Limpiar las calles

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Los viernes, cuando prácticamente todas las calles de la ciudad aún duermen, quienes subimos rumbo al trabajo la calle San Vicente Mártir en la Ciudad de Valencia, desde la plaza de España a la plaza de San Agustín, somos testigos de una visión por desgracia demasiado usual: muchachos y muchachas están saliendo de un antro purulento. Van borrachos, se montan a los coches y arrancan como si tuvieran algún control sobre el auto o sobre sus vidas, aparcan sin importarles las menores normas, se ríen al albur de cualquier sustancia introducida en sus cuerpos, los que suben a los autobuses miran con desdén a los usuarios o no pueden sostenerse en pie, otros vomitan en las esquinas y aquellos a quienes no observamos se darán a la carne en procaz ayuntamiento donde el asesinato en forma de aborto puede ser el resultado final de un “rato de diversión”. Evidentemente, la crítica responde a la ética y a la estética.

La noche es el reino de la oscuridad. Y lo oscuro puede contemplarse bajo el sesgo de lo atrayente por desconocido pero, al mismo tiempo, sospechoso. La mayoría de nosotros recordamos largas madrugadas de juventud, en torno a una mesa o acomodados en sillones charlando de mil asuntos, cambiando el mundo con decenas de proyectos, hablando de Dios y de sus planes, conociendo el respeto y la amistad... Pero existía también el bombardeo constante de un “paraíso” distinto, el vendido, tiene gracia, como verdadero, y curiosamente muy parecido al descrito más arriba: sexo, drogas y rock & roll. Junto a él, todos los iconos de ese mundo prefabricado para el consumo: la transgresión autorreferencial, vivir deprisa, las borracheras, las sustancias, el sexo rápido, el machismo, la falta de respeto por las mujeres, la burla de los adultos... En teoría, ése debía ser el objetivo. Y eso nos había de dar la llave de la dicha.

La evolución de la sociedad en España, qué duda cabe, no es la idónea... Valdría más tomar ejemplo, sobre todo, de otros países de Europa donde la vida puede ser más grata en ciertos aspectos, al menos en cuanto a horarios de trabajo, remuneraciones económicas, ayudas familiares... Pensar en Suiza o en Liechtenstein lo hace a uno situarse en espacios que desde una mentalidad “progresista” pueden considerarse aburridos, si bien, en el fondo, colocan en un lugar preferente al ser humano y, a la vez, con un nivel de vida más satisfactorio.

En este sentido, uno de los retos para los años venideros, junto a la prohibición de las drogas, del tabaco y del alcohol, habría de ser la persecución legal de la prostitución, y el cierre, con fuertes campañas de educación y concienciación, de las discotecas, lugares nocturnos y la diversa fauna de reductos abiertos hasta altas horas de la noche. Éstos no dan imagen de una ciudad viva, más bien de una ciudad de de muertos vivientes que pasean su hastío por las calles de todos, creyéndose los dueños de una película, la suya, que no les da tiempo ni siquiera a conocer; y, cuando la conocen, se aterrorizan y se lanzan de nuevo en las garras de la bestia que los destroza poco a poco; o, si tienen suerte, de un zarpazo. Con el cierre de esas cavernas del vicio fácil y sin sentido estaremos haciendo un favor a los manipulables por la palabra sencilla del Gran Tentador y, también, a los ciudadanos deseosos de unas urbes sosegadas.

La visión de una ciudad que a medianoche cierra sus puertas metafóricas, recluyéndose a la hora de la cena para el encuentro familiar y cuyas calles nocturnas son lugares de la paz del descanso y no de la velocidad de chulitos motorizados sin nada en la cabeza, no es la del tedio, sino la de la verdadera vida al sol, la que se inicia en esas pequeñas horas previas al estallido de la luz, descubriendo para todos el encuentro con un nuevo amanecer, porque el mundo se hizo con nosotros, y no a la inversa.

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