Irresponsabilidad y democracia

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En nuestro singular sistema político hay dos grandes irresponsables: el Monarca y el pueblo, es decir, eso que llaman “la ciudadanía”. La única diferencia está en que el Monarca ni pincha ni corta, mientras que “la ciudadanía” corta y pincha con sus papeletas de voto. La cosa no deja de ser paradójica, pues quien decide cómo ha de gobernarse la nación no es la persona que por su cargo más informada tiene que estar de los asuntos públicos, sino el “colectivo” que de los asuntos públicos sólo sabe lo que entre insulto e improperio se les cuenta en las campañas electorales o en los medios de confusión, como decía Marías. Los únicos que sí son responsables, o deberían serlo, son los individuos del poder legislativo y ejecutivo en primer lugar y, en menor grado, los del poder judicial.

Nada más lógico en este orden de cosas que Gobierno y Parlamento respondan de sus actos, pero como vivimos en un sistema de inversión de valores, resulta que cuando la Oposición pide cuentas de los cambalaches con los terroristas en los que al parecer consiste su política antiterrorista, esos ilustres estamentos se cierran en banda y se rasgan las vestiduras. Entonces va la Oposición, la pobrecita, y esgrime el recurso dialéctico de los que se quedan sin recursos, y acusa al Presidente del Gobierno de actuar como el anterior Jefe del Estado. El anterior Jefe del Estado era tan irresponsable como el actual, aunque se diferenciaba de él en que pinchaba y cortaba, por eso es con éste, con el actual, y no con el Presidente del Gobierno, con quien tendrían que buscarse las comparaciones, y entonces a lo mejor se le abrían los ojos más de la cuenta al otro irresponsable, al que paga impuestos, vota y se dice para su coleto, como dice Enrique García-Máiquez: “¡Vivan las caenas… de televisión!”.

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