¡Arriba Uropa!

A cualquier observador le sorprende que España sea el único estado de Europa en el que aún no existe un movimiento popular contra la oligarquía de Bruselas. ¿Por qué?

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A cualquier observador le sorprende que España sea el único estado de Europa en el que aún no existe un movimiento popular contra la oligarquía de Bruselas. Sin embargo, nuestro país es el que sufre las mayores tasas de paro, corrupción, desigualdad y pobreza de las grandes naciones de Occidente y el que soporta estoico a una pretendida élite que destaca por su asentimiento servil frente a los diktats de la Comisión.
¿Por qué?
Basta con ir a un bar y atender a lo que la gente dice: vivimos en el país con menos orgullo nacional de la UE; aquí habitan los únicos europeos que no quieren ser lo que son. Unos, vascos, catalanes, gallegos, crean un nacionalismo ad hoc para esforzarse en dejar de ser españoles. Otros, la mayoría, los que no tienen la excusa de un idioma propio, sueñan con fundirse en “Uropa”, esa rubia utopía de gente en bicicleta, parques limpios y ciudades coquetonas donde la gente habla inglés sin acento. Ya lo dijo Cánovas en 1876: español es aquel que no puede ser otra cosa, y “Uropa” nos da esa oportunidad, aunque sólo nos quiera de palanganeros. Más vale ser cola de león que cabeza de ratón.
Es decir, nuestros esquemas mentales son justo lo contrario de los que tienen alemanes franceses, ingleses o, incluso, griegos y portugueses. Somos el pariente pobre y vergonzante de la UE. Sólo durante un breve período resucitó el orgullo hispano del tiempo de los tercios: cuando Iniesta metió aquel gol que nos transformó en un pueblo unido durante noventa minutos y una prórroga.
Los orígenes de este problema son muy lejanos: se remontan al siglo XIX, que España empieza como potencia mundial y termina como raquítico sparring de los Estados Unidos. Desde Napoleón, ni nos han invadido ni la independencia nacional ha sufrido ninguna amenaza; esto anestesió el sentimiento de pertenencia a una comunidad popular, ya que en más de doscientos años no se ha encendido ninguna alarma. España es demasiado insignificante como para merecer enemigos externos.
Tampoco debemos olvidar la denigración sistemática de todo lo español que se ha cultivado aquí desde el afrancesamiento de nuestras élites en el siglo XVIII. Cualquier cosa extranjera es preferible a lo propio; por lo tanto, todo lo que tenga marchamo inglés, alemán o francés, “uropeo”, es bueno per se. Lo nuestro, por lo mismo, inferior. Corolario: Bruselas sabrá gobernar a España mucho mejor que Madrid. Y no es fácil quitarle la razón a quienes así discurren, dado el pelaje de nuestros políticos.
La incorporación a la UE supuso una lluvia de oro en los años 80 y 90, y la Dánae ibérica aprovechó la ocasión para abrir bien las piernas. De aquella orgía de pobres hartos de pan tenemos ahora que pagar la factura. La culpa fue de nuestros políticos, no de Europa.
¿Qué es Europa? Una salida de emergencia, una realidad superior a nuestro Estado fallido, la puerta de servicio de la casa del amo, lo que nos permite abandonar fácilmente un país en el que no hemos querido nacer. Por eso los movimientos que crecen y prosperan en Europa mueren aquí nonatos.
Somos el chiringuito de la UE. Carpanta ya no pasa hambre. Vivimos de servir paellas y sangrías a los guiris. Mientras el tinglado aguante y tengamos para gambas: ¡Arriba Uropa!

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