Borbones pim-pam-pum: hablando se entiende la gente

Esta legislatura empezó con el Rey diciéndole a un señor de Esquerra Republicana que “hablando se entiende la gente”, y está terminando con los cachorros de la Esquerra diciéndole al Rey que “Borbones pim-pam-pum” mientras queman en efigie y cabeza abajo a Sus Reales Majestades. Como figura de lo que han sido estos tres años largos (¡tan largos!) de zapaterismo, es difícil dibujar una trayectoria más gráfica. Lo que en la Zarzuela deben de andar preguntándose ahora –si es que aún se preguntan algo- es cómo ha sido posible esto. ¿Ellos son, quizá, los únicos que no lo saben?

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JOSÉ JAVIER ESPARZA
 
Que dice Zapatero que esto es cosa de “unos energúmenos”. Sí, por supuesto: energúmenos son. El problema es que se trata de energúmenos que comparecen con protección policial, escoltados –que no controlados- por la policía autonómica catalana, y esto lo hemos visto todos en la tele. Son unos energúmenos a los que desde hace años se tolera y se protege desde las instituciones catalanas. Son los energúmenos que apoyan a un partido, ERC, enaltecido por el Gobierno de España. Son esos energúmenos ante los que se cedió en cosas tan llamativas como eliminar el lema “A España servir hasta morir” en una Academia militar. Son los energúmenos con los que Zapatero pactó la exclusión de la derecha españolista en Cataluña primero y en el resto de España después. Son los energúmenos que Zapatero ha amamantado.
 
Mientras los energúmenos queman cosas o amenazan –y el Gobierno, simplemente canalla, reprocha a los amenazados sus “problemas de convivencia”-, ocurre que el nacionalismo vasco se echa al monte de la autodeterminación y el nacionalismo catalán propone un “pacto de sangre” con sus cofrades de Galicia y el País Vasco. La cosa hace tiempo que está muy clara: el objetivo es la secesión, como explicábamos aquí hace unos días, y quien no quiera verlo incurre en algo peor que frivolidad o irresponsabilidad. Zapatero cree que aún puede sacar oro de este torbellino. Tarde o temprano, terminará ahogándose en él.
 
Y en todo este paisaje, ¿qué hace la Corona? Hace el Don Tancredo, con perdón. Don Tancredo era Tancredo López, un valenciano, novillero fracasado y zapatero (de profesión), que vivió a principios del siglo XX y que se hizo célebre por inventar una singular suerte taurina: cuando salía el toro, él permanecía inmóvil en el centro de la plaza, subido en un breve pedestal, enteramente vestido y maquillado de blanco, en la convicción de que el toro no embestiría si no percibía movimiento. Don Tancredo no murió ante el toro, ciertamente; falleció en un Hospital en 1923, anónimo y completamente olvidado. Hay quien dice que murió en la plaza, pero no por asta, sino golpeado por una bacinilla que algún espectador, hastiado, le arrojó a la cabeza.
 
A todos nos gusta imaginar una vida política sin odios, sin crispaciones. Pero si alguien te odia hasta el extremo de desear tu muerte y quemar tu efigie, entonces no queda más remedio que exhibir el garrote, por lo que pueda pasar. Y como aquí nadie es tonto, aunque alguno lo finja, todos sabemos que los que queman regias efigies no son más que el síntoma, y que la enfermedad no es otra que el excesivo peso político de los separatismos en la vida pública española. Es eso lo que hay que combatir. Y cuanto antes se haga, menos traumático será.
 
En lo que concierne a la Corona, ésta debería abandonar cualquier vana esperanza: ningún Rey sobrevive a un reino roto. Por cierto: tampoco ningún reino sobrevive a un Rey que renuncia a ejercer su función.

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