En la muy ilustre Villa y Corte

El gulagcito

Los intereses del tiburón bancario y de la viperina izquierda enragée coinciden: globalización a ultranza y destrucción de las naciones para crear un melting pot planetario, sin identidad, ni arraigo, ni sentimiento de pertenencia.

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Tengo la fortuna de no vivir en Madrid, paso en raras ocasiones por esa cloaca moral y política que es la capital del Estado y no sufro las gabelas, sanciones, caprichos y alcaldadas de su equipo municipal, posiblemente el más rapaz y chulesco del país. No me refiero sólo al soviet que desgobierna ahora, sino a todos los consistorios que conocí mientras tuve la desgracia de ser ciudadano de la Villa y Corte. Del Madrid de mi infancia y juventud queda poco: es todo más cursi, más caro y más comercial, la ciudad apesta a dinero y a pretensiones de nuevo rico. Peor aún, los viejos bares de mis años mozos (Los Pepinillos, El Maragato, Los Lagartos, el viejo Riaño, etcétera) han pasado a mejor vida o se han convertido en horribles esperpentos de diseño, donde la mahou se vende a precio de La Veuve Clicquot. Cuando este era un país libre, allá por los ochenta y los noventa, uno podía ir de bares hasta el amanecer, encargar por cinco duros aquellos míticos cubatas del Kwai o beber una litrona alegremente en un banco junto a los amigos; con menos de veinte euros actuales se aguantaba muy bien todo un fin de semana, ¿verdad, Javier, Fernando, Carlos, Frank?  El Madrid de aquellos años, antes de la peste popular, era una ciudad sucia, destartalada y caótica, pero divertida, barata y espontánea; vital, joven y llena de gente, no de oficinas y espantapájaros en bicicleta. Esto que os cuento suena ya tan legendario como la Atlántida.

Pero no quiero hablar de mis nostalgias, sino de una noticia que sorprendió a un buen amigo, quien me la comunicó entre consternado e incrédulo; pero como luego la vimos confirmada por toda la prensa de la biempensancia, no nos quedó más remedio que darle curso legal: el ayuntamiento de Madridgrado dispone de su propio gulagcito, de una policía política que se dedica a amordazar las opiniones disidentes y que incurren en afirmaciones cercanas al delito de odio, cuya tipificación es tan moldeable, acomodaticia y capciosa como los intereses de la autoridad de turno. Véase el caso del autobús de Hazte Oír.

 Como es de rigor en toda iniciativa municipal, el objeto de esta partida de la porra no es sólo aterrorizar a los que no comulgan con las ruedas de molino habituales, sino que tiene un evidente fin recaudatorio: las víctimas de la Stasi podemita tienen que pagar fuertes multas por opinar a contrapié, con lo que el consistorio rojo une a los goces de la persecución ideológica el deliquio del atraco pistola en mano. Además, al tratarse de sanciones administrativas y no penales, la protección jurídica del reo ante la juez Carmena es casi nula. La multa se cobra por las buenas o por las malas o por las peores. Luego, usted reclame, que su recurso será revisado ad kalendas graecas. Es el mismo sistema expoliador y tiránico de las multas de tráfico o las sanciones de Hacienda. ¡Así se las gastan los demócratas! Como solución provisional para la defensa de la legalidad y los derechos humanos no está nada mal: sólo queda que se restauren el tiro en la nuca, el "paseo" y las fosas comunes al estilo de Katyn, pero de momento hay que avanzar paso a paso por el sendero luminoso que conduce al paraíso podemita.

A mí tampoco me sorprende mucho esto. Todo comunista lleva dentro un policía, un inquisidor y un chivato. Hay en los marxistas leninistas un no sé qué de sectario, de fraile escolástico, de teólogo rancio, de perseguidor puritano, que los emparenta con Calvino, Savonarola o Thomas Münzer, obsesos del poder y del control de las conductas privadas. Cuando leemos a los clásicos de la iglesia estaliniana, no vemos otra cosa en sus polémicas y condenaciones sino una versión aburrida y burocrática del Adversus hæreses de san Ireneo o del Malleus maleficarum. Si alguna ideología moderna se ha dedicado a cazar brujas y a organizar autos de fe inquisitoriales, esa es el comunismo. Por lo tanto, me parece perfectamente natural que creen una policía política allá donde acumulen algo de poder. Desde la Revolución francesa, cuando Saint-Just proclamó la necesidad de un Estado policial para defender las conquistas de 1789, nada ha cambiado en la sinistra.

Como todos los organismos burocráticos, la Lubianka de la Plaza de la Villa irá acumulando más y más competencias para conseguir más presupuesto y más personal. El monstruo crecerá hasta convertirse en un poder independiente, con sus Yagodas y sus Berias a las órdenes de Carmena y sus cuates. No hace falta ser un adivino para saber cuáles serán los siguientes pasos de la GPU zarzuelera: agentes secretos, guardias rojos de paisano y soplones irán por bares y tascas multando a quienes, al calor de un sol y sombra, de un magno o de un larios cola suelten cualquier improperio de tintes racistas, heteropatriarcales, homófobos o islamicidas. Multa al canto y tentetieso. De todos es sabido que los delatores siempre tienen abundante trabajo donde el partido ejerce su dictadura sobre el proletariado.

¿Cómo evitar la multa por un exabrupto emitido en el calor de una discusión alcohólica o tras un gol del delantero centro musulmán del equipo contrario? No existen detectores de chivatos, esto no es como lo de los radares; tampoco hay señales que nos anuncien su presencia. Pero si ve usted a un universitario enclenque, con coleta, paliducho, encogido de hombros, con pinta de gafapasta cornalón junto a una novia fea y agria, procure mantener la boca cerrada o todo el inextinguible resentimiento de un alfeñique malfollado recaerá sobre usted en forma de denuncia: no se le ocurra ironizar sobre los cofrades de la Santa Hermandad gay, ni pedir medidas contundentes contra el imparable fundamentalismo religioso (ni se le pase por el magín usar el adjetivo "islámico"), ni afirmar que la emigración puede destruir la cohesión de la naciones receptoras, ni decir que Franco hizo cosas buenas. Sin embargo, no todo está vedado; hay genocidios que no son odio: los ucranianos, los kulaks, las víctimas del Gran Salto Adelante y de la Revolución Cultural. También los reaccionarios que se opusieron a Pol Pot y a Abigael Guzmán son perfectamente exterminables. Por supuesto, se puede alabar la acción de las chekas en la defensa de la legalidad republicana y la necesidad de torturar y ejecutar a los fascistas y a los curas. No hay odio en Paracuellos. Otrosí, se puede hacer mofa, befa y escarnio de la religión católica: el sacrilegio y la quema de capillas son lo más fashion entre la élite académica podemita. Puede usted reírse y hacer chistes macabros sobre las víctimas del terrorismo etarra (un progre comme il faut siempre presume de los potes que se bebe en la herriko taberna cuando viaja a Euzkadi). Puede asimismo soltar toda clase de frases ofensivas siempre que recaigan sobre población heterosexual y blanca, perdón: caucásica. Es recomendable menospreciar la virilidad, la familia tradicional —no digamos ya la numerosa— y preferir la vida de un gorila a la de un niño o la de un toro a la de un torero. Puede usted ciscarse en España, quemar su bandera y pitar a su himno y a su rey. Como salta a la vista, hay muchas acciones que no suponen odio.

El gulagcito de la Derechita

Pues, con todo, esto no me sorprende tanto como lo que sucedería si el ayuntamiento bolchevique de Madrid fuera vencido por lo que damos en llamar "Derecha" y que sólo es una izquierda de efecto retardado. Una vez expulsada la morralla maoísta de las concejalías, el gulagcito seguiría funcionando exactamente igual y con los mismos métodos y principios que ahora. Las derechas no saben de valores, sino de precios, y han adoptado el mismo enfoque filosófico que la izquierda sartriana... sin leerla, por supuesto. Aunque Podemos desaparezca de las instituciones, su ideología forma parte del Sistema, donde el capitalismo salvaje se une al marxismo cultural más fanático. Los intereses del tiburón bancario y de la viperina izquierda enragée coinciden: globalización a ultranza y destrucción de las naciones para crear un melting pot planetario, sin identidad, ni arraigo, ni sentimiento de pertenencia, un hormiguero consumista de individuos alienados al extremo. En el camino han sido "paseados" los conceptos de patria, por una parte, y de socialismo, por otra. Ahora hay que evitar que alguien los exhume de alguna cuneta. 

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