¿Por qué puede caer España?

¿Y si además de nuestros grandes enemigos (ya sabemos cuáles…), hubiera otro mucho peor: nosotros mismos?

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El fenómeno es tan inexorable que casi dan ganas de enunciarlo como una ley física: la caída de una estructura política no la provoca la acción exterior del enemigo, sino su demolición interna. La clave no está en las flechas arrojadas desde fuera, sino en las termitas alojadas dentro.
En pocas cosas es tan elocuente la historia de la Humanidad.El cristianismo no habría podido implantarse en Europa si los viejos cultos paganos no hubieran sido objeto de mofa desde tiempo atrás. Los bárbaros nada habrían podido contra Roma si ésta no hubiera sustituido la milicia por la molicie. Sin disolución y corrupción interna tampoco los otomanos habrían abatido Bizancio, ni los bolcheviques el régimen zarista. El Antiguo Régimen se derrumbó cuando los propios aristócratas y reyes asumieron las críticas de sus enemigos, aplaudieron sus burlas e incluso, como María Antonieta, fueron a poner flores a la tumba de Rousseau. El Imperio Británico no fue vencido militarmente por hindúes y nigerianos, sino que se diluyó cuando los británicos dejaron de creerse su papel de civilizadores de los pueblos afroasiáticos. Tampoco el desprestigio de la Iglesia Católica ha llegado de fuera: si hoy está en las últimas es gracias a su empeño en autodestruirse, tan evidente desde, por lo menos, mediados del siglo XX. Y, de modo paralelo a lo que sucede con la religión sobre la que se edificó Occidente durante dos milenios, éste no tardará en desaparecer por sus propios méritos: lleva demasiado tiempo riéndose y odiándose a sí mismo como para que ahora pueda evitar su derrumbe en el improbable caso de que lo intente.
Lo mismo le sucede a la enfermizamente autocrítica España, principal gozadora de su propia denigración. Pues la nación discutida y discutible no caerá por la acción de los separatistas que niegan su existencia, sino por la indefensión provocada por los españoles que llevan por lo menos un siglo despreciando y odiando a su propia nación, concentrados sobre todo en eso que se llama izquierda. Aunque a estos efectos la izquierda comienza bastante a la derecha.
© Libertad Digital

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