De hippy a facha

Se trata, por supuesto, de una historia ficticia, pero bien sabido es que muchas veces la realidad supera a la ficción.

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Primitivo, vecino de la Villa y Corte madrileña, decide un buen día cortar con todo e irse de viaje espiritual a la India. En Goa entra en un ashram, pero las cosas no van bien porque los gurúes le despluman y le drogan. Así que retorna a la Península seriamente desencantado.

Como Primitivo no soporta vivir en la gran ciudad se va a Caños de Meca, provincia de Cádiz, donde ingresa en una comuna jipi en la que están todo el día de amor libre. Primitivo se enamora de Saturnina, una jipi de la comuna, también madrileña, pero Saturnina pronto se queda encinta, de modo que han de regresar a la capital, donde Primitivo consigue un trabajo decente para sacar adelante a su familia. Saturnina da a luz y decide quedarse en casa a cuidar de la criatura porque “es lo más natural” y lo natural, ya se sabe, es cosa de jipis.

En breve Primitivo se ve rodeado de cuñados, de suegros, de padres de alumnos futboleros que le fuerzan a mantener inicuas, que no inocuas, conversaciones balompédicas... él, que quería huir de la convencionalidad... Por si fuera poco, Saturnina es un poco vaga y se pasa el día fumando hachís sin ocuparse de sus labores. Primitivo, al llegar a casa agotado, se tiene que hacer cargo de la criatura y ocuparse las labores domésticas. Si le pide colaboración a su señora, esta se pone a tratarle con gritos de “machista” y “opresor”. 

Last but not least, en el barrio se ha instalado una mezquita con un megáfono desde el que llaman a la oración cinco veces al día, habiéndoseles llenado el barrio de manteros subsaharianos, de modo que apenas se puede pisar el pavimento porque los manteros te dan una manta de hostias si les pisas un poco el tenderete. Primitivo quisiera protestar a la policía, pero su mujer le grita “racista” y “burgués”. 

Pero, al final, Primitivo se harta y decide cortar con todo, de nuevo. Lo primero que tiene que hacer es quitarse a la arpía de en medio. Él tiene ciertas sospechas acerca de su paternidad, ya que su retoño es mulato, y tanto él como Saturnina son blancos.  Recuerda que en la comuna había un par de jamaicanos que se pasaban el día tocando el tambor y fumando droga. Así que consigue que el juez ordene una prueba de paternidad, la cual da positiva.

Primitivo expulsa a la pécora y a su “mochila” del domicilio conyugal, al tiempo que decide emprender una nueva vida.

Para empezar, se va a pasar una temporada a un monasterio franciscano en mitad de la meseta castellana, donde los buenos frailes sólo le piden la voluntad por estar allí, y donde lo más fuerte que consume es añejo vino de la tierra. A su regreso a la Villa y Corte está completamente renovado y purificado.

Lo siguiente que hace en las elecciones municipales es votar a un partido xenófobo, que gana la alcaldía. Una de las primeras medidas del cabildo será silenciar los megáfonos de las mezquitas y expulsar a los manteros.

Luego Primitivo se va de picos pardos y allí conoce a su futura mujer: la madame del establecimiento. Una adinerada y maciza señora propietaria de varios pisos de señoritas.

Primitivo puede dejar su trabajo y dedicarse a tiempo completo a administrar el negocio de madame, cual Átila de Novecento.

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