¿Selecciones nacionales?

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El Mundial de Fútbol 2010 ha demostrado, como ningún otro, la preeminencia anglosajona en este deporte: Inglaterra, Estados Unidos, Australia y Nueva Zelanda son cuatro de las 32 selecciones clasificadas para la fase final. De ellas, bien es cierto, sólo la primera pasará seguramente a la segunda fase; ni a los países europeos de Oceanía ni a la gran nación norteamericana los caracteriza aún ningún potencial reseñable, por desgracia. América del Sur también nos ha dado alegrías, pues sus tres países europeos han accedido a la lucha por la copa: Argentina, Chile y Uruguay. Evidentemente, las naciones de la Europa estricta cuentan con los grandes conjuntos de la historia (Alemania, Holanda e Italia), los notablemente reseñables (Dinamarca, España y Portugal) y los que aún habrán de demostrar muchas cosas (Eslovaquia, Eslovenia, Grecia, Serbia y Suiza). Por supuesto, no me planteo meter a Francia entre los países que nos representan; se me aviene mejor situarla junto a Camerún, Costa de Marfil, Ghana o Nigeria. Por otro lado, y como era de esperar, la selección de Sudáfrica es la menos europea de cuantas allí eran posibles. Y el resto de conjuntos, salvado Brasil, constituyen el puro exotismo futbolístico por antonomasia (Corea del Norte, la guinda).

El pueblo europeo, por lo que parece, domina este deporte, aunque a muchos de sus representantes no se les deje denominarse como tal, no quieran o no sepan. Sin embargo, en cuanto a las selecciones de cada país, uno no puede dejar de preguntarse si no habrá ciertas presiones globalizadoras para convertir los equipos europeos en combinados multiculturales, lo más variados posibles, como una manera de fracturar la cohesión nacional. A mí me parecería artificial ver a la selección japonesa con un 11 del estilo: García, Reinhard, Tanaka, Benoit, Duval, Rabah, Ali, Ngonga, Agostini, Mitake y Da Silva. ¿No nos parecería una broma? Y, evidentemente no voy a ser yo, defensor de la europeidad de la Namibia alemana, quien se pregunte por qué, pongamos un ejemplo ficticio, juega en tanto italiano un Wesley o un Duprat. Ahora bien, las sospechas se me hacen más acuciantes con respecto a la selección alemana.

Vamos a ver: en Alemania, hay más de ochenta millones de habitantes. Eso es mucho. Se trata de casi el doble de quienes somos españoles. Sin embargo, casi se podría formar un once inicial con los futbolistas germanos que no poseen apellido alemán: Özil, Khedira, Tasci, Podolski, Trochowski, Gómez, Aogo, Marin y Cacau. De estos, algunos son titulares indiscutibles; otros suben y bajan; y alguno, como Cacau, se coronó en el primer partido frente a Australia. De ellos, cuatro son europeos; el resto, no. ¿De verdad no hay un futbolista alemán de pata negra que pudiera ser intercambiable con alguno de los mencionados, sobre todo con aquellos que no son de los primeros en saltar al campo? No me lo creo. Y puedo asegurarles que no soy conspiranoico. No veo ni a la masonería universal, ni a los templarios ni al Club Bilderberg detrás de tal hecho. Pero sí me atrevo a sospechar de alguna consigna, sugerencia, recomendación, palabra que se dice pero no se dice, conveniencia… para quitarle, ya saben, ese poso de malestar que podría tener ver a demasiados rubios atléticos triunfando sobre el resto de selecciones. Si se trata de un equipo multiculti, ya es otra cosa, es un paso más hacia el entendimiento entre Heidi, Marco y el ratoncito Pérez. O quizá les da miedo que salga el fantasma de Leni Riefenstahl a filmarlos… o que se vayan de vueltas. Porque, salvadas todas las distancias cualitativas, no debe de ser lo mismo, para un aborigen teutón, cantar los goles de Beckenbauer que los de Cacau. Por muy maravilhão que sea.

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