Se ipsa torquens

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Cuando España y Portugal trataban de entrar en el Mercado Común, yo sostenía que no debían hacerlo por separado, sino juntas, en una especie de comunidad económica como el llamado Benelux, por ejemplo. Y es que yo me venía venir el estado de cosas que ha seguido a los acuerdos de Niza, en que los países grandes quieren imponer su ley a los pequeños. Ahora, para acabarlo de arreglar, se recrudece la cuestión de los separatismos que, si se salen con la suya, harán que España pase de país europeo de segunda a país de tercera. Nada digamos de las nacionzuelas resultantes del descuartizamiento de España, junto a las que Portugal podría pasar por gran potencia.
 
Ya sé que invocar y defender la unidad y la grandeza de España no está bien visto, pero es que no se me alcanza cómo sin grandeza y sin unidad puede ser libre una nación en el “concierto de las naciones civilizadas”. Si el régimen actual quiere sacar al país del atolladero en que lo metieron los siete sabios de Gredos con su chapuza constitucional, tendrá que empezar por reconocer que esa guerra civil que tanto lamentan los que la provocaron y la perdieron sirvió por lo menos para sacralizar esa unidad y esa grandeza y devolver así a España algo del peso político perdido en los dos siglos en los que le fue aplicable el diagnóstico que en el siglo XVI emitió para Europa el doctor Laguna: Se ipsa torquens.

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