Verdades y mentiras sobre el terrorismo islámico (y II)

Prosigue y concluye aquí el artículo de José Javier Esparza.

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5. “Es un problema de integración social”.
Cada vez que el asesino yihadista resulta ser un joven de nacionalidad europea, los medios de comunicación se apresuran a subrayar el problema de la marginación, el paro o cualquier otra circunstancia dramática para explicar por causas sociales el fenómeno. Sin duda las causas sociales influyen, pero, a juzgar por el muy dispar estrato social de los yihadistas europeos conocidos, hablar de marginación o exclusión es pura retórica: los que no procedían de familias relativamente acomodadas, habían vivido de subsidios públicos durante largo tiempo. Por otro lado, la exclusión en la Europa presente no es un problema que afecte sólo a los musulmanes, y no por eso la gente se lanza a matar. ¿Hay una causa social en el yihadismo en suelo europeo? Sí: la conformación de guetos étnicos, conforme a las políticas multiculturalistas que el pensamiento dominante ha predicado desde hace treinta años. Es en esas comunidades cerradas sobre sí mismas donde han proliferado los discursos de radicalización, especialmente en las generaciones más jóvenes.
6. La culpa es de Occidente por las guerras en Oriente Medio.
El Occidente contemporáneo tiende a creerse culpable de todo cuanto acontece en el mundo, y por eso es tan frecuente oír que la causa del yihadismo es la guerra de Irak o cualquier otro desmán de la política exterior occidental. Es verdad que Occidente ha cometido graves errores en su política hacia los países musulmanes (casi tantos como los propios países musulmanes hacia sí mismos), pero su influencia en el yihadismo es solamente circunstancial. Primero, el yihadismo ya existía mucho antes de la era moderna. En segundo lugar, la génesis del yihadismo contemporáneo –pongamos por ejemplo la Yihad Islámica egipcia, en los años 70- tiene por objetivo derrocar a los regímenes “infieles” de los propios países musulmanes. Y tercero, y quizá sobre todo, conviene recordar que el yihadismo actúa igualmente en Pakistán –contra la república islámica pakistaní-, en la India –contra el gobierno hindú-, en Afganistán –contra cualquiera-, en Nigeria o Mali –sobre todo contra los cristianos negros-, etc. No, el yihadismo existiría igualmente sin guerra de Irak.
7. Esto se arregla con diálogo y convivencia.
Como los países europeos parecen extremadamente interesados en mantener en su interior una fuerte proporción de población musulmana, ya sea por razones de interés electoral o por mero cálculo demográfico, desde las instancias oficiales se apela una y otra vez al diálogo y la convivencia como antídotos contra el radicalismo. En Francia han acuñado la meliflua fórmula de “vivreensemble” (vivir juntos) para envolverlo en celofán. Instrumentos: cesiones rituales a los musulmanes (por ejemplo, celebración institucional del ramadán) y patrocinio oficial de mezquitas e imanes “presentables” para mostrar que aquí “cabemos todos”. Lamentablemente, el yihadismo no se arregla con “diálogo y convivencia” porque el yihadista no quiere dialogar ni convivir. Aún peor: los mismos sentimientos experimenta cualquier musulmán ortodoxo que aspire a vivir en un orden social conforme a sus principios, que son incompatibles con los del modo occidental de vida. El diálogo y la convivencia siempre pueden ser buenos, pero ni mucho menos va a encontrarse aquí la solución. De hecho, en la Europa presenteno han faltado nunca diálogo ni convivencia. ¿Balance?
8. Lo que hay que hacer es cerrar las mezquitas salafistas.
En el plano de “lo que hay que hacer” para frenar el fenómeno del yihadismoen Europa, muchas voces piden someter a estrecha vigilancia e incluso cerrar las mezquitas salafistas, es decir, aquellos centros de predicación donde se imparte la doctrina integrista, generalmente de cuño wahabista saudí. Y sí, eso hay que hacerlo, pero conviene tener presente que, hoy, la predicación ya no está sólo en las mezquitas, sino que circula con mucha mayor libertad en Internet. Un imán radical en una mezquita puede hacer mucho daño, pero es controlable; por el contrario, no hay quien controle a la miríada de webs yihadistas que llaman a la “guerra” por todo el mundo. Por supuesto, existen medios para identificar a los usuarios de esas webs, pero la operación traería consigo una merma de libertad general que nadie está dispuesto a asumir.
9. Hay que bombardear al monstruo en su origen.
Otra solución “mágica” que se oye en muchas bocas: bombardeemos al yihadismo en su origen –se supone que en algún lugar de Oriente Próximo- y se acabará el problema. Gravísimo error que presupone que el yihadismo es algo así como una organización dirigida desde su austera jaima por un cerebro portentoso que se alimenta de dátiles y leche de cabra, como el caudillo almorávide YusufibnTasufin. El yihadismo no es un monstruo corpóreo al que se le pueda cortar la cabeza para quitarle el aliento. Estamos ante un fenómeno simultáneamente político, cultural y religioso; específicamente musulmán, pero de carácter global, no local. Si queremos extirparlo de nuestras sociedades, las soluciones no pueden apuntar tanto al exterior como al interior. Y en el exterior, por cierto, lo que habría que hacer es más bien lo contrario: consolidar, y no bombardear, aquellas estructuras estatales que han podido neutralizar las contradicciones propias del islam.
10. Quieren derribar nuestra democracia.
En las letanías rituales de nuestros políticos y opinadores, cada vez que hay un atentado yihadista surge unánime la fórmula: “quieren destruir nuestra democracia”. Porque “nos tienen envidia”, les faltaría decir. No, nada de eso: al yihadista le importa un bledo “nuestra democracia”. Ese es un argumento de consumo interno para que no se venga abajo la moral ciudadana (y, de paso, el sistema). El yihadista trataría de atentar exactamente igual si nuestros regímenes fueran monarquías absolutas, tetrarquías comerciales o repúblicas soviéticas. El enemigo del yihadista no es “la democracia”, sino el no-islam. En nuestro caso, la cristiandad, es decir, las naciones que proceden de un ámbito espiritual que no es el suyo. El yihadista quiere convertir todo el mundo en Dar al-Islam, casa del islam, y su carácter democrático o no le resulta indiferente. A la víctima de un degüello no se le pregunta si cree en el sufragio universal. Por lo mismo, es ridícula esa otra fórmula que presenta el actual combate como “la lucha global de la democracia contra el terror”, sorprendente figura que tiene la virtud de ocultar el nombre del enemigo (aun reconociendo que da mucho miedo). ¿A quién se intenta defender con estos eufemismos?
11. Quieren provocar el auge del populismo.
La penúltima efusión políticamente correcta es de orden táctico: según dicen nuestros cerebros oficiales, en realidad lo que el yihadismo quiere es provocar el auge de los “populismos” (signifique eso lo que signifique) para bañarnos en sangre. Es verdaderamente triste, hasta lo criminal. He aquí que el poder, celoso de su hegemonía, utiliza a un enemigo externo e interno que, efectivamente, nos baña en sangre, para demonizar a una parte de la sociedad-víctima. Al final el malo de la película no es el yihadista asesino, sino el populista malvado, supuesto beneficiario de la violencia islamista.¿Cómo extrañarse de que el crédito de nuestros gobernantes se esté agotando a ojos vistas?

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