¿Alcaldes rojos?

Alcaldesas, perdón, aunque también corren por ahí ejemplares del postergado sexo ("género", lo llaman) antaño denominado viril (epíteto que en nuestro feminizado mundo resultaría, es cierto, totalmente ridículo).

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Alcaldesas, perdón, aunque también corren por ahí ejemplares del postergado sexo (“género”, lo llaman) antaño denominado viril (epíteto que en nuestro feminizado mundo resultaría, es cierto, totalmente ridículo). En cuanto al otro epíteto, el que alude al rojo colorido, ahí los interesados no rectificarían nada . O sí, pues no les hace maldita la gracia que, sacándoles los colores, se les recuerde su pasado…, suponiendo que no sea también su presente. Desde hace años, desde que los comunistas españoles pasaron a denominarse “Izquierda Unida”, la bandera roja ha quedado casi abandonada del todo (prefieren la republicana); la hoz y el martillo ha sido escondida en el armario; “el proletariado”, sustituido por “la gente”; la “lucha de clases”, arrinconada; “la revolución”, olvidada.
¿Olvidada de cara a la galería… u olvidada de verdad? He ahí la cuestión. Supongamos (por el bien de España y del mundo) que el olvido es sincero, verdadero. Concedámosles el beneficio de la duda. No hagamos como ellos, que demonizan de inmediato a quienquiera se atreva a hablar de cosas tales como patria, raigambre, grandeza, identidad… Practicando la conocida reductio ad Hitlerum,recae de inmediato sobre el culpable el ignominioso, el faccioso sambenito.
No hagamos como ellos (o como los liberales, que practican tanto una como otra reductio): no practiquemos la reductio ad Leninum (o ad Stalinum, o ad Maum, o ad Castrum… ¡Son tantos! ¡Son tantos… los muertos!). Aceptemos, pues, que nuestros izquierdistas aseados (es un decir) y posmodernizados ya no pretenden realizar revolución comunista alguna.
Pero ¿qué quieren entonces realizar? ¿Quieren desbancar al Sistema mediante alguna revolución de otro tipo, mediante alguna que no sea ni totalitaria ni igualitaria? ¡Ah, si así fuera!… Ahí nos podríamos entender. Algunos elementos hasta parecen ir por tal camino. Por ejemplo, su impugnación del TTTI (entre los partidos importante son los únicos que combaten el Tratado por el que Europa quedará definitivamente sometida a las multinacionales estadounidenses). O, por ejemplo, las declaraciones de una Ada Colau (han pasado totalmente desapercibidas, por cierto), proponiendo medidas para reducir… ¡el turismo, oigan!, nada menos que esa plaga que, destruyendo a Barcelona, llena los bolsillos de tantos barceloneses. O, por ejemplo, las medidas que figuran en el programa de Podemos para fomentar la pequeña y mediana empresa: la empresa de aquellos mismos burgueses que, entre 1936 y 1939, también eran fomentados por los comunistas. Pero para mandarlos a los infiernos con un tiro en la nuca.
De acuerdo, todo eso está muy bien (no lo del tiro, lo otro). Pero todo eso, ¿adónde lleva, en el marco de que proyecto, de qué concepción del mundo se sitúa? ¿Una… qué? ¿Una concepción del mundo? ¡De qué hablas, tío?… Es cierto, ninguna concepción, ni del mundo ni de nada, puede haber ahí donde el pensamiento brilla por su ausencia (y en el conjunto de la sociedad española brilla por supuesto exactamente igual)? Y si ninguna concepción del mundo subyace a las medidas que esta gente pretende aplicar, o si sólo subyacen retazos y resabios del viejo rojerío de toda la vida, lo más probable es que la aventura desemboque en el más estrepitoso de los fracasos. En un caos económico tan gigantesco  como el de la Venezuela que inspira a los chicos de Podemos; en un caos tan descomunal como el de todos los populismos latinoamericanos que, con la salvedad de la Argentina de Perón, hasta la fecha han sido.
No nos alarmemos, sin embargo, demasiado: lo más probable es que la sangre no llegue al río. Lo más probable es que el mullido pisar de las moquetas (hoy de los ayuntamientos, mañana de los ministerios) aplaque las ansias regeneradoras de los enemigos de la Casta y del Sistema. Total, si de concepción del mudo hablamos, ambos comparten exactamente la misma. Tanto para los unos como para los otros, la economía es y debe seguir siendo —con ciertas reformas para los unos— el centro mismo del mundo. Tanto los unos como los otros ignoran lo que es una patria, una comunidad orgánica, una unidad de destino, que decía aquél. Individualistas todos hasta la médula, el mundo sólo es para ellos un amasijo de masas, una gregaria suma de átomos que, ignorando el pasado y careciendo de proyecto, deambulan como zombis por el presente movidos por las exclusivas ansias de consumo y distracción. Ni los unos ni los otros tienen, por tanto, empacho alguno en abrir las puertas —los de Podemos aún las abrirán más— a la inmigración de asentamiento que, al paso actual, va a acabar con la base étnica y cultural de nuestra Europa y su civilización. Tanto los unos como los otros de la nada vienen, en la nada están y a la nada van.

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