Argentinos y españoles

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Es muy feo verse en un espejo y que la imagen reflejada no nos guste para nada. Las clases medias española y argentina son como un espejo. Por eso a veces no se quieren, porque una refleja los defectos de la otra. Los mismos planes educativos, la misma ideología progresista, la misma soberbia, el mismo egoísmo, las mismas actitudes.
Los argentinos jamás nos “bajamos del caballo”. Los españoles tampoco. A ambos nos va muy mal, pero sabemos todo lo que hay que saber de cualquier cosa que nos pregunten. A ambos nos aplican alternativamente los mismos experimentos políticos, sociales y culturales, tanto que ciertos dirigentes van y vienen, se quieren y se apoyan mutuamente en beneficio propio.
Nosotros, el pueblo, no hacemos lo mismo. En vez de pensar en lo mucho que tenemos en común, rechazamos al otro porque necesitamos no asumir nuestra propia imagen del espejo. Somos dos sociedades y dos países con demasiadas similitudes y un destino común a como van las cosas: la disolución, el abandono de toda soberanía a manos del mismo poder financiero, tecnológico, político.
Sin embargo nos creemos gente inteligente, laboriosa, esclarecida. Es mentira. No hay nada más estúpido que las clases medias apolíticas con su egocentrismo local, de país burguesito, de pueblo prolijo y vacío, ya sin alma, de región que se cree mejor que otra región. En el barrio decíamos de niños ¿Y este a quién le ganó? No le ganamos a nadie desde hace ya mucho tiempo.

Hay unos cuantos argentinos que dicen ser mejores que los españoles y unos cuantos españoles que no quieren a los argentinos ¡Qué cosa divertida! Dos soberbias de la decadencia enfrentadas ahorrándose el psicólogo o complementando el tratamiento de autoestima. Dos campeones del progresismo vacío que aman sus artículos de consumo y sus pulsiones enfrentados en el coliseo de los gladiadores del progresismo. Es que ambos somos perfectos. Perfectos en ver cómo se disuelve el esfuerzo de nuestros antepasados que son los mismos, de nuestra cultura que es la misma, de nuestra tradición que es la misma. Pero claro…, nosotros ya no somos los mismos. El abuelito en Argentina o en España amaba la tierra, sus plantas y sus animales. Cultivaba la amistad, tenía firmes convicciones por las cuáles se jugaba la vida y en ningún caso, pensara como pensara, entraba en sus cálculos la desaparición de su patria sin pena ni gloria por un precio tan módico como el morir en cuotas impagables, mientras a un lado y al otro del océano los primos se miden a ver cuál de los dos es el más perfecto. 

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