderno itinerante. Pero a Machu Picchu hay que imaginárselo en su esplendor, con sus altas techumbres a dos aguas hechas de capas de la paja llamada ichu, sus hornacinas ocupadas por ídolos y momias venerables, sus muros con lujosos recubrimientos y sus recintos repletos de valiosos utensilios en los que el oro y la plata campeaban.
Machu Picchu es un ejemplo de perfecta integración de una construcción humana en el paisaje natural sin agredirlo ni violentarlo. Las edificaciones parecen emerger de la tierra, como parte del entorno montañoso. Es una buena expresión de la íntima comunión del hombre andino con la pachamama o madre tierra (equivalente a la natura genitrix de los Antiguos), relación telúrica, inspiradora de un temor religioso –que no servil–, favorecida por la grandeza inconmensurable del panorama, con sus imponentes cerros sagrados que albergan héroes fundadores, su firmamento con vocación de techo del mundo, sus valles abismales de laderas esculpidas por las divinidades fluviales… Todo ello acariciado por los rayos bienhechores del gran Inti (el Sol), que el supremo Viracocha, autor providente del mundo, dispuso para dar vida a sus criaturas.
La obra del hombre en Machu Picchu no desafía a la creación divina, sino que se incorpora a ella –confesando la propia contingencia– y la adorna como tributo de piedad y de agradecimiento. La moderna Arquitectura ha intentado –sin mucho éxito– lo que lograron los constructores de Machu Picchu con menos teorías y más sentido práctico. Hay que llegar hasta el profesor Enrico del Debbio (1891-1973), autor del admirable Foro Itálico de Roma, para encontrar un serio y estudiado intento de que el paisaje cultural se halle inserto en el marco natural sin ruptura ni solución abrupta de continuidad.
Misterios de Machu Picchu
Otro aspecto importante a considerar para calificar de maravilla a Machu Picchu es el técnico. Recordemos que en el antiguo mundo andino no se conoció la rueda, utilísimo invento que facilitó a
Algunas explicaciones –siguiendo al imaginativo autor suizo Erich Von Daniken– recurren al argumento más socorrido en estos casos y que denota un ingrato escepticismo en la capacidad humana de superación: los extraterrestres. Machu Picchu habría sido obra de los alienígenas venidos del espacio exterior… Como si hubiera faltado ingenio a hombres que fueron capaces de expandirse desde un humilde núcleo y formar un inmenso imperio en América Meridional desde Pasto (Colombia) hasta el río Maule (Chile), tocando
En fin, Machu Picchu da pie a tomar en cuenta una aportación originalísima de los arquitectos peruanos al arte edificatoria: el diseño trapezoidal de las puertas y ventanas de las construcciones andinas, que les otorgó solidez y flexibilidad al mismo tiempo ante los embates telúricos. Recordemos que el Perú es tierra sísmica (por su proximidad al llamado Cinturón de fuego del Pacífico y por estar su costa sobre el borde de la falla tectónica de Nazca) y los terremotos han menudeado, marcando su historia al ritmo de sus remezones. El trapezoide, en efecto, es una forma geométrica deducida por los quechuas de la posición de una persona de pie con las piernas separadas, que se mantiene más fácilmente que una persona erguida con las piernas juntas en caso de ser sacudida por otro. Aplicado este principio a
En su obsesión europeísta de nuevo cuño (pues olvida que en el pasado fue forjadora y primera potencia de
Machu Picchu se yergue como una prueba de la elevación espiritual, cultural y técnica a la que llegó el Antiguo Perú, país cuyo solo nombre evoca la idea de opulencia y esplendor plasmada en la célebre expresión “vale un Perú”. Votar por Machu Picchu como una de las nuevas Siete Maravillas del mundo es una buena manera de enterrar viejos malentendidos y torpes prejuicios y estrechar esos lazos que nunca debieron aflojarse.