Una fábula sobre la libertad

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(Para Fernando Ruiz de la Puerta)
 
Cuentan que en un tiempo lejano un hombre reunió un inmenso rebaño de ganado lanar. Su grey era tal que resultaba imposible confinarla en el enorme corral dispuesto a tal efecto tras las largas jornadas de pastoreo. La primera vez, los animales encontraron un ligero desnivel en la cerca de piedra que las mantenía prisioneras y, de un salto, muchos escaparon para ser encontrados al día siguiente despeñados o víctimas de los lobos. El dueño optó entonces por erigir una elevada empalizada de madera; pero las pezuñas no tardaron en abrirles un boquete hacia la libertad entre las juntas de las tablas. Como último recurso, el amo tendió una cerca electrificada en torno al ganado, que pareció contener su huida hasta la noche en que un rayo interrumpió el flujo de energía y los animales no tuvieron más que aplicar de nuevo el impulso de sus poderosos cuartos traseros a la ligera maya de alambre que los separaba de allí donde tanto deseaban ir.
 
Desesperado, el amo acudió a un viejo del lugar con fama de sabio. Y le explicaba aún el origen de sus desvelos cuando vio perfilarse en los labios del anciano una leve sonrisa. Éste pidió que lo condujeran en presencia del rebaño y, con ayuda de los operarios, abatió ostentosamente los restos de los viejos cercados. Sorprendido, el rebaño detuvo su mirada en la figura de aquel viejo que, encaramado a la rama de una encina (cosa de profetas), les espetó: “Pueblo de las ovejas: se acabaron las ataduras. Dejad de luchar: a partir de hoy sois libres”.
 
Entonces se produjo el prodigio; desde aquel momento, los animales dejaron de penar por su libertad y ninguno volvió a desear nunca abandonar el redil. Ni siquiera cuando el filo del cuchillo se les acercaba a la yugular en los días de matanza; ni siquiera cuando las oxidadas tijeras se alzaban para esquilmarles la lana; ni siquiera cuando, en los tiempos de escasez, se veían obligados a compartir sus ubres entre sus crías y el insaciable afán de su dueño por los negocios… ni tan siquiera entonces huyó una sola oveja del lugar donde el amo tanto deseaba que permanecieran, aquel cercado masificado, sucio y ensangrentado que los animales –como hipnotizados- sentían la tierra prometida de su Libertad.
 
Los lugareños se maravillaron tanto de este prodigio que, cada año hacia la mitad del verano, celebrarían la fecha en que el anciano habló a los animales con una fiesta mayor conocida en toda la comarca como: “El día en que las ovejas obtuvieron su Libertad”.
 
Al viejo dicen que se lo “apioló” un falangista durante la Guerra Civil, pero es un extremo que nunca se llegó a constatar.

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