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Los gallegos no son la raza superior (a vueltas con los celtas)

Galicia es heredera de la raza superior celta. Esto lo decía el galleguista decimonónico Manuel Murguía, lo recoge un libro de texto oficial de la Xunta y hace pocos días lo difundía con cierta escandalera libertaddigital.com. Las fantasías de Murguía -marido, por cierto, de Rosalía de Castro- son bien conocidas, pero quizá no lo es tanto el origen de sus teorías: el mito de la “Galicia de Maeloc”. ¿En qué se basa la presunción moderna de que Galicia es un “país celta”? En una oscura historia que nos sumerge en el siglo VI, entre obispos de nombre bretón y supuestas migraciones de celtas insulares. El episodio tiene mucho jugo. En la Galicia de hoy actúa como un mito incuestionable. Pero esta es la verdadera historia

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J.J.E.


La celtitud singular de Galicia se basa en una hipótesis arriesgada: la migración de britones entre los siglos V y VI. Los britones eran los celtas –romanizados y cristianos- que vivían en la isla de Britania, la actual Gran Bretaña. En aquellos siglos hubo una gran migración de britones hacia el continente, a la región de Armórica; siempre se ha señalado a las invasiones anglosajonas como causa de la migración, aunque hoy sabemos que en realidad el traslado al continente comenzó antes. El caso es que así nació la Bretaña que hoy conocemos como francesa. Pues bien: dice la tradición celtogalaica que un pequeño contingente de aquellos inmigrantes britones viajó más al sur y se estableció en Galicia, donde trajo su cultura, su organización religiosa y su forma de vida, ejerciendo una poderosa influencia en el reino gallego de los suevos. La historia es preciosa y, además, permite dar cuenta de ciertos rasgos específicos de la cultura tradicional gallega. Pero lo cierto es que esta migración britona corresponde más a la leyenda que a la historia propiamente dicha.

 

El misterio de Maeloc

 

Los únicos hechos sólidos sobre los que se apoya esta tesis son dos. Primero, la presencia de un obispo llamado Maeloc (en realidad, Mahiloc o Mayloc) en el II Concilio de Braga, en 572. Este obispo acudía en representación de un obispado-provincia de Britonia (“britonorum ecclesiae episcopus”) que verosímilmente corresponde a Bretoña, en el este de Lugo, cuya sede pasó después a Mondoñedo. Tanto el nombre de Maeloc como el de Bretoña evocan un parentesco britano; a partir de ahí se deduce todo lo demás, pero es demasiado deducir. En realidad, los datos que tenemos sólo quieren decir esto: en la iglesia de Bretoña había un obispo llamado Maeloc; nada más. Por cierto que después, en el III Concilio de Toledo (589), donde el rey visigodo Recaredo abandonó la herejía arriana y se convirtió al catolicismo, Maeloc ya no aparece por ninguna parte. En cuanto al obispado de Bretoña, se prolongó por espacio de un siglo más y entre sus titulares aparecen nombres propios de sonoridad céltica, pero sería aventurado deducir mayores certidumbres. Después se lo tragó la historia o, más precisamente, las invasiones vikingas.

 

A partir de estos datos, sin duda sugestivos, la historiografía romántica del siglo XIX se entregó a una formidable tarea de fabulación. Primero, se asentó la migración masiva (se habla de “millares”) de britones a Galicia, cosa quizá posible, pero indemostrable. Después, se estableció que Maeloc era el obispo-jefe de aquellos celtas, que además habrían desplegado una enorme influencia en el reino suevo que por entonces dominaba Galicia; cosas ambas estrictamente improbables. Por último, se concluyó que de aquella indemostrable migración britona y de su improbable ascendencia en la Galicia altomedieval provenía la especificidad histórica y cultural gallega, tanto en la lengua como en la organización religiosa y en la composición étnica, lo cual ya es simplemente fantástico, cuando no delirante. Hay algunos estudios muy notables sobre la cuestión. Por ejemplo, el de Harold Livermore sobre “The Britons of Galicia”. Ninguno de esos estudios permite realmente asentar con datos irrefutables la hipótesis de la fundación britona de la Galicia antigua.

 

La construcción del mito

 

En la fabricación de esta leyenda de los orígenes célticos de Galicia juega un papel importante este Manuel Murguía al que cita el texto denunciado en Libertaddigital.com. Murguía (1833-1923), casado con Rosalía de Castro, es uno de los nombres fundamentales del llamado “rexurdimento” gallego, y fue el creador de la Real Academia Gallega. Situémonos en el siglo XIX. Una profunda crisis cultural y social sacude España. El viejo régimen ha muerto y, con él, la estructura relativamente foral del Estado que había sobrevivido a los primeros Borbones. Una nueva elite social de origen eminentemente burgués crece al calor de las desamortizaciones de bienes eclesiásticos. La aristocracia muda de piel sin que pueda hablarse de una “democratización” del país. Al mismo tiempo, desde el Estado se emprenden sucesivas iniciativas de centralización. En Europa, es la época del romanticismo y del nacionalismo. En ese contexto, las regiones españolas se reconstruyen un pasado de gloria que actúa como compensación de la crisis presente. Los catalanes creen redescubrir sus viejos esplendores góticos. Los andaluces se reinventan un linaje morisco. Los vascos inventan la leyenda de Aitor. Los gallegos se proclaman herederos del celta Maeloc. Murguía, en efecto, asienta –junto a otros- el origen britón de los gallegos y, además, defiende su superioridad racial en tanto que celtas, muy al estilo de la época (del XIX), aplicando a la celtitud gallega el modelo de la “superioridad germánica” que otros autores habían elaborado en Alemania. Así nació el mito.

 

Hoy prácticamente nadie en el ámbito científico defiende la “tesis Maeloc”, y ello por fundadas razones. ¿Es posible que “millares” de personas navegaran, a través del Atlántico o cabotando por el golfo de Vizcaya, desde las costas de Cornualles hasta la Marina de Lugo con los medios náuticos del siglo V? Es muy improbable. ¿Es posible que estos millares de personas se instalaran pacíficamente, tomaran tierras y organizaran su vida de manera autónoma en un entorno geográfico y natural como el de la Galicia del siglo V, entre poblaciones autóctonas de cultura muy rudimentaria y la amenaza del poder –bastante depredador- de los suevos? Es también muy improbable. ¿Es posible que todo eso pasara sin que nos haya quedado texto escrito ni vestigio arqueológico preciso de tales sucesos, más allá de coincidencias toponímicas y de una mención aislada a un obispo en los Concilios de Braga? Es prácticamente imposible. En consecuencia, lo más probable es que la “Galicia de Maeloc” no sea más que una figuración romántica.

 

Los celtas

 

Y entonces, ¿los gallegos no son celtas? Bueno, esto hay que explicarlo más despacio.

 

En la cultura popular española, lo gallego se asimila a la celtitud por razones muy variadas: la comunidad de paisaje y de formas de vida con la fachada atlántica europea, la presencia de elementos culturales prehistóricos –los petroglifos-, el folclore con gaitas, la frecuencia relativa (muy relativa) de tipos raciales nórdicos, etc. Pero nada de todo eso es exclusivamente céltico. Y por otro lado, nada indica que la “celtización” de Galicia haya sido en época prehistórica mayor que la de otros lugares de la península ibérica: hoy nadie discute que la presencia celta fue más numerosa e intensa en tierras de Castilla la Vieja, por ejemplo.

 

Ahora bien, en Galicia –o en Asturias y Cantabria- hubo celtas, por supuesto, y seguramente también protoceltas, esto es, indoeuropeos anteriores a las migraciones célticas propiamente dichas. El carácter céltico de la cultura de los castros –véase el portentoso de Santa Tecla- parece un hecho incuestionable. Y mientras que los celtas (y celtíberos) del centro peninsular se romanizaban con relativa facilidad –del mismo modo que después se germanizarían-, los del noroeste se mantenían aislados. Lo suficientemente aislados como para que los romanos llamaran “Gallaecia” a la región, que conservaría sus rasgos prerromanos hasta bien entrada nuestra era. Y lo suficientemente conscientes de su singularidad para que, varios siglos después, autores como el obispo Orosio –romano gallego- narraran la peripecia galaica. De manera que Galicia puede justamente atribuirse un origen celta, aunque bastante más remoto que el episodio de Maeloc.

 

Hoy el elemento céltico se ha convertido en mito mayor de la identidad gallega moderna. Eso se ve incluso en autores tan templados como Cunqueiro. ¿Y por qué ha pasado eso en Galicia, y no en otras regiones con un poso celta aún mayor? Sin duda porque, a fin de cuentas, aquel estrato de nuestro pasado colectivo es allí más denso que en otros lugares donde la Historia ha dejado distintos sedimentos. Hay quien juzga muy negativo que la gente recupere pasados tan remotos. Pero, ¿por qué? Reconocerse en un pasado –celta o cualquier otro- es una forma perfectamente humana de encontrar el propio sitio en la Historia. Por supuesto, siempre y cuando ese pasado responda a la realidad.

 

En todo caso, quede claro: lo de la inmigración britona es probablemente una fábula, Murguía era un fantasioso y en cuanto a lo de la “raza superior”, no deja de ser una memez decimonónica tan lamentable como muchas otras. Las cosas como son.

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