New York, New York...

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Si tuviera que elegir una sola canción sin duda, sin la más mínima duda, elegiría esta: New York, New York.
Con diferencia este tema representa una forma de concebir la vida, un espíritu, una actitud, una posición ante el mundo, la total lejanía de la mezquindad, la grandeza de alma, la capacidad de resurgir tras las más fuertes caídas, una percepción abierta de la existencia, un riesgo vital, el coraje de lo intrépido, el trabajo evolutivo sobre uno mismo, la fuerza de llevar adelante los más difíciles proyectos, la capacidad de enamorarse cuando uno ya no lo espera, un golpe de puño sobre la mesa, un No rotundo ante la estulticia, ante la miseria espiritual, ante la pobreza advenida por el miedo, la mesa compartida con gente de todas las edades que sonríe ante lo adverso, el viejo que mira al futuro, el joven que sale de su madriguera para conquistar el mundo…
Cuando se inician las notas al piano que da pie a la orquesta comienza la sensación de caminar, el camino que tú, tú y no otros, te has trazado, ese camino plagado de incertidumbre, de idiotas que desde la envidia o desde la perversidad tratarán de boicotear, de traidores que corresponderán a tu entrega con la más absoluta frivolidad, de pequeñeces que, como matojos, llenarán de malas hierbas tu sendero. Pero no importa, New York es como el arquetipo del Loco, absolutamente necesario constelarlo para poder salir de la jaula en la que muchos se encuentran metidos.
He tenido la suerte de escuchar la canción en vivo y en directo por parte de sus dos más grandes intérpretes, Frank Sinatra y Liza Minnelli —palabras mayores—. ¡Qué decir de la emoción que representa ver al director de orquesta que se dispone a dar comienzo a uno de los mayores himnos del siglo XX, aún de nuestro tiempo! El delirio se hace colectivo, el público entra en éxtasis, se hace el silencio y se inicia el ritual.
Y todos, absolutamente todos, sabemos qué es lo que eso significa… En esos momentos aparece Nietzsche en el imaginario simbólico, aderezado por un cristianismo generoso, y por un significado de identidad que nos dice todo lo que hemos construido a lo largo de la historia para convertirnos en la mayor civilización que ha existido en la tierra, y nos sentimos orgullosos, profundamente orgullosos… Dispuestos a seguir luchando, a seguir en pie a pesar de todo para reconstruir una sociedad que, profundamente enraizada en su imaginario colectivo, pueda dar a cada individuo las oportunidades que se merece.
New York es la Ítaca moderna, La Meca de Occidente, nuestra Sodoma y Gomorra, un cambalache multicultural, la ciudad amada y odiada, el templo de la miseria y las grandes oportunidades, la contradicción más perversa… Pero es nuestra, queramos o no.
Y la ciudad no es la canción, porque las ciudades son muchas canciones, pero cada vez que suena esa música todo aquel que se siente vivo, radicalmente vivo, no puede dejar de sentir un pequeño hormigueo que le hace salir de la pasividad y, desde un ligero zarandeo, cuestionarse si  su vida, tal como está siendo vivida, merece la pena.
“New York, New York” en la voz de Sinatra o de la Minnelli es una pregunta abierta a la que uno debe tener el coraje de responderse.
  

 

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