"¡Turistas fuera!" "Refugees Welcome!"

Una única formación política se ha alzado contra la lacra que representa la invasión turística. Ya es desgracia que sean precisamente quienes pretenden sustituir una invasión por otra.

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Cada día es más difícil tener una imagen solitaria y diáfana de la Acrópolis de Atenas sin que salga en la foto la cabeza de un turista que se considera parte del monumento. […] ¿Qué placer puede encontrar uno profanando el dolorido silencio de la historia con una foto de la familia en camiseta o en shorts?

Mauricio Wiesenthal


Una única formación política o, más precisamente, un único sector de la población se ha alzado públicamente denunciando y combatiendo la lacra que, en forma de masiva invasión turística, infecta, junto con nuestras playas, montañas, campos y ciudades, los lugares más emblemáticos de nuestra civilización. Se trata de los comunistas separatistas de la CUP catalana que han emprendido diversos ataques contra autobuses turísticos, instalaciones hoteleras y embarcaciones de recreo, y a quienes se han sumado también los proetarras de Bildu en San Sebastián.

¡Ya es desgracia! Por una vez que alguien del Sistema (¡y vaya si éstos forman parte del Sistema!) toma una iniciativa que no se puede sino aplaudir a rabiar, va y resulta que quienes la toman son quienes pretenden acabar con todo: con la propiedad y la economía, por supuesto, pero también con algo infinitamente más fundamental: con la identidad. Tanto con la identidad sexual cuya disolución propugnan esos acérrimos partidarios de la ideología de género, como con la identidad colectiva: pulverizando a España como nación y destruyéndola como unidad de destino dentro de la Europa masivamente invadida, no sólo por los turistas, sino también y sobre todo por los bienvenidos refugiados”.

El problema es que si uno hace abstracción de todo ello, nada, estrictamente nada, cabe objetar al combate contra el turismo que nos asfixia. Que nos asfixia espiritualmente —replicarán algunos: la mayoría—, pero que nos hace vivir materialmente. Ya…, pues habrá que pensar en vivir de otra manera y con otros medios, porque una sola cosa es indudable: esto no puede simplemente continuar. O detenemos la invasión turística (y la detenemos ya, mediante medidas coercitivas, ahora, cuando aún quedan miles de millones de asiáticos, africanos, árabes… por llegar) o la destrucción de lo más sagrado de todo —del arte y la naturaleza a través de la degradación de sus más emblemáticos lugares— acabará con nuestra civilización y con nuestra identidad.

Ahora bien, ¿qué diablos les puede importar a los perroflautas de la CUP (que yo sepa, los de Podemos aún no se han pronunciado al respecto) cosas como la civilización, la identidad y el arte? Sí, les importa (y mucho) destruirlas, pero… ¿preservarlas? No se entiende en absoluto qué mosca les ha podido picar para, echándose al monte, ponerse a atacar el turismo, “esa fuente de trabajo y riqueza para la gente”. Sólo le encuentro, francamente, dos explicaciones. Una: les molesta excesivamente que la mayoría de los turistas sean (todavía) europeos y de raza blanca. La otra: les resulta insoportable el mucho ruido y gran alboroto que originan las hordas turísticas.

La contradicción de esa gente se ahonda si pensamos en la naturaleza profunda del fenómeno turístico de masas. ¿Qué implica éste sino el acceso de las masas populares de todo el mundo al conjunto de los más emblemáticos lugares del arte y la naturaleza del orbe entero? No hay, en realidad, fenómeno más populista, democrático, vulgar e igualitario que el de la invasión turística. ¿Cómo osan oponerse a él los sumos sacerdotes (y sacerdotisas) del populismo, democratismo e igualitarismo?

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