El orden del mundo

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El pasado día 21 de noviembre Ramón Tamames escribió en el diario La Razón un artículo titulado “Cosmos y sentido de la vida”. Hay que reconocer que, por venir de quién viene, el artículo es, cuando menos, chocante. Dice Tamames: “Lo que está sucediendo resulta aún más preocupante, y debe llevarnos a una reflexión profunda, para indagar sobre su significado. Porque el verdadero ‘invento de nuestro tiempo’ consiste en que el hombre pretende autoconstituirse en dios único y omnipotente, potencialmente capaz, en ese contexto, de toda clase de creaciones propias; en la senda de quien lo sabe todo, en un proceso en el que por igual estorban los sentimientos religiosos y la moral que de ellos se deriva, así como los intentos de desentrañar un sentido a la vida”.
 
Poco después lanza una propuesta audaz: “…me atrevo a plantear una proposición que creo puede resultar plausible: racionalmente, no cabe pensar que todo haya evolucionado por el solo impulso autorregulador de la casualidad y el error; pues incluso con las probabilidades más a nuestro favor, no cabe entender que una organización tan compleja y racional del cosmos, de la Tierra y de todos sus seres vivientes, con una tenaz evolución que termina en la humanidad, sea resultado de un aleas indeterminista”. Y para concluir dice: “En definitiva, lejos todavía de soluciones científicas frente al enigma del origen del cosmos, de la vida y de su posterior evolución, uno puede sentirse libre de pensar que todo nuestro entorno no es algo que esté sucediendo por casualidad, sino que tiene un sentido que, hoy por hoy, constituye un inmenso misterio a desentrañar”.
 
La pregunta por el sentido
 
Lo que llama la atención del viejo comunista es, en realidad, la pregunta por el sentido. Expuesto en términos mucho más técnicos, Tamames se pregunta por el origen de la información compleja. ¿Es la información reducible a la materia? La respuesta es no. Cójase un bolígrafo y doscientos folios y escríbanse las memorias de uno mismo hasta que el bolígrafo se agote. Cójanse otros doscientos folios y otro bolígrafo igual que el primero. Ahora háganse rayas al azar sobre los doscientos folios hasta que el bolígrafo se gaste. El resultado de nuestro experimento son dos montones de doscientos folios cada uno; uno con nuestras memorias y otros conteniendo un montón de líneas sin sentido. ¿Absurdo? En absoluto. Pregúntese mejor cual es la diferencia entre ambos montones en lo tocante a la materia. La respuesta es ninguna. Pero ambos montones presentan una diferencia cualitativa en cuanto a la información que contienen. Y es que la información no es reducible a la materia. La siguiente e inevitable pregunta es “¿De dónde ha salido esta información?”.
 
Hace poco en un foro de “ateos” leí que el origen del universo es el último bastión del que Dios no ha sido expulsado (por la ciencia, se entiende). Su autor trataba sin duda de apuntarse un tanto de aguda reflexión recuperando una vieja idea de Edward O. Wilson. Por desgracia para ellos, no sólo es que la idea de Dios no ha sido expulsada del origen del universo sino que está presente en la misma complejidad de la organización del mundo y, muy especialmente, en el origen de la vida.
 
Este sigue siendo, con mucho, el problema más importante que hoy tiene que enfrentar la ciencia y, como el problema sigue ahí, de nada valen las actitudes del fundamentalismo ateo, que copian los métodos y formas de lo peor de la religión. Hace poco tuvo lugar un interesantísimo debate en los Estados Unidos entre Dinesh D’Souza y Christopher Hitchens. El primero, escritor conservador, aducía que el segundo hacía tal caricatura del cristianismo que posiblemente ningún cristiano podría reconocerse en ella: en el libro de Hitchens –“God is not great. How the religion poisons everything”- el cristianismo ha “envenenado todo” y no es más que una especie de secta asesina ávida de poder. No hace falta ser una persona religiosa para percatarse de lo absurdo de esta pretensión que, por desgracia, aparece invariablemente en el argumentario de los fundamentalistas ateos del planeta.
 
Un debate crucial
 
Para disgusto de Richard Dawkins, que se hallaba presente en la sala, en el curso del debate D’Souza fue más aplaudido que Hitchens y Dawkins prefirió insultar al público diciendo en su website que los neoyorkinos asistentes eran un montón de “idiotas”. Pero la puntilla para Hitchens se la dio un hombre natural de Tonga (Micronesia) que le preguntó qué era lo que él tenía que ofrecerles. Según dijo, antes de la llegada de los misioneros cristianos, Tonga era un caos y el canibalismo estaba ampliamente extendido. Cuando llegaron los misioneros acabaron con el canibalismo e instauraron la creencia en la dignidad de la persona y en que todo hombre tiene un alma inmortal que es capaz de condenarse o salvarse. “Entonces, ¿qué tiene usted que ofrecernos?”. Hitchens se perdió en una disquisición erudita sobre el canibalismo en las diferentes culturas.
 
D’Souza señaló que, lejos de “envenenarlo todo”, como reza el subtítulo del libro de Hitchens, la religión no “envenenó” a Miguel Ángel ni a Giotto, ni tampoco a Dante a Murillo o a Bach. Y es que es evidente que cosas como la dignidad de la persona, la compasión como virtud social, incluso los derechos de las personas sólo pueden ser fundamentados en algo que no dependa de una convención social o de un mero 51% de los votos. Además, resulta obvio comprobar los brutales crímenes del ateísmo. La aventura comunista en el planeta ha costado en setenta años cien millones de asesinatos frutos todos ellos del ateísmo organizado. Este número es increíblemente superior a las cifras establecidas por expertos hispanistas –como, por ejemplo, Henry Kamen- para la célebre inquisición española –bestia parda del “neoclero” progresista- a lo largo de tres siglos.
 
Como se ve, hay argumentos científicos, filosóficos e históricos que los ateos honestos y civilizados no deberían menospreciar. Por desgracia, incluso los más inteligentes se están impregnando más y más de un fundamentalismo que les impide razonar, como hemos podido ver en la crítica de Richard Dawkins al libro de Michael J.Behe The Edge of Evolution, publicada en The New York Times el pasado 1 de julio, bajo el título “Inferior design”. La virulencia del ataque de Dawkins sólo consigue sumar un montón de ataques ad hominem y elaborados insultos, para acabar apelando al argumento de autoridad ante la afirmación de Behe de que la mutación es incapaz por sí sola de explicar la complejidad de las formas vivientes. En esta línea de simplismos e incomprensiones voluntarias, caen multitud de ponentes del materialismo, que colocan sin más bajo la misma etiqueta despreciativa de “creacionistas” a los que dudan de que todo es, sin más, fruto del azar y la necesidad.

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