Sale en Francia un nuevo libro de Alain de Benoist

Derecha-izquierda, ¡sanseacabó!

La extraordinaria desconfianza de capas cada vez más numerosas de la población hacia los ´partidos del gobierno´ y la clase política en general, en beneficio de nuevos tipos de movimientos que llamamos ´populistas´, es sin duda el hecho más llamativo de las transformaciones ocurridas en el panorama político durante al menos dos décadas.

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Alain de Benoist acaba de publicar en Francia un nuevo e importante ensayo titulado Le Moment populiste - Droite-Gauche, c´est fini ! [El momento poppulista – Derecha-Izquierda, ¡sanseacabó !]. De una larga entrevista publicada que el periódico bretón www.breizh-info.com ha publicado en torno a dicho libro, extraemos las siguientes declaraciones de Alain de Benoist.
La extraordinaria desconfianza de capas cada vez más numerosas de la población hacia los ‘partidos del gobierno’ y la clase política en general, en beneficio de nuevos tipos de movimientos que llamamos ‘populistas’, es sin duda el hecho más llamativo de las transformaciones ocurridas en el panorama político durante al menos dos décadas. El fenómeno tiende incluso a acelerarse, como lo demuestra la elección de Donald Trump, ocurrida unos meses después del ‘Brexit’ británico. La amplitud de la brecha que separa a la gente de la Nueva Clase dominante se confirma en todas partes. Emergen por doquier nuevas divisiones que hacen obsoleta la antigua división izquierda-derecha.
He dedicado un capítulo entero de mi libro a la historia de la división derecha-izquierda. Además de que siempre ha existido una multitud de diferentes derechas e izquierdas, está claro que esta división se refiere nunca deja de evolucionar con el tiempo. ¡Estar a la izquierda en 1880 era militar por el colonialismo; estar en la derecha era ser hostil a la separación de la Iglesia y el Estado! En el pasado la izquierda era el partido de la lucha de clases, hoy es el partido de los derechos individuales, mientras que gran parte de la derecha se ha unido a la defensa del mercado, al principio axiomático del interés y a la explicación económica del mundo.
Los politólogos, por su parte, nunca han logrado dar una definición autorizada de la derecha y de la izquierda. En medio de una significativa crisis de identidad, los partidos de la derecha y de la izquierda se han vuelto incapaces de dar un significado preciso a estos términos. A esto se suma la desaparición de las familias sociológicas, donde la gente solía votar por un partido dado toda su vida: la gente hoy zapea de derecha a izquierda o al contrario, sin ver nada más que política de derecha hecha por los partidos de izquierda o política de izquierda hecha por los partidos de derecha. En cuanto a los ensayos políticos que aparecen en las bibliotecas, es cada vez más difícil decir si sus autores (Marcel Gauchet, Jean-Claude Michéa, Michel Onfray, etc.) están a la izquierda o a la derecha.
El surgimiento de los movimientos populistas, que a menudo articulan elementos de la derecha y elementos de la izquierda en la misma demanda política y social que emana de la base, contra una oferta política desde ‘arriba’ considerada decepcionante, incluso insoportable, es una de las consecuencias de esta evolución. Por un lado, el populismo sustituye el eje horizontal derecha-izquierda por uno vertical ‘los que están arriba contra los que están abajo’, pero esto suscita, acompaña y acentúa nuevas divisiones que reemplazan cada vez más la división derecha-izquierda: la división entre aquellos que se benefician de la globalización y aquellos que son sus víctimas, la división entre los que piensan en términos de pueblos y los que sólo conocen una humanidad concebida como una suma de individuos, la división entre la Francia periférica y la Francia urbanizada, el pueblo y las élites globalizadas, la gente común y la Nueva clase, las clases populares así como las clases medias en proceso de declive y la gran burguesía globalista, los defensores de las fronteras y los partidarios de la ‘apertura’, los ‘invisibles’ y los ‘sobre-representados’ , ‘los conservadores y los liberales’, etc.
La gente tiene el sentimiento de que ya no es representada por sus representantes, muchos piensan que es inútil hacer uso en el día de las elecciones de una soberanía que saben que perderán el día después. Por eso los populismos aspiran a formas de democracia más directas, basadas en el referéndum o participativas, conscientes de las disfunciones y límites de una democracia liberal que ha sustituido la soberanía popular por la soberanía parlamentaria y que hoy está dirigida por una casta oligárquica que sólo busca defender sus solos intereses.
Las clases populares no sólo están exasperadas por el modo en que se ‘maneja la cos pública’. Quieren poner fin a la gestión administrativa, es decir, poner fin al poder de una expertocracia que pretende que los problemas políticos sólo son problemas técnicos en último término (para los cuales sólo existe evidentemente una única solución racional) y que buscan rebajar el gobierno de los hombres a la administración de las cosas. Se dan cuenta de que la ‘gobernanza’ es sólo un medio de gobernar sin el pueblo.
No es una coincidencia si la crítica del populismo se transforma muy rápidamente en crítica del pueblo, representado actualmente como una masa de paletos ignorantes. El proletario cuya dignidad (‘pobre pero digno’), decencia y honestidad se alababa hace poco, se ha convertido en los en los medios de comunicación en una mezcla de Bitru y Dupont-Lajoie, inculto, malvado, xenófobo y retrógrado, que se empeña obstinadamente en no confiar en ‘los que saben’ y que jamás vota como queremos que lo haga. Se entiende así que la gente no sabe lo que quiere, o que cuando hace saber que quiere algo, no debe tenerse en cuenta. ‘¡Estamos hartos del pueblo!’, eructó Daniel Cohn-Bendit al día siguiente del Brexit. Dijo en voz alta lo que otros pensaban en silencio.
Hoy vivimos en la ideología de la mercancía, es decir, en una era donde el imaginario simbólico ha sido colonizado ampliamente por los valores mercantiles (calculabilidad, rentabilidad, ganancia, etc.). La desconexión social, el tecnomorfismo, el surgimiento del individualismo narcisista, en conjunción con este ‘fetichismo de la mercancía’ (Karl Marx) para transformar al individuo en un ‘sujeto autómata’ que tiene cada vez más una relación con sus semejantes calcada a la relación con las cosas.
Los contornos de un mundo que hemos conocido, incluso a veces amado, se disipan ante nuestros ojos, mientras que el mundo por venir sigue siendo nebuloso. El populismo participa en esta transición en su camino. Queda por saber lo que esto puede anunciar.

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