Veleta Sarkozy y la unión euromediterránea

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Josep Carles Laínez
 
Después de traicionarnos con el asunto de Turquía, el risueño presidente de la república francesa, a quien, hasta cierto punto, me arrepiento de haber defendido (y muchos de sus colaboradores franceses, y de derechas, también, visto el ingreso de ciertos personajes en su gobierno), nos sale ahora con la plasmación de unas palabras que, oídas ya en el discurso improvisado la noche de su triunfo, nos hicieron estremecernos y pensar: ¿por qué animal político he ofrecido la puja de mis líneas? El nuevo fantasma, en proceso de gestación, se llama “Unión Euromediterránea” (curiosamente, sus siglas también son UE), y su adalid está con la euforia de un feliz aterrizaje. Para no ser menos, claro, y a toro pasado, el imprescindible escanciador de notas de humor, Miguel Ángel Moratinos, sigue cual Milú bien alimentado las huellas de su Tintín.
 
¿Más uniones? Para estupideces, ya tenemos la ONU (e incluso, a veces, esa UE de nuestros resquemores), mucho más grande y donde todos, además, somos hermanos, hablamos con sonrisas, y, al acabar, nos vamos de cena por la capital del mundo entre neones. Por tanto, a la hora de sumar países y saludos, no hay ninguna necesidad de ella. No obstante, si de verdad va en serio ese no-se-sabe-qué de la UEM, deberíamos ponernos en guardia y al acecho, pues, para quijotes, los españoles ya nos bastamos.
 
Si esa unidad futurible se va a basar en las proverbiales enseñanzas de Rodríguez Zapatero y su buena nueva, nos volvemos a encontrar con un tema aborrecible. Quizá la estrategia consiste en aburrir, en machacar hasta el agotamiento, en dejar extenuado por tedio al contrincante (nosotros, claro). Repetiremos las ideas cuantas ocasiones deseemos (o nos dejen …), pero no cambiará el tuétano del mensaje, las líneas del cual, con gusto, vuelvo a expresar aquí:
 
Europa tiene unos límites continentales clarísimos en su fachada occidental y mediterránea. Cualquier intento de agregar países africanos o asiáticos a un proyecto político-cultural habrá de partir, por tanto, de personas incultas, con ocultos intereses, o ambas cosas. Tal hecho conllevará, más tarde o más temprano, nuestro aniquilamiento.
 
En segundo lugar, nadie desea ningún conflicto armado. Sin embargo, eso no significa autoinmolarse para no defenderse. El suicidio, además de cobarde, es traidor.
 
En tercer lugar, es imposible unión alguna entre sociedades democráticas y regímenes dictatoriales, por muy disfrazados que éstos se presenten. La reciprocidad ha de ser un requisito imprescindible en cualquier diálogo. Con otras palabras, Sarkozy no puede pagar la formación de los imanes argelinos residentes en Francia cuando Argelia ha prohibido cualquier actividad cristiana misionera bajo pena de cárcel.
 
Y, por último, en esta moda de recuperación de la memoria histórica, los europeos habrían de plantearse qué eran Marruecos, Argelia, Túnez, Libia y Egipto antes de ser musulmanes y países de nuevo cuño surgidos del terrible proceso de descolonización… La respuesta es sencilla: eran Roma, es decir, Europa. Y algunas provincias, como la Mauritania Tingitana (más o menos, el norte de Marruecos), formaban parte de la Hispania administrativa. Eso fue antes de la llegada de los invasores islámicos y su política de destrucción y muerte. A partir de ese momento, fueron erial, tierra conquistada; tierra perdida, para nosotros.

Mientras el olvido sella nuestra historia, seguimos teniendo, para mal, políticos que no nos merecemos. Sarkozy, el último de los fiascos, más sonriente que nunca.

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