"La Casa en el Árbol"

"La Casa en el Árbol: Para que nuestros hijos vean lo que nosotros soñamos", dicen ellos mismos. ¿Y quiénes son ellos? Son una novedosa e interesante iniciativa en forma de presencia en la Red que tiene bastantes puntos en común con El Manifiesto. Así pues, nos hemos encaramado al árbol y les hemos hecho una entrevista.

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Resulta alentador encontrar gente con quien sientes de inmediato, de entrada, una importante afinidad de inquietudes e ideas. Y ello independientemente de que haya algunos puntos, incluso importantes, sobre los que podamos divergir. Por ejemplo, en materia de orientación confesional o el hecho de que en El Manifiesto recusamos cualquier definición en términos de “derecha” o “izquierda”. Consideramos que ambos términos están tan gastados, tan manoseados, que utilizar cualquiera de ellos —incluso aquel al que, aparentemente, deberían ir nuestras simpatías— nos produce, primero, repelús; y, segundo, constituye, una profunda fuente de confusión. Una confusión consistente en el simple hecho de que no nos podemos reconocer en ninguna de las derechas (y ya no digamos izquierdas) existentes.
Toda esta introducción para preguntaros: ¿No os da miedo esta confusión cuando os definís como “derecha social”? Puesto que, en últimas y dejando de lado subdivisiones y matices, sólo hay tres grandes derechas: la liberal, la fascista y la tradicionalista, ¿no os da miedo veros encasillados en alguna de las tres?
Buscábamos una forma de definirnos relativamente sencilla y con cierta atracción inicial. En realidad, la expresión “derecha social” contiene un elemento transversal. La derecha tal y como se entiende hoy en España es fundamentalmente mercantilista. Es una derecha de intereses y no de valores. Esta es la idea que tenemos en la cabeza cuando utilizamos la expresión “derecha social” en nuestro blog (www.lacasaenelarbol.net)  y en nuestro twitter (@Enelarbol).
El riesgo de no definirte tú es que sea el adversario quien te defina. No nos preocupa mucho que nos encasillen. De hecho, se da la paradoja de que alguien que no se define como ni de izquierdas ni de derechas pasa a ser sospechoso de ser un derechista que viste de paisano.
Es verdad que los términos de “izquierda” y “derecha” han cambiado notablemente a lo largo del tiempo, se han desdibujado y manipulado mucho y actualmente resultan insuficientes para abordar fenómenos nuevos como la globalización, la ecología o la manipulación genética. La Casa en el Árbol defiende valores de la cultura de derechas como la familia, la comunidad, la identidad, el arraigo, el bien común, el patriotismo sano, la soberanía de los pueblos, la propiedad privada y nuestras costumbres. A la vez defendemos otras ideas que, con buen criterio o no, se asocian comúnmente a la izquierda: la protección de la naturaleza, la solidaridad y el compromiso social, el localismo, la denuncia de los excesos de la economía de casino y la introducción de mayores niveles de participación ciudadana y de instrumentos de democracia directa. Por eso, también nos definimos a veces como una tercera vía.
Esta necesidad de romper con los moldes ideológicos al uso es la que dio lugar al nombre de La Casa en el Árbol. Creemos que, en el circuito oficial, quienes dicen defender nuestros valores en realidad no los representan y siempre los acaban supeditando a otros intereses políticos o económicos. La derecha mercantilista piensa ya como la izquierda en muchas materias morales, sostiene un modelo económico de trabajo precario que dificulta la vida de las familias y que pone en riesgo una naturaleza y un territorio que debería conservar. También impulsa un modelo político que desarbola la soberanía de los pueblos para entregarla a entes supranacionales y antidemocráticos. Por eso nosotros, un pequeño grupo de amigos descontentos, decidimos hace un tiempo reconstruir nuestra cabaña de la infancia y volver a imaginar desde allí un mundo nuevo. Un mundo de ideas nuevas.
 
Y si en caso de que, de estas tres derechas, fuera la tradicionalista aquella hacia la que fueran vuestras mayores simpatías, ¿no habría contradicción entre ello y el espíritu iconoclasta, que, lleno de aire fresco y nuevo, sopla en vuestras páginas?
Para nosotros la tradición es una buena fuente de inspiración, pero no nos consideramos estrictamente tradicionalistas. Compaginamos tradición y revuelta. La tradición no es lo antiguo, sino lo permanente, lo actual. Chesterton decía que “la tradición es la transmisión del fuego, no la adoración de las cenizas”. Los amigos de La Casa en el Árbol no trabajamos para reestablecer el pasado, sino para recuperar lo permanente. Eso es, al final, un mínimo irrenunciable: la dignidad de la vida, la familia como célula básica de la sociedad, la comunidad como espacio de cohesión y co-responsabilidad, el sentido de pertenencia, el de justicia y el de trascendencia. Cuando, como le ocurre hoy a nuestra sociedad, no sabes a dónde vas, es importante no olvidar quién eres y de dónde vienes.
También somos profundamente iconoclastas, porque en un mundo al revés como el actual, el sentido común es revolucionario. Somos contestatarios porque nos rebelamos contra el desorden establecido. Dentro de nuestras modestas posibilidades, en nuestro blog intentamos aportar reflexiones para salir del asfixiante clima de corrección política que se respira hoy en día. Todo ello es perfectamente compatible con aportar una imagen actual y un lenguaje desinhibido. En La Casa en el Árbol creemos que podemos cambiar nuestras hojas, pero no nuestras raíces.
 
Una de las cosas que nos preocupa en El Manifiesto (lo expresábamos recientemente en un artículo de fondo) es la siguiente. Por sordo, minoritario y desprovisto de cauces que aún sea, anida en nuestra sociedad todo un malestar que está indudablemente ahí. Darle cauce y expresión es precisamente nuestra tarea. Pero ¿no os parece que esta tarea se ve tremendamente dificultada porque hasta ahora nadie ha sido capaz de plasmar ese malestar, esa inquietud, en un auténtico Proyecto? Un Proyecto positivo, queremos decir. No sólo una denuncia negativa. Con otras palabras,¿no nos hace falta un Proyecto en el que no sólo se denuncien los actuales males del mundo —esto lo hacemos todos muy bien—, sino en el que se expresen al mismo tiempo alternativas claras y tangibles? ¿Cuáles podrían ser éstas para vosotros?
Totalmente de acuerdo. Existe un evidente malestar en nuestra sociedad que busca nuevos cauces para expresarse. La confianza en las instituciones se ha resquebrajado y la sociedad civil recela abiertamente de la clase política. Nos guste o no, se ha popularizado el término indignación para definir el estado de ánimo de amplias capas de la población. Es un buen momento para replantearnos con valentía y audacia nuestras reglas de convivencia y de organización. Nuestros vecinos están deseando escuchar nuevas propuestas y no van a encontrarlas ni en los viejos partidos ni en los canales de información que los sostienen.
Precisamente, en el librito Indignaos encontramos una buena pista. Esta obra no dice gran cosa, pero en ella Hessel lanza una idea muy clara: sólo la ilusión tiene fuerza para mover a la gente. La crítica pura, sin un proyecto alternativo que la acompañe, lleva al pesimismo y la apatía. Tenemos que aprender a reflexionar al margen de o más allá del discurso dominante, entendido como una combinación de mercantilismo de supermercado global y una ideología relativista.
En nuestra opinión, un Proyecto alternativo debería construirse sobre una óptica comunitarista y de justicia social. Recuperar la defensa del bien común en política, en la línea de Aristóteles y Santo Tomás de Aquino, es un buen punto de partida para ofrecer una respuesta al excesivo individualismo de hoy. Es precisamente este individualismo el que convierte a los ciudadanos en átomos sociales, indefensos ante el poder de los mercados o del gobierno de turno. Entre el Estado y el ciudadano está la comunidad y los cuerpos intermedios (las familias, los colegios profesionales, las asociaciones culturales y cívicas, etc.). Son estas estructuras las que interesa reforzar para contar con los necesarios contrapuntos al poder y recuperar la armonía en la sociedad.
Por otro lado, uno de los grandes debates de nuestro tiempo es el papel que debe ocupar la economía. En el blog intentamos generar ideas para introducir en el debate el distributismo. Se trata de una hermosa tercera vía que se inspira en la doctrina social cristiana y que va más allá del capitalismo y del socialismo. Fue concebida por Chesterton, Belloc y otro puñado de intelectuales disidentes pero fue desbaratada por la llegada de las guerras mundiales. En el socialismo todos los bienes de producción están en manos del Estado y en el capitalismo se tiende al oligopolio y al monopolio, de forma que toda la propiedad acaba en pocas manos. El distributismo instaura una perspectiva familiar y trata de asegurar que la mayoría de las personas se conviertan en propietarios de la propiedad productiva. Pequeña propiedad privada para todos. En el mundo anglosajón existen hoy economistas y políticos que se definen abiertamente como distributistas. Es una escuela de pensamiento que en España apenas se conoce pero que tiene buenas oportunidades para arraigar debido a la huella católica que todavía hay en nuestra cultura.
 
¿Cómo compagináis la labor de pensamiento y reflexión que implica una tarea como esa en la que estáis metidos, y la labor de movilización o de sensibilización a la que ello debería conducir? Y ello por más conscientes que seáis —nosotros también…— de que todo lo que hacemos no es con vistas a su éxito inmediato sino de cara a su plasmación a largo o incluso muy largo plazo.
Efectivamente, nosotros trabajamos a largo plazo. El lema de nuestro blog es “para que nuestros hijos vean lo que nosotros soñamos”. Es una frase que encontramos en la primera página del Curso general de disidencia, de José Javier Esparza, y que nos ha inspirado mucho. En el fondo, somos eso: soñadores e idealistas. Nosotros sembramos semillas hoy, con la esperanza de que otros vengan detrás y puedan recoger los frutos.
Respecto a nuestra estrategia, somos gramcistas. Igual que el revolucionario comunista, creemos que la verdadera batalla que debe librarse es la batalla de las ideas. Si conseguimos influir en la cultura dominante, en ese consenso de ideas comúnmente aceptadas, los cambios políticos reales vendrán después de forma natural y gradual. Por propia exigencia de los ciudadanos.
Hoy vivimos en una cultura tóxica. Constantemente se repite el mantra de que en Europa estamos viviendo el periodo de mayor prosperidad de la historia. Sin duda hemos avanzado mucho en algunos campos, sobre todo en el bienestar material, pero nunca antes habíamos vivido con los actuales índices de depresión, suicidio, divorcio, aborto o soledad en la vejez. Triunfa la canción (Because I’m) Happy, pero, paradójicamente, la población es profundamente infeliz. Por eso es necesario alzar una nueva voz que devuelva la ilusión al ciudadano de a pie. Frente a la actual cultura que destruye, es necesario oponer una cultura que construya.
Compaginar la reflexión política con la movilización no siempre es fácil, pero lo consideramos útil y necesario. Tenemos una buena fuente de inspiración en el movimiento altermundista. Este conglomerado de corrientes ecologistas y de economía heterodoxa (no marxista) se ha gestado durante cincuenta años en la periferia del pensamiento de izquierda. Han sabido mantener vivos sus pasquines y sus revistas alternativas para debatir cómo hacer realidad ese “otro mundo posible”, pero a la vez han estado activos en los barrios a través de asambleas, talleres, conciertos, etc. Hoy han salido de la marginalidad y los vemos acampados en Sol, dando entrevistas en televisión y con varias candidaturas al Parlamento Europeo.
Nosotros también estamos a tiempo de ofrecer una respuesta a las carencias de la cultura actual. La sociedad de la información nos ofrece nuevos canales para superar la censura mediática y difundir nuevas ideas. Sobre todo entre los jóvenes, que aún son idealistas y todavía no han sucumbido ante el pragmatismo y la presión social. Como dice Tolkien, “cuando no falta voluntad, siempre hay un camino”. No debemos tener miedo a ir a contracorriente.

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