Carta abierta a José Vicente Pascual

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Querido José Vicente:

Gracias por tu artículo dedicado, y enhorabuena por tus ingentes conocimientos y la excepcional manera de transmitirlos. Estoy seguro de que, si alguno de tus lectores aún no ha visitado la antigua ciudad de Elvira o Iliberri, habrá sentido la necesidad de asistir a cómo el horizonte se transforma en línea hacia los cielos.

Tu discreparás, querido amigo, de mi artículo. Yo no puedo discrepar del tuyo. Cuanto dices es cierto; cuanto sugieres, también. Pero los mitos interesados existen (el de Al Ándalus es el que más daño nos hace en la actualidad), y ante el emponzoñamiento de la verdad histórica, sólo cabe mostrar datos concretos: las condiciones de la capitulación de la Granada musulmana a los Reyes Católicos son un arma contundente; como también, por cierto, el exquisito trato del rey Jaume I y sus sucesores a la población musulmana del Reino de Valencia (una breve digresión: en 1232, el dominio alarbe no “se reducía al actual territorio de provincia y media en el sur de la península ibérica”; la misma Ciudad de Valencia aún no había sido liberada). Salvo en casos concretos, no hubo expulsión hasta el siglo XVII, y más por motivos de seguridad que de “racismo”. Y cuando llegó el momento del celo católico, no se salvaron ni musulmanes, ni judíos, ni protestantes, ni supuestas brujas.

No discrepo de tu texto, pues, pero deseo matizar tu último párrafo, el que más me atañe.

Entiendo que te venza la fascinación por una ciudad hermosa, por un emplazamiento bellísimo y por una construcción que subyuga a todo el que en ella da un paso. La Alhambra es una cumbre de la arquitectura, José Vicente, y quien lo niegue es un mentecato. Lo doloroso es que esa filigrana (hasta donde nos ha llegado, pues los retoques han sido abundantes y –hay fotografías– el original falseado) esté donde nunca habría debido estar. Y me explico.

Esa joya del, digamos, arte islámico, supone unos precedentes que fueron humillantes, dolorosos y asesinos para quienes habían vivido en Iliberri/Elvira desde tiempos inmemoriales (así como en toda la península, por supuesto). El poder musulmán fue un error en Europa (y por desgracia se tumorizó en las esplendorosas provincias romanas del África actual).

Situándome en un pensamiento metahistórico, lo deseable hubiera sido que nunca hubiera habido un musulmán enseñoreándose de un territorio europeo y mandando construir la Alhambra. No es una muestra del poder cristiano, José Vicente, sino del por fortuna decadente poderío militar extranjero. En este sentido es humillante: para nosotros, porque dejamos de ser dueños de nuestras tierras ancestrales; para ellos, porque muestra que, al final, fueron vencidos, y ahora podemos exhibirla de trofeo.

Los europeos, en esta pell de brau [piel de toro], nos sentimos deudores de las ruinas romanas de Hispania; del puñado de iglesias visigodas con mezcolanza de elementos paganos y cristianos; del arte prerrománico del reino de Asturias; de las humildes ermitas o iglesias románicas en el Pirineo; del gótico majestuoso de la catedral de León, de Burgos… así hasta llegar a la Sagrada Familia de Barcelona. Éstos son elementos de nuestra tradición, la que ahora defendemos; la Alhambra es una cosa que se quedó, no una cosa hecha por nosotros. Habremos de cuidarla en tanto patrimonio, pero no en tanto implicación de sangre, tierra y pueblo europeo. En mi caso, al menos, así lo siento.

Sobre el cambio de Granada a Elvira (o la oficialización de los dos tóponimos), supondría la misma pureza lingüística que aconseja la RAE para otros vocablos: ¿no se penaliza utilizar el galicismo “desapercibido”? En el caso de “Granada” y en tantos otros, si tenemos un término patrimonial latino, ¿por qué hemos de recurrir al pidgin árabo-romance? O, como mínimo, ¿por qué no mostrar orgullo de esa pervivencia que daría más prestancia y solera a la ciudad española hundiéndola en su romanidad? ¿No cohabitan, por otra parte, los dobletes en zonas bilingües como Euskal Herria –Vitoria/Gasteiz, Pamplona/Iruñea– o Bretaña – Nantes/Naoned? Todo sería cuestión de consenso social, de buscar, de una vez por todas, las raíces prístinas de Andalucía (¿o de la Landaluze prerromana?)

Con un fuerte abrazo.

Josep Carles

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