Sobre una película de Isabel Coixet

Las progresistas y la cópula

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JOSEP CARLES LAÍNEZ
 
En el suplemento cultural del diario El Mundo, La Luna de Metrópoli, la realizadora Isabel Coixet, autora de los spots publicitarios del PSOE en la Elecciones Generales de 2008, concede una entrevista a Javier Estrada. El motivo es el estreno de Elegy [Elegía], su primer film con la rúbrica de Hollywood. En ella, dirige nada más y nada menos que al carismático actor británico Ben Kingsley (popular por su interpretación de Gandhi) y al capricho californiano de hoy, nuestra compatriota Penélope Cruz.
 
La trama del largometraje, sobre la que no entraré aquí, trata de la relación, digamos, sentimental (y, sobre todo, sexual) que se establece entre un profesor en su madurez avanzada y una joven alumna (más joven de lo que ya es Penélope, se entiende). La película es una adaptación de la novela The Dying Animal (El animal moribundo) del escritor norteamericano Philip Roth, bastante criticado por las organizaciones feministas de los Estados Unidos a raíz de cierto contenido misógino en su obra. Y habida cuenta de ciertas escenas de la película, ya en una entrevista concedida a El Periódico de Cataluña el 1 de enero de 2008, Coixet se planteaba si tal vez había hecho una lectura feminista del texto de Roth. Abundando en lo dicho, el 18 de abril de 2008, la directora barcelonesa afirmaba: En EEUU hay un teléfono para denunciar a los profesores que acosan a sus alumnas, algo que no quería dejar de mostrar en este filme. Igualmente, resonaron en enero, y resuenan ahora, las palabras que le espetó a Philip Roth de que si quería ver sexo explícito se alquilara una porno, cuando el literato intentó forzarla para rodar una escena de este tipo (entre los actores, se entiende).
 
Pero cuánto contrastan estas afirmaciones, los especiados toques de sensibilidad y la negativa de Isabel Coixet a convertir Elegy en una de las antiguas películas clasificadas S, con la siguiente frase: ¡tenía que decirle a Gandhi que se quitara la bata para que se pusiera encima de Penélope y se la follase! Eso es, señora Coixet, y chapeau pour la politesse! A pesar de todos los edulcoramientos, y la supuesta delicadeza o pejiguería de los actores, no deja de haber algo rijoso y morboso en esa visión de que el viejo “se folla” a la joven; por algo será que tal imagen conforma un subgénero de la industria pornográfica más lumpen y vomitiva (y aunque “porno” denote ya “lumpen y vomitivo”). Si ésa es la visión del acto final de una historia de amor, viva el romanticismo progresista y sociata. Pero, la verdad, que se dejen de ñoñerías y directamente rueden lo sicalíptico. Atendiendo a las palabras de Coixet, no ha habido relación amorosa, ni siquiera esa turbia y maloliente “relación amable” entre dos personas sobreexcitadas, sino una mera posesión: el hombre se folla a la mujer. Cuánta falta hace transmitir que quienes en verdad se aman ni “se follan”, ni “se penetran”, ni se poseen; sencillamente, “se aman”.
 
La verdadera liberación sexual, es decir, liberarse de las proclamas progres de los setenta del siglo XX, aún no ha alcanzado a ciertas capas de la sociedad, sobre todo a quienes tal vez sufrieron los intentos de los viejos rojos por hacerse con los favores de las jóvenes “liberadas” (liberadas de la “tiranía” del amor, claro, y sujetas a la babosa morbidez de los donjuanes de la hoz y el martillo, pues habían de ser las más modernas, y eso pasaba por la estúpida ofrenda de su cuerpo).
 
Afortunadamente, y hemos de alegrarnos, la de Coixet, como ella misma dice, es una “lectura feminista” de las masturbaciones mentales de Roth. De no haberlo sido, ¿qué nos hubiéramos encontrado?

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