¿Qué es el Diseño Inteligente? (I)

Ciencia, materialismo y azar: la pregunta fundamental

Es el gran debate científico-filosófico en los Estados Unidos: ¿Todo en la creación es azar o, por el contrario, puede rastrearse una mano rectora, una inteligencia que ha diseñado el reino de la naturaleza? Los materialistas apuestan por el azar. Otros defienden la hipótesis de que la naturaleza es incomprensible sin una inteligencia que la haya organizado, y eso es la teoría del Diseño Inteligente; no es una teoría religiosa, sino una teoría científica contraria al materialismo de la selección natural. En España apenas nadie habla de esto. Por eso vamos a explicarlo en Elmanifiesto.com. Y empezaremos por la teoría dominante: el materialismo que todo lo fía al azar.

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EDUARDO ARROYO 

Los que leímos sin más a Richard Dawkins a mediados de los 80, le conocimos en calidad de biólogo. Pero el pasado 11 de mayo de 2007, Richard Dawkins se presentó ante el programa de la televisión canadiense The Hour, dirigido por el célebre presentador de aquél país George Stroumboulopoulos, en calidad de “ateo y biólogo evolutivo”. En la propia pagina web de la Richard Dawkins Foundation, aparece el video de la entrevista anunciando que Richard Dawkins es un “renombrado ateo, humanista secular y escéptico” para el cual “la Biblia es absurda” y una “ficción”. Por si fuera poco añade que “la fe es un virus y Dios no es diferente de lavarse los dientes”. 

Cuando leí El gen egoísta hacia 1985 pensé que Dawkins era un teórico del materialismo biologista pero jamás pensé que llegara a estos niveles de agresividad, hasta el punto de hacer pasar su faceta de biólogo a un segundo plano. Y sin embargo, hoy comprendo que los planteamientos actuales de Dawkins ya estaban en sus primeras obras, como El gen egoísta o El relojero ciego. En el fondo no ha hecho más que llevar a sus últimas consecuencias algo que ya por entonces pensaba.

Qué es el evolucionismo 

Pero vayamos hacia atrás: Dawkins es un evolucionista. ¿Qué quiere decir esto? Pues que cree que el mundo vivo comparte un ancestro común que ha ido diversificándose a través de pequeños cambios aleatorios dirigidos por una fuerza ciega que es la selección natural. La mutación, que sucede al azar durante la transmisión de la herencia genética a la descendencia, puede conllevar la posibilidad de una mejora adaptativa en un determinado entorno y con ello la posibilidad de tener mayor éxito reproductivo. En consecuencia, la mutación novedosa se extenderá más y más hasta convertirse en la variante predominante en la población. Con el paso de lapsos enormes de tiempo, la acumulación de mutaciones va originando especies que acaban por no poder cruzarse entre sí. Este proceso se denomina “especiación” y la ley que determina qué mutaciones “ventajosas” van a acabar imponiéndose es la selección natural.

Dawkins, como otros biólogos materialistas –o mejor dicho, materialistas biológicos- incluyendo el propio Charles Darwin, cree que este proceso es ciego. Es decir, si el proceso de la evolución en el planeta Tierra volviera a tener lugar, la cadena de mutaciones aleatorias que conduce en términos causales hasta el hombre y el mundo vivo que conocemos sería muy improbable que fuera la misma y el mundo resultante seria diferente del que conocemos. En consecuencia, somos productos de un “relojero ciego” –la selección natural- y, en última instancia, del azar. 

Esta idea es profundamente novedosa en occidente hasta mediados del siglo XIX. Anteriormente, existía la idea de la creación. Uno de sus proponentes más exitosos fue el teólogo William Paley con su Natural Theology (American Tract Society, New York, 1999, pp. 9-10) publicada por vez primera en 1802. Para comprobar la fuerza de este argumento léase con atención el siguiente párrafo:

“Cruzando un brezal supongamos que diera a una patada a una piedra y me preguntaran cómo es que la piedra ha ido a parar hasta ahí. Posiblemente pudiera responder o que había estado allí por siempre o que no lo estuviera. Quizás fuera fácil demostrar lo absurdo de esta respuesta. Pero supongamos que encuentro en el suelo un reloj y me preguntaran cómo es que está allí. Creo que difícilmente podría dar la respuesta anterior, diciendo que por lo que sé el reloj siempre había estado allí. Sin embargo, ¿por qué esta respuesta no sirve igual para la piedra que para el reloj? ¿Por qué no es admisible en el segundo caso y si en el primero? Por esta razón y no por alguna otra, a saber: porque cuando vamos a inspeccionar el reloj, percibimos lo que no percibimos en la piedra, que sus diferentes partes están estructuradas y dispuestas con un propósito, e. g. que están tan formadas y ajustadas como para producir movimiento, y que su movimiento está regulado para señalar las horas del día, que si las distintas partes tuvieran distinta forma de la que tienen, o estuvieran colocadas de otra manera o en otro orden del que tienen, la máquina no se movería en absoluto o no respondería al uso que se la ha dado… Observando este mecanismo, requiere ciertamente una observación del instrumento, o quizás un conocimiento previo de la cuestión para percibirlo y comprenderlo, pero siendo simultáneas, como hemos dicho, la percepción y la comprensión, la deducción que creemos inevitable es que el reloj tiene que tener un hacedor que debe haber existido en algún momento, en algún lugar, un creador o creadores que lo construyeran con un propósito al que hoy conocemos que el reloj responde, que comprendieron su construcción y diseñaron su uso”. 

Mucho antes, Diógenes y Sócrates habían propuesto argumentos muy similares. El primero decía:

“Tal distribución no hubiera sido posible sin inteligencia, ya que todas las cosas deben tener su medida: invierno y verano y noche y día y la lluvia y los vientos y los períodos de buen tiempo; también otras cosas, si uno las estudia en detalle, se encontrará que tienen el mejor ajuste posible”. 

Sócrates preguntaba a Aristodemo:

“¿No es para admirarse… que la boca a través de la cual circula la comida esté dispuesta tan cerca de la nariz y los ojos como para impedir que pase sin ser visto cualquier cosa que no sea alimento? ¿Y puedes tú dudar aún, Aristodemo, si una disposición de las partes como esta debe ser fruto del azar y no de la sabiduría o creación?” 

El papel de Darwin

A partir de Darwin la teleología queda expulsada del mundo natural. Darwin, que había leído a los 22 años la Natural Theology de Paley, renegó de ella tras formular su teoría de la selección natural: 

“El viejo argumento del propósito en la naturaleza, ofrecido por Paley, que antes me pareció concluyente, falla ahora que la ley de la selección natural ha sido descubierta. No podemos argumentar por más tiempo que, por ejemplo, la bella charnela de la concha de un bivalvo ha tenido que ser hecha por un ser inteligente, como la bisagra de una puerta por el hombre. No parece haber más propósito en la variación de los seres vivos, y en la acción de la selección natural, que en la dirección en la que sopla el viento.”

Esta ley afecta lógicamente, según Darwin, a todo el mundo vivo, incluidos los humanos. Por eso Darwin nos dice que: 

“En 1837 o 1838, tan pronto como llegué a la conclusión de que las especies eran productos mutables, no pude evitar el convencimiento de que el hombre debía estar sometido a la misma ley.”

Entonces, ¿cuál es la idea central de esta propuesta materialista derivada de la evolución, de la que Richard Dawkins es un prominente portaestandarte? Se trata más bien de una idea doble: en primer lugar, la ausencia de teleología –esto es, de una dirección determinada de antemano- en el mundo vivo. En segundo lugar, la existencia de una ley alternativa como origen del mundo vivo: la selección natural. 

Este “neoateísmo” con raíces biológicas está soplando fuerte en los Estados Unidos, con planteamientos abiertamente fundamentalistas que llaman a la lucha activa contra la religión. Entre sus evangelizadores se cuentan, como ya hemos dicho, Richard Dawkins y su The God delusion (La decepción de Dios), y Sam Harris con Letter to a Christian Nation (Carta a una nación cristiana). Algo más rupestre en sus planteamientos pero igualmente actual y exitoso es el libro de Christopher Hitchens, God Is Not Great: How Religion Poisons Everything (Dios no es grande: cómo la religión lo envenena todo).

La propuesta materialista parece, a primera vista, convincente, pero desde hace unos diez años ha surgido una polémica –principal y casi exclusivamente en los Estados Unidos- que cuestiona la hegemonía de esta formulación del materialismo científico, polémica conocida como “Diseño Inteligente”. Pese a la arrogancia de sus críticos –Richard Dawkins, Ken Miller, Allen Orr, Jeffrey Sallit y otros- y pese igualmente a la vigilancia implacable de la nomenklatura de la ciencia oficial para excluirles del “establishment” académico, los postulados del Diseño Inteligente están muy lejos de ser refutados y cobran cada día más fuerza. 

(Mañana: Contra el materialismo, el Diseño Inteligente)

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