La próxima guerra ha comenzado ya (I)

José Javier Esparza ha escrito un largo texto de reflexión titulado "La próxima guerra ha comenzado ya" y que iremos publicando por entregas semanales. La integridad del mismo está disponible en Kosmos-polis.com.

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La próxima guerra, cuyos contornos se han dibujado ya, opone a las estructuras transnacionales de poder, lideradas por los Estados Unidos, contra aquellos espacios que se resisten a subordinarse al imperativo del mundo global. Ya no hablamos de naciones; estamos en el conflicto post-nacional. En cierto modo, es la batalla final del mundo moderno.
La Cumbre de la OTAN en Varsovia ha terminado como empezó: con la consigna de que el enemigo de Occidente por antonomasia no es el Estado Islámico, ni el yihadismo en general, ni las potencias que, por lo público o por lo privado, propagan el islamismo desde países musulmanes, sino Rusia. En otros términos: el enemigo de Occidente no es la fuerza que efectivamente, en el terreno de los hechos, se propone destruirnos, sino otra potencia nacional que hasta el momento no ha emprendido acción alguna contra ningún país de la OTAN. Es difícil de entender. Si uno se sitúa en Polonia o Lituania, países perpetuamente expuestos a un eventual expansionismo ruso, es comprensible que los temores se dirijan hacia Moscú, pero visto el asunto desde Madrid, Roma, París o Berlín la "amenaza rusa" es cualquier cosa menos evidente.
¿Y entonces? ¿Estamos ante un fenómeno de ofuscación general, ante un clamoroso error de cálculo, ante uno de esos episodios de ceguera que de vez en cuando salpican la historia de la humanidad? No. La guerra siempre es prolongación de la política por otros medios. No hay decisión militar que no venga precedida por una decisión política. Y si un diseño estratégico nos parece incongruente o carente de lógica, tal vez debamos preguntarnos si estamos leyendo adecuadamente el contexto político que lo determina. Muy verosímilmente, algo de ese género está ocurriendo con el diseño estratégico de la OTAN tal y como ha quedado consolidado en la cumbre de Varsovia. Estamos ante la consumación de un cambio de paradigma en las alianzas militares internacionales. Por así decirlo, el juego ha cambiado. Ya no podemos ver el tablero como una partida entre naciones, ni siquiera entre bloques (internacionales), sino que hemos entrado en la era del conflicto global. Y desde este punto de vista, cambian también los conceptos tradicionales de amigo y enemigo.
Expliquémoslo así: la OTAN ya no es un tratado de naciones soberanas en torno a un hermano mayor –los Estados Unidos–, sino una alianza de potencias al servicio de un proyecto transnacional. Ese proyecto no es otro que la construcción de un orden mundial organizado sobre un espacio político y comercial sin barreras. Los Estados Unidos son su líder, pero no hay que pensar en una relación de mando y vasallaje: no estamos ante un proyecto nacional norteamericano, sino ante algo que trasciende con mucho los viejos criterios del orden inter-nacional. Desde este punto de vista, el enemigo ya no es la potencia, grande o pequeña, que con las armas desafía al bloque, sino todo espacio que se resista a la implantación del nuevo mundo, que es post-nacional. Por eso el enemigo de la OTAN es Rusia, y no tanto la Rusia nación como el espacio eurasiático. Lo cual, por cierto, incluye también a China.

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