Los que murieron asesinados no votan, los que se marcharon tampoco

[PAÍS VASCO] Elecciones en el cementerio

Ayer, según se informa, ganaron las elecciones los secuestradores de Miguel Ángel Blanco, quienes le dispararon en la nuca y quienes pusieron la pistola en manos de sus asesinos.

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Las elecciones en el País Vasco tienen el mismo valor que los comicios en Nicaragua, en Venezuela o en Corea del Norte. Valen igual que una carta de ETA exigiendo el impuesto revolucionario, que las nueces caídas del árbol de la muerte y el pésame de los asesinos a sus víctimas. Una misma morzoleta, por decirlo finamente. Eso valen.

Hace unas semanas todos los medios progres se llevaban las manos a la cabeza por el resultado de las elecciones en Rusia y el triunfo aplastante de Putin. “Es una dictadura”, decían; “no hay libertad y se persigue a la disidencia”, decían. En la euskalerría batasuna no, dicen ellos. Los que murieron asesinados no votan. Los que se marcharon por miles y muchos miles de aquel pudridero, desesperados por respirar en paz, tampoco votan. Los condenados a muerte civil, cancelación y linchamiento moral por oponerse al ideario nacionalista obligatoria, votan lo que se les diga y convenga o no votan. Los apesebrados desalmados votan a sus jefes. La derecha vota al PP y al PSOE como mal menor. Algunos valientes votan a Vox aunque muy pocos lo reconocerán en público. La extrema derecha vota al PNV racista, xenófobo e ideológicamente inclinado a la limpieza étnica. Ese es el panorama retorcido, envenenado, de una sociedad enferma y de un puzle electoral amañado a conveniencia de los que mandan y de los que matan. Digo “los que matan” porque muchos de ellos todavía disfrutan su herencia de la sangre sin que nadie les haya pedido responsabilidad en el negocio. Todavía no.

Ayer, según se informa, ganaron las elecciones los secuestradores de Miguel Ángel Blanco, quienes le dispararon en la nuca y quienes pusieron la pistola en manos de sus asesinos. Nada extraordinario en una sociedad atemorizada, podrida hasta el núcleo y durmiente sin culpa en pleno síndrome de Estocolmo. Democracia llaman a eso. Si esa pantomima electoral es democracia, el canibalismo es gastronomía, la violación sexo recreativo y Auschwitz  un centro vacacional.

Pagarán sus crímenes, los del código penal y los de lesa democracia. Pagarán. No sé cuándo pero lo van a pagar porque si algo nos enseña la historia es que la maldad nunca se mantiene indefinidamente: llegan los buenos y restablecen el equilibrio; o mejor aún: llegan otros aún peores y se cargan a los malos y quien a hierro mató a hierro murió. Lo dice la historia, no lo digo yo.

Como dicen en Portugal: todo chega.

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