La Corona de los Tres Reinos

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Hay una alta edad media no romanizada, no cristiana, que habitualmente no es objeto de atención por parte de obras de narrativa, novela o ensayo, propias de nuestro ámbito mediterráneo latinizado. Las sagas nórdicas, tanto de origen islandés como noruego y danés, forman un corpus literario básico que influiría decisivamente en el desarrollo de la literatura occidental, en el orden de los relatos mítico-legendarios distinguidos por su carácter fundacional. Sin las sagas de los tiempos antiguos escandinavas, no es concebible la aparición de relatos como Beowulf, la saga artúrica o el Cantar de los Nibelungos. Por otra parte, la presencia y contradicción en Europa de los pueblos nórdicos, durante todo este largo período, es tan notoria que se plasma en hechos transcendentales en el devenir continental, como el establecimiento de los normandos en el noroeste de Francia que culminaría en 1066 (ya cristianizados), con la conquista de Inglaterra por el duque Guillermo II, el cual, en adelante, será conocido como Guillermo el Conquistador, primero de la Casa de Normandía. En sus andanzas orientales, los pueblos escandinavos tampoco pasaron inadvertidos: la fundación del “Rus” de Kiev es obra, fundamentalmente, de los voragos suecos, vikingos en secular relación (por lo general belicosa), con los pueblos eslavos.

A pesar de esta importancia, podría decirse que determinante, de los pueblos nórdicos en la historia de Occidente, la literatura al uso ha contemplado a “los vikingos”, por lo general y salvo excepciones, como personajes que encarnan un incierto aunque sugerente espíritu bárbaro, irredento, individuos atrabiliarios que encarnan el aventurerismo y la fuerza bruta desatada como elemento dramático, todo ello a través de argumentos que los establecen como contingencia indeseada, accidentes del destino en la normalidad civilizada de los personajes principales. Por esa razón se agradecen novelas como La Corona de los Tres Reinos, en la que los vikingos protagonistas no son parte de una horda naviera devastadora, sin más razón que la sangre ni más juicio que la espada. Por el contrario, el autor, James L. Nelson, se ha esmerado en trazar los perfiles vitales de unos personajes cercanos y, en consecuencia, tratados con el esmero de la argumentación conductual y existencial que todo buena novela exige. Así encontramos al protagonista, el noruego Thorgrim Lobo Nocturno, su hijo Harald, su suegro Ornolf el Incansable, el berserker Starri el Inmortal, Arinbjorn Diente Blanco y otros personajes en este bando noruego que justifican su presencia y actividad en función de intereses muy comunes a lo humano; por tanto, su devenir se libera definitivamente de la presunción “vikinga” para convertirse, naturalmente, en hombres que intervienen sobreviven a los vendavales de la historia, como cualesquiera otros hombres.

Thorgrim Lobo Nocturno es un noruego que ha participado en la reconquista a los daneses de Dublín. En compañía de su hijo Harald y su suegro Ornolf, aguarda en la ciudad pacientemente, en espera de poder volver a la tranquilidad familiar de sus tierras en Noruega. Pero el regreso depende del dinero que sufrague el transporte y del navío que lo lleve de vuelta a casa en compañía de Harald y Ornolf. Por desgracia, Torgrim, Harald y Ornolf no tienen oro suficiente para permitirse el lujo de fletar una embarcación. En tales circunstancias, se ven abocados a una decisión que resulta muy incómoda para Torgrim: participar en el asalto y saqueo de la rica ciudad de Cloyne, bajo mando de Arinbjorn Diente Blanco. Comienza la aventura y al mismo tiempo las cosas empiezan a complicarse.

Una vez alcanzado el beneficio, tras la victoria en Cloyne, no sin grandes esfuerzos y bastante sufrimiento, Thorgrim, de regreso en Dublín, se verá involucrado en una trama de intereses, promesas, ambiciones y chanchullos varios que, de nuevo en contra de su voluntad, van a llevarlo en auxilio de la legítima heredera del reino de Tara, Máel Sechnaill, cuya corona ha sido usurpada por Flann mac Cognaing. La leyenda asegura que quien posea la Corona de los Tres Reinos se proclamará rey de toda Irlanda, y esa corona se encuentra en manos de la intrigante Morrigan, hermana de Flann mac Cognain. En este momento de la novela, los vikingos noruegos se convierten en sujetos que maniobran sobre el trazado de las condiciones históricas, en un juego implacable de poder, ambición y codicia (algo, por otra parte, habitual en la época y en cualquier época). Hay sin embargo en La Corona de los Tres Reinos una voluntad muy determinada de culminar un relato en el que engarcen tanto la narración de hechos de armas y aventuras con la recreación de las intrigas agazapadas entre la nobleza irlandesa y en el propio bando vikingo, todo ello apoyado por unos personajes muy inteligentemente desprovistos del tópico y desarrollados con la necesaria complejidad (no ambigüedad) literaria.

La novela es de lectura ágil, muy amena, y la reconstrucción tanto de secuencias de acción y aventuras como de los ambientes urbanos en Dublín y palaciegos en Tara, así como el subrayado histórico, se perfilan con total verosimilitud.

No obstante, como decía al principio de esta reseña, el principal valor literario que encuentro a La Corona de los Tres Reinos es el de haber sabido trazar auténticos personajes literarios partiendo de arquetipos complicados (más que complicados, contaminados) por la simpleza de los modelos preexistentes. Y esto no es un juego de palabras: a veces la simplicidad tiene un peso excesivo y hace muy difícil, prácticamente imposible, romper con los tópicos y dar una perspectiva distinta a las fórmulas de éxito establecidas. Pues es bien cierto que las leyendas y los mitos tienen una enorme fuerza en el ideario común y particular, pero la potencia inversa, la de los tópicos, tampoco debe desdeñarse. Yo creo que James L. Nelson ha conseguido enfrentarse a ellos y desembarazarse de su excesiva opresión para generar lo más difícil: una memorable obra literaria.

La Corona de los Tres Reinos

James L. Nelson

Traducción de Pedro Santamaría.

Ed. Pámies. Madrid, 2017.

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