La valentía del conseller valenciano Font de Mora

¿Y si no estuviera todo perdido en educación?

Los datos los conocemos: amenazas a profesores por parte de adolescentes, pérdida de la autoridad ante el desprecio de la progresía y de buena cantidad de padres, violencia ocasional contra los maestros (puñetazos, palizas, golpes, acoso psicológico...), degradación paulatina de los curricula, aculturación generalizada del alumnado, emulación de modelos donde el saber se ridiculiza... Ésa es la herencia del gobierno socialista: hacer amorfos y sin criterio a los estudiantes creyendo que se les confiere el saber. Frente al razonamiento, la consigna. Y no da la impresión de que la “Educación para la Ciudadanía” pueda enderezar tanto desprecio hacia uno de los puntos nodales en la importancia de un país. No obstante, en Valencia parece que aún se atreven a vislumbrar un conato de esperanza.

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JOSEP CARLES LAÍNEZ
 
O se vislumbra, o directamente la ponen ellos mismos en funcionamiento. Así se entiende el anuncio de un Decreto de Derechos y Deberes, realizado por el conseller de Educación de la Generalitat, el médico y escritor Alejandro Font de Mora. La medida más necesaria –y la que más ampollas ha levantado entre los quejumbrosos acostumbrados– ha sido la de crear “aulas de convivencia”. A ellas se enviará, de manera temporal, a alumnos “con una conducta conflictiva” (es decir, cuasi delincuentes). El objetivo será la corrección y el acomodamiento a unas normas de convivencia mínimas.
 
Junto a este fin, se halla también el proyecto de acortar el plazo entre la comisión de una falta por parte del alumno y la sanción disciplinaria subsiguiente, reforzar la autoridad del profesorado dentro del aula, y servirse de las nuevas tecnologías (teléfonos móviles, correos electrónicos...) para un contacto continuado o puntual con los progenitores.
 
Confiar en el profesor
 
Implementar las medidas correctoras en educación ha de ser uno de los caballos de batalla para las próximas décadas. El juvenismo es una ideología que no favorece a nadie, ni a los jóvenes, ni a sus padres, ni al conjunto de la sociedad. Se ha de volver a confiar en el profesor no sólo como transmisor de unos conocimientos, sino como alguien que forma, educa y debe ser un ejemplo de rectitud y orden.
 
La labor de los colegios no es la de ser zonas de ocio, sino lugares donde uno ha de aprender y, sobre todo, ha de aprender a comportarse. En cierto sentido, la sociedad sería más confortable si los centros docentes, o los mismos profesores, pudieran incluso tomar medidas drásticas caso de ser necesario ante ciertas muestras de violencia o de transgresión grave de la ley cívica. Los menores no habrían de ser intocables, y saben del mal que hacen cuando su comportamiento es del todo penalmente punible.
 
Alejandro Font de Mora ha demostrado, con estas propuestas, conocer lo que toda sociedad demanda de un político: valentía para estar a la altura de los acontecimientos, y agallas para dar a conocer un proyecto que muchos se han aprestado a criticar, si bien sólo puede ser beneficioso. La oposición de izquierdas, como siempre, berrea. Sin embargo, remodelar la Educación es un pilar básico para un cambio esencial en esta zozobra contemporánea. Así se ha de ver la mano tendida de Font de Mora. Tal vez, confiemos, aún no esté todo perdido.

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