Las víctimas de la globalización

¿Quién es el enemigo del obrero?

"No sabemos quién es el enemigo; los obreros de antes sí lo tenían claro" El periodista y cineasta hispano-francés Joseph Gordillo presenta ´Brumaire´, una película documental sobre el cierre de la última mina de carbón francesa y los efectos devastadores en la generación de los hijos de aquellos obreros.

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«Pero allí abajo también crecían los hombres, un ejército oscuro y vengador, que germinaba lentamente, para quién sabe qué futuras cosechas y cuya germinación no tardaría en hacer estallar la tierra”. Esta frase del clásico Germinal, de Emile Zolá, sirve de cierre a la película documental Brumaire, el nuevo trabajo del periodista y cineasta hispano-francés Joseph Gordillo. Un canto audiovisual a la desesperanza, pero también una oda al dulce recuerdo de tiempos de trinchera en los que el movimiento obrero aún soñaba con la victoria.
 
Miedo. Confusión. Soledad. Derrota. Sentimientos que se deslizan a lo largo de una pieza indispensable para comprender y honrar ese pasado de lucha que se esfuma y para atisbar el futuro oscuro que se dibuja en el horizonte. Brumaire es un aviso, una profecía que le pone cara al sufrimiento de dos generaciones contiguas que asistieron atónitas a la terrible pesadilla de pasar del todo al casi nada. Y lo hace usando dos voces que representan la cruel victoria de la globalización económica. Lucien Rezzadore, el líder minero, que perdió la batalla contra el mundo. Laetitia Clemot, la hija de un minero, que recoge los restos del naufragio trabajando como limpiadora. Dos caras de una moneda que ya no le sale rentable al bolsillo de los que toman las decisiones.
 
Forbach, en la región de Lorena, vio cómo la última mina de carbón francesa dejaba de existir hace ya más de diez años y el sonido del candado se parece mucho al de los cierres que quedan por delante en España y en toda Europa. Joseph Gordillo, periodista del canal franco-alemán Arte, veterano en coberturas de conflictos obreros, vuelve a poner el foco en lo esencial: la dificultad para ponerle rostro al enemigo en estos tiempos complejos.
 
“¿Ahora qué queda? El hartazgo. El desprecio. La amargura. No hay esperanza. Ninguna”. Esa es la frase lapidaria de Laetitia, la protagonista del documental, que cierra la película. ¿Es para tanto?
 
La película está enfocada en un sitio determinado, en una cuenca minera francesa. Hay esperanza en Francia, en general, pero en esa cuenca no. ¿Por qué? Porque ellos son los perdedores y en la película hablamos de los perdedores de la globalización. Esa frase de Laetitia parece muy fuerte dicha así, pero ella lo siente y yo lo veo en la juventud, aunque tampoco me considere una persona mayor. Laetitia representa a muchos jóvenes. Después de cinco años de curro y de infinidad de entrevistas en esa zona del norte de Francia, me quedé totalmente sorprendido por la falta de esperanza que tienen los jóvenes de allí después del cierre de las minas. Es brutal.
 
¿Y cómo se produjo la derrota?
 
Hay una frase del minero Lucien, que dice “contra el dinero no se puede luchar”. Se puede luchar contra todo: policía, política, ministros, diputados… pero lo del dinero no lo vieron venir. Cuando la tonelada de carbón costaba tres veces menos en Australia o en Colombia con transporte a Francia incluido, no lo vieron venir. Ahí perdieron la lucha. Y no se dieron cuenta de que estaban luchando contra un cambio de paradigma, con la llegada de la globalización de los años ochenta. Ellos, y cuando digo ellos digo nosotros, no lo vimos llegar.
 
La maldita rentabilidad. Nada importa si dejas de ser rentable.
 
Ahí está todo. Lucien lo explica muy bien. Es un mundo de locos. Los mineros tenían derechos, buenas condiciones que se habían ganado con lucha, una forma de vivir. Ahora a ellos les han hecho más pobres, pero a los que sacan el carbón ahora, en Colombia, en Sudáfrica o donde sea, no les han hecho más ricos. Entonces hay que preguntarse dónde ha ido a parar el dinero. Esa es la pregunta. Esa diferencia dónde está. No lo sabemos, o sí lo sabemos. En Panamá, quizás. Entonces Lucien, cuando dice que no quiere pertenecer a ese mundo, habla de que se ha perdido el sentido común. El mundo de Lucien era muy fácil. Tenía un orden lógico. Trabajaba y ganaba dinero. Sus hijos deberían estudiar, trabajar y ganar dinero. Cuando eso se rompe, Lucien no lo entiende. Pero ni Lucien ni nosotros tampoco. Ni nadie.
 
¿Nos la han colado haciéndonos creer que hemos dejado de ser obreros?
 
Es muy complejo. En la película hay una secuencia de Laetitia en la que habla de comprarse un coche. Es una doble víctima. No se da cuenta de que comprando ese coche a crédito está abrazando precisamente lo que la está matando. Utiliza la palabra éxito. Quiere que la reconozcan socialmente, como todo el mundo. Su padre estaba reconocido, era un obrero. Ella también necesita ese reconocimiento, pero está sola y siente que no es nadie. El reconocimiento social se acabó. Yo también me coloco ahí. También me compro un ordenador, un coche. No culpabilizo a Laetitia, es una doble víctima. Nos pasa a todos.
 
En la película llama la atención la soledad de Laetitia. ¿Nos ganan separándonos?
 
Hoy todos somos autónomos. Yo tengo muchos amigos que son periodistas, médicos, abogados, peluqueros… y son autónomos. En Francia se llama trabajador independiente. Estamos solos dentro de nuestras pequeñas empresas. Todo lo contrario de lo que había antes. Empresas enormes, de 4.000, 10.000 trabajadores, eran ejércitos de lucha. El poder estaba en el número y había conciencia de la fuerza, algo que hoy no tenemos. Tenemos la fuerza, pero no lo sabemos.
 
Laetitia dice que no se siente digna, que en ocasiones siente vergüenza de ser hija de un minero. Lucien que no quiere formar parte del mundo actual.
 
Ambas generaciones se comunican a través de un elemento fundamental: la familia. Para los dos. Pero les separa la forma de vida. Ella no tiene las herramientas para luchar. Lucien vivía en un mundo muy organizado. Sabía muy bien quién era el enemigo. Laetitia no sabe quién es el enemigo. No sabe luchar, ni sabe contra quién. Hoy eso es muy representativo.
 
La bruma (Brumaire) nos confunde.
 
Brumaire es un mes de la revolución francesa. Los revolucionarios hicieron otro calendario porque no querían tener nada que ver con lo cristiano y se basaron en los elementos de la tierra. Brumario es el mes de noviembre, cuando empieza el invierno, cuando hay brumas. Es lo contrario de Germinal, que da nombre al libro de Emile Zolá, que es el mes de la primavera, el brote de las revoluciones, de la conciencia social. Vamos de Germinal a Brumario. Y se cierra la historia.
 
Hablando de enemigos. En España cada vez está quedando más patente la sensación de una gran traición al movimiento obrero por parte de los sindicatos y de la izquierda gobernante. ¿Ha pasado lo mismo en Francia?
 
En Francia no hubo ese tipo de traición. Yo cubrí muchas de las movilizaciones. Había diferencias sindicales, pero todos iban a una. No creo que en Francia los sindicatos se hayan vendido.
 
¿Es el caso de Forbach y de la Lorena francesa una representación de lo que está por venir?
 
Yo creo que el caso francés hay que tomarlo como un laboratorio de pruebas. La última mina francesa se cerró hace más de diez años y ya se están notando los efectos devastadores. Yo creo que la película profetiza un poco lo que puede pasar aquí en España, en Polonia etc. Porque las ayudas de la UE se acaban en 2018.
 
¿Es la crónica de la muerte del último movimiento obrero?
 
Los mineros franceses se cargaron a dos o tres ministros. Eran una potencia, un contrapoder increíble, como aquí en España. Lucien dice en la película que los sindicatos sabían luchar, no se hacían las cosas a lo loco. Tenían una capacidad de organización impresionante. La mina es una excusa para hablar de nosotros. Hablamos de nuestro mundo, con una referencia que es muy estética, la mina, pero es una excusa para contar lo que somos ahora, todos pequeñitos, todos solos.
 
Soledad. Separación. Hastío. Caldo de cultivo perfecto para movimientos como el Frente Nacional.
 
Sin duda. En esa zona había cuatro cuencas mineras, con cuatro mil mineros por cuenca que hacían vivir a más de 100.000 personas. Todo esto se va al garete en una generación. Es rapidísimo. Entonces muchos de esos mineros que votaban al Partido Comunista, desengañados, pasaron a no votar. De ese desengaño se aprovecha ahora el partido de Marine Le Pen, porque es el único que habla con los obreros, y en muchas cosas de su discurso se parece a aquel Partido Comunista. En este sentido, vale un ejemplo. Los socialistas franceses, que en Francia no llevan ‘Obrero’ en su nombre, presentaron en las elecciones de 2002 a Lionel Jospin. No pronunció la palabra obrero en ninguno de sus discursos, hasta que un ministro le dijo “¿sabes que la palabra obrero no es una palabrota?”. Esto es muy interesante. Quiere decir que el Partido Socialista ha dejado de hablar a los obreros. Ninguno vota al Partido Socialista. O no vota, o vota comunista, en menor medida, o al FN.
 
Se ha perdido por completo la conciencia de clase.
 
Hay un momento de Laetitia en la película en la que habla peyorativamente de los abogados. Ellos allí y yo aquí. Y así debe ser. Esto es muy sintomático. La clase media está adquiriendo la puñetera costumbre de despreciar a las capas más bajas de la sociedad, es como un reflejo que se tiene, aunque lo queramos negar. Es el miedo a estar debajo, porque el miedo es otro motor. Antes en Francia todos caminábamos de la mano, ahora ya no. La separación entre las personas por su condición social es algo nuevo. Se acabó la República. El ideal de “todos avanzamos juntos” se acabó.

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