Asciende Podemos. ¿Peligra el Sistema?

¿Cómo podría la gente de Podemos acabar con un Sistema en cuyo imaginario están sumergidos en cuerpo y alma?

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Para contestar a la pregunta hay que analizar, pesar y sopesar un fenómeno cuyo auge, es evidente, ha sido más que fulgurante. Antes de las elecciones europeas de hace un años, Podemos no era casi nada: nada más que un grupo de intelectuales —siempre es a partir de ellos que las cosas empiezan a moverse, para bien o para mal, en el mundo— que habían constituido un grupúsculo de extrema izquierda. Uno más, pero provisto de una extraordinaria inteligencia política… que, dicho sea de pasada, buena falta haría a otros. Casi nadie los conocía, toda su presencia pública se limitaba a dos cosas… que resultarían decisivas. Por un lado, los debates en las grandes cadenas televisivas en las que participaba Pablo Iglesias: el carismático jefe, brillantísimo orador y gran agitador de muchedumbres. Por otro, la acción emprendida con el movimiento de los Indignados que en 2011 realizó importantes ocupaciones callejeras. Esto era todo.[1] Y de repente estalla la sorpresa : esos casi desconocidos se presentan a las elecciones europeas del año pasado, logran un brillante éxito, no dejan desde entonces de subir en los sondeos, y en las elecciones del pasado 24 de mayo acaban de lograr, si se confirma el apoyo del PSOE, las alcaldías de Madrid, Barcelona, Cádiz… al tiempo que sus votos serán decisivas en otras importantes ciudades y Comunidades Autónomas.
 
¿Cómo no soñar ante semejante recorrido? ¿Cómo no comprender que algunos hasta se hagan ilusiones? Vamos a ver —se dicen, aunque con la boca chica—. Un partido resueltamente anticapitalista, abiertamente antisistema (el único, por cierto, que combate el TTIP, el Tratado con el que Europa hinca definitivamente la rodilla ante las multinacionales estadounidenses; el único también que, como Ada Colau en Barcelona, es capaz de proponer algo tan impopular… e indispensable como la reducción de la gran plaga que es el turismo); un partido, en fin, que aprovechándose de los mecanismos de la democracia liberal puede acabar un día, gracias también a un gran agitador de muchedumbres, llegando a la cúspide del poder… ¿No os recuerda nada todo esto? ¡Sí, claro que sí! Recuerda lo que, hasta ahora, sólo ha sucedido una vez en la historia: allá en los años treinta del pasado siglo…, por más que el color de quienes asaltaban entonces el poder eran bastante distinto, es cierto, del rojo que hoy lo destiñe todo.
 
Sería un grave error pensar de tal modo, creer que se ha abierto una brecha a través de la cual el Sistema pudiera acabar un día siendo derruido. En primer lugar, y para acabar con la anterior comparación, sería olvidar las monstruosidades en las que se precipitó la experiencia histórica a la que aludía. Pero, sobre todo, significaría olvidar que todo el espíritu antisistema de la gente de Podemos —es más, todo el espíritu antisistema de la izquierda revolucionaria, excepción hecha de los proudhonianos, sorelianos y compañía— está paradójicamente dominado por el espíritu de lo que pretenden combatir: el espíritu burgués, el espíritu para el cuall el dinero —la economía, si se prefiere una palabra menos abrupta— constituye el único centro y fundamento del mundo.
 
Un dinero, un poder económico, que pretenden, es cierto, distribuir de forma totalmente distinta, de forma justa, equitativa, en beneficio “del Pueblo”, realizando por fin esa “justicia social”… que jamás se ha realizado, que se ha convertido incluso en la más aplastante de las injusticias y en la más apabullante de las miserias cada vez que los locos de la igualdad han pretendido realizarla. Siempre, en todas partes. En Europa, en Asia, en América, en la Cuba de Castro y del Che como en la Venezuela de esos Chaves y Maduro que han prodigado su generosidad a los compañeros de Podemos… Dejémoslo estar, sin embargo. Olvidémonos de sus simpatías por los tiranos del pasado y del presente. No practiquemos la reductio ad Leninum, esa arma que liberales y capitalistas practican con algo menos de afán, es cierto, pero con casi tanto éxito como la otra reductio.
 
Reconozcamos, con otras palabras, que la aspiración de acabar con el dominio económico de nuestras oligarquías es, en sí misma, absolutamente legítima. Lo sería, más exactamente, si todo, en la impugnación de Podemos, no se acabara ahí, si el dinero y lo que le subyace —el materialismo y el individualismo— no fueran, tanto para Podemos como para el conjunto de la izquierda radical, lo mismo, señalaba yo antes, que para los burgueses: el centro, el corazón del mundo. Todo lo demás les deja indiferentes. No tienen ni una sola palabra para el sinsentido de un mundo desprovisto de grandeza y belleza, sumido en la fealdad.[2] Ni una palabra tampoco para la suerte de nuestros pueblos carentes de destino, privados de raíces, desposeídos de identidad.
 
¿Ni una palabra?… ¡Oh, sí, muchas palabras! Pero que celebran y hasta quisieran acelerar nuestra descomposición: nuestra pérdida de destino y de identidad. Una pérdida que, por lo demás, es doble. Se trata, por un lado, de la pérdida de identidad que sufre la Europa sometida a una inmigración de asentamiento que hará que, un día no lejano, resulte irreconocible. Pero se trata también de la pérdida que afecta a los desarraigados restos de los pueblos que acabarán convirtiéndose, si nada detiene tal movimiento, en elemento esencial de la base etnocultural de lo que fue —pero dejará de ser— Europa y su civilización.
 
Semejante búsqueda del desarraigo, semejante rechazo de la noción misma de identidad colectiva: he ahí un rasgo que distingue profundamente a la izquierda radical de hoy de la de ayer. He ahí un rasgo que la acerca también al Sistema que pretende combatir. ¿Qué diferencia hay, en últimas, entre un pijoprogre (o pijoderechón) individualista y libertariano de los partidos de la “Casta”, y un perroflauta individualista y libertariano de Podemos?[3] Salvo en el aliño indumentario, y en lo que atañe a la forma de concebir el pretendido centro económico del mundo, no hay ninguna diferencia entre ellos. En ambos —exacerbado incluso en el caso de los segundos— reina la misma ideología de género, la misma indiferenciación de sexos, la misma pérdida de referentes y de identidad, el mismo individualismo obcecado, el mismo hedonismo plano, inmediato, vulgar; también el mismo buenismo (ese buenismo que hace, por ejemplo, que una Manuela Carmona, la próxima alcaldesa de Madrid, haya proclamado que habría que sacar de la cárcel al 95% de los detenidos. Y se quedó tan ancha, la doña).
 
 
Y sin embargo…
 
Hay algo, sin embargo, que me obliga a matizar las cosas. ¿Va ello a modificar también el anterior balance? Veamos primero de qué se trata.
 
Resulta que la lucha de clases, ese pilar básico de la izquierda revolucionaria, ha desaparecido, al menos en sus manifestaciones más odiosas, del discurso de Podemos. El proletariado —¡celebrémoslo!— ha dejado de ser aquel refulgente faro destinado a guiar la historia y la revolución. Una “revolución” que también ha caído en el pozo del olvido, donde se ha encontrado con aquellos conceptos-faro que eran también “la burguesía” y “el proletariado”. A este último lo ha sustituido una noción —“la gente”— tan esponjosa y blanda como la época más blanda y vacua de toda la historia. La burguesía, por su parte, ha dejado de ser el enemigo a abatir. El verdadero enemigo —también aquí cabe congratularse— es “la casta política”, y los bancos, y las multinacionales: el conjunto, en una palabra, del gran poder económico y financiero. El enemigo es la plutocracia, “la usura”, podrían hasta decir citando a Ezra Pound… si su ingente sectarismo antifa no les impidiera efectuar tal gesto.
 
¡Deben revolverse en su tumba los ancestros de Podemos, aquellos rojos de nuestra Guerra Civil que expoliaban, torturaban y mataban a quienquiera tuviese la desgracia de poseer un pedazo de tierra, una fábrica, un taller, una tienda…, por pequeños que fuesen. ¡No se andaban con remilgos aquellos bárbaros! Sus descendientes, en cambio, han aprendido —sigamos congratulándonos— a diferenciar las cosas. Toda propiedad, cualesquiera que sean sus dimensiones, es un robo, pensaban los ancestros. La propiedad sólo es un robo —parecen opinar sus descendientes— en el caso de la muy gran propiedad. Si no, si la propiedad sólo es pequeña o mediana, hay que preservarla, defenderla, incluso fomentarla… como es fomentada, con todas las letras, negro sobre blanco, en el programa de Podemos.[4]
 
¿Meras palabras en el aire? ¿Simple y mendaz propaganda?… No, no lo creo. Pero incluso si me equivocase, incluso si así no fuera, el mero hecho de que se puedan pronunciar tales palabras ya implicaría un cambio de de considerable, de enorme significado. En cierto sentido, todo esta ahí, todo se juega ahí, en efecto. Combatir radicalmente el poder del gran capital, a la vez que se salvaguarda lo más valioso que tienen cosas tales como la propiedad, el mercado, el dinero…, esas que cosas que acarrean inevitablemente desigualdad que se deberán reducir un día, pero que nadie pretendería ya extirpar con los fórceps en la mano: he ahí algo que jamás se ha proyectado, pensado, entrevisto, aún menos intentado, emprendido en sitio alguno. Y al no haberlo hecho, ahí tenemos —por lo que al campo económico se refiere— la razón principal por la que el sueño igualitario y loco del comunismo engendró toda la miseria y todos los horrores que no podía dejar de engendrar.
 
Tal sueño y tal locura parecen haber sido apartados por la gente de Podemos. ¿Serían ellos los primeros en plantear —en realizar tal vez un día— lo que en ningún sitio se ha planteado nunca? ¡Ojalá lo quieran los dioses! Dudémoslo, sin embargo. Por una sencilla razón: ¿cómo podrían derribar un Sistema en cuyo imaginario están sumergidos en cuerpo y alma? Este imaginario, este mitema fundador, como diría Giorgio Locchi, tiene hoy un nombre: el individualismo libertariano. No es sino la cumplida realización de las aspiraciones y de la visión que el capitalismo del siglo XXI —el capitalismo conducido por el globalizado viento en el que se arremolinan los flujos de la nada especulativa—  tiene del mundo y del hombre. O de lo que de ellos queda.
 
Así como los revolucionarios de mayo del 68 han acabado al mando del Sistema al que pretendían derribar; así como, “bajo los adoquines”, han descubierto “la playa” en la que chapotea el Homo festivus que, como diría Philippe Muray, ha sustituido al Homo sapiens; así también es posible que una suerte parecida aguarde a los comunistas aseados y posmodernizados, a los comunistas 2.0 de Podemos.


[1] ¿Por qué unas cadenas televisivas de primer orden les abrieron de par en par las puertas? Los hay que incluso han visto en ellos una “maquiavélica” maniobra del Partido Popular, deseoso de poder agitar un espantapájaros (el temor a la extrema izquierda) que le permitiera ganar las elecciones, lo cual, vistos los resultados obtenidos… Sucede también que una maniobra tan retorcida ¡habría supuesto, la verdad, un grado de inteligencia bastante superior a las capacidades intelectuales de la derecha más estúpida del mundo!Lo más probable es que el simple afán de lucro —Pablo Iglesias hacía subir la audiencia— les haya bastado a unas cadenas televisivas repletas, por lo demás, de periodistas de acendrado izquierdismo.

[2] Única excepción, que yo sepa: la propuesta de Ada Colau, ya señalada, de reducir en Barcelona la plaga del turismo.

[3] Libertariano: ni “libertario” (eso es cosa de anarquistas) ni “libertino” (eso es aún otra cosa). El neologismo tiene que ver con las cuestiones “societales” que en seguida se detallarán. Ambos neologismos proceden, como tantas cosas nuevas, de Francia. Cuando el mundo cambia (para bien bien o para mal), también a las palabras les toca innovar.

[4] A partir de ahí, una vez establecida la oposición entre la gran y pequeña propiedad, se plantean mil preguntas. Deberían, mejor dicho, plantearse mil preguntas más… que nadie, sin embargo, plantea nunca (y no es en los izquierdistas en quienes estoy pensando ahora). Se plantea sobre todo la siguiente cuestión: una vez desmantelado el poder del gran capital, una vez preservado el papel de las pequeñas y medianas empresas, ¿cómo hacer para que la dinámica misma de éstas no las empuje a acumular cada vez más dinero y poder: esta aspiración que parece grabrada a fuego en el corazón de los hombres —de los modernos, al menos?

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