¿Un nuevo horario en el instituto?

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Lo vi completamente claro hace unos días, en clase de Filosofía con 1º de Bachillerato. Son muchas las cosas que habría que cambiar en nuestros institutos; y una de ellas, y no de las menos importantes, es el horario lectivo. En vez de seis clases al día, desde las 8´10 hasta las 14´15, como tienen mis alumnos, ¿qué pasaría si sólo diesen cuatro?

Sí, sólo cuatro: de 8´10 a 12´10, con un recreo enmedio. Luego, a las 12´10, otro pequeño recreo, y a continuación dos horas de estudio dirigido dentro de la propia clase, con un par de profesores -uno de Ciencias y otro de Letras- a los que preguntar dudas. Dos horas para estudiar, repasar, hacer ejercicios etc. etc. Disponiendo, además, de los medios necesarios -diccionarios, atlas, una enciclopedia; si se estima conveniente, unos cuantos ordenadores con conexión a Internet- para realizar las consultas pertinentes. Si se aprovechara bien estas dos horas, se reduciría considerablemente el tiempo de estudio vespertino, y tal vez incluso se podría prescindir de él por completo -lo cual, por cierto, le parece lo más deseable al autor de estas líneas-. Las tardes no son para pasárselas estudiando. Un servidor nunca lo hizo. Por las tardes estaba demasiado ocupado jugando al baloncesto y al ajedrez, yendo al cine, viendo en la tele los documentales de Cousteau, leyendo a Kafka y a Borges en una cafetería o simplemente paseando por ahí, mientras me las había -sin demasiado éxito, la verdad- con el galimatías psico-afectivo de un adolescente rebelde y problemático.
 
Cuatro clases al día, nada más que cuatro. Cuatro horas de clase cinco días a la semana dan veinte horas: suficiente para seis asignaturas de tres horas y una de dos. Si me apuran, diré que bastan hasta menos: tres días a la semana cuatro horas, y dos días sólo tres; lo cual abriría el espacio para diez o doce horas de estudio dirigido, parte de las cuales también podrían utilizarse para otros fines (cinefórums, coloquios, horas de lectura, conferencias, trabajos en equipo, competiciones deportivas etc.). ¿Habrá alguien tan necio, que opine que con seis asignaturas en dieciocho horas lectivas se aprendería menos que con diez u once en treinta, que es lo que ahora tenemos? Atiborramos a los alumnos con un exceso de materias que luego rinden unos réditos paupérrimos en términos de aprendizaje real. Es hora de cambiar el chip radicalmente. Lo sabemos bien desde hace tiempo: menos es más. Y aún menos es tal vez aún más.
 
Cuatro clases al día, sólo cuatro. Para que haya tiempo de masticar y digerir lo que se aprende. Para empezar a escapar de esta lógica absurda que hemos instaurado en un sistema educativo desquiciado, nocivo, tóxico para las mentes y los corazones. Para que nos demos cuenta de que, simplemente con un cambio tan sencillo como el que aquí se propugna, se podría empezar a salir de Matrix e iniciar - sin alharacas, sin gestos grandilocuentes, sin hacer ruido-, una verdadera revolución.  
 
Vivimos hoy bajo la tiranía del rendimiento, de lo cuantitativo, de una productividad que finalmente no es tal. Ciegos para las verdades del sentido común, nos hemos convertido en esclavos de unos esquemas apriorísticos que ya cada vez más raramente nos replanteamos. Suponiendo que los actuales institutos de bachillerato aún sean necesarios -que a lo mejor es mucho suponer-, ¿por qué demonios hay que llenar de horas lectivas todos los huecos del horario desde las 8´10 de la mañana hasta las 14´15? ¿Es que hemos perdido la capacidad de advertir que las cosas pueden hacerse de una manera distinta de esa -anquilosada, asfixiante- como hoy son?  
 
Cuatro clases al día, sólo cuatro. Entre otras cosas, a fin de que los profesores tengamos tiempo para hablar con los alumnos. Tal vez para que empecemos a estar con ellos de otra manera. Como siempre habríamos debido hacerlo.

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