¡Fora Don Quixot!

Calentitas todavía las celebraciones cervantinas, merece la pena rememorar brevemente la campaña hispanófoba que organizó el catalanismo hace un siglo.

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Calentitas todavía las celebraciones cervantinas, merece la pena rememorar brevemente la campaña hispanófoba que organizó el catalanismo hace un siglo aprovechando el Desastre del 98 y el tercer centenario de la publicación del Quijote, que se celebró siete años después.
Porque, a pesar de haber sido Cataluña la región más patriotera y belicista durante toda la guerra, como lo demuestran los periódicos catalanes de le época, incluidos los de la extrema izquierda (La Campana de Gracia, La esquella de la Torratxa), a partir de la derrota aquellos mismos periódicos, y sobre todo los catalanistas (La Veu, La Tralla, ¡Cu-Cut!), comenzaron a echar la culpa de lo sucedido a la España castellana.
Por aquellos años se acuñó el concepto quijotismo para definir a una Castilla perezosa, fanfarrona y anclada en las glorias militares del pasado frente a una Cataluña industriosa, realista y moderna. Así pues, los únicos responsables de la pérdida de las provincias de ultramar, de las que tanto beneficio había obtenido la burguesía industrial –y negrera– catalana, habrían sido los castellanos, de espaldas a la realidad y empeñados en desfacer entuertos como el trastornado hidalgo cervantino, en quien los catalanistas personificaron el indeleble carácter castellano. Probablemente uno de los principales forjadores de esta idea fue Valentín Almirall, pues ya en 1886 había explicado que los pueblos europeos, según sus virtudes y características, podían ser clasificados en una escala cuyos extremos serían el positivismo basado en el sentido pragmático individualista y el idealismo basado en el afán de abstracciones. Según Almirall, el primer extremo estaría ocupado por los anglosajones y el segundo, por los castellanos, respectivamente representados por John Bull y Don Quijote.
A bote pronto, que es como suelen construirse las opiniones políticas, el enunciado parece atractivo, pero el problema es que no tiene nada que ver con la realidad. Porque la prensa catalana de aquella época reflejó que los catalanes fueron igual de patrioteros, fanfarrones y quijotes que los demás españoles. En cientos de ocasiones se rieron de los yanquis, los insultaron de todas las maneras posibles, sobre todo llamándoles borrachos y tocinaires –la versión regional del salchicheros nacional–, les acusaron de materialistas y echaron mano a las glorias militares del pasado para apoyar sus argumentos.
Un solo ejemplo entre mil: el 29 de abril, dos días antes del hundimiento de la flota española en Cavite, La Esquella de la Torratxa menospreciaba tanto el materialismo de los estadounidenses, "rassa de mercaders sense conciencia", como la superioridad técnica de sus buques. Y explicaba así el motivo por el que daba por segura la victoria española:
Y es que ‘ls barcos espanyols posseheixen lo que no tenen ni tindrán may los barcos de Nort-América. Los barcos d’Espanya tenen una ánima, l’ánima de la nació, que quan se tracta de un empenyo d’honra, no conta ‘l número, ni mediex lo poder dels séus enemichs. Tripulan los barcos americáns gent mercenaria, aventurera, reclutada per diners, qu’ estiman la vida per lo que ‘ls val y ‘ls reporta; tripulan els nostres los dignes successors del héroes de Lepant y dels mártirs de Trafalgar.
Muy rápida y desvergonzadamente iban a olvidar los periodistas catalanes, y una parte muy considerable de los catalanes en general, estas efusiones patrióticas tras la aplastante derrota ante los buques yanquis. Pues en cuestión de días, si no de horas, muchos se olvidaron de ello y comenzaron a acusar a los castellanos de los pecados que ellos mismos habían cometido más que nadie. Sobre esta interesantísima amnesia colectiva, de trascendental importancia en el origen del éxito del nacionalismo catalán, sigue pendiente un examen de conciencia por parte de la sociedad catalana.
Al concluir la lucha contra los Estados Unidos, los exultantes redactores del periódico La Nació Catalana (nuevo nombre del que hasta entonces se había llamado Lo Regionalista) consideraron que la derrota de España era una gran alegría para Cataluña. Éste fue el título de un artículo publicado el 15 de julio de 1898, con la sangre del almirante Cervera y los suyos todavía fresca: "Espanya agonizant. Descrèdit vergonyós del quixotisme y de la patriotería. Triomf del catalanisme".
Por su parte, La Veu de Catalunya explicó su poca fe en una regeneración española con el argumento de que
no hay símbolo como el de Don Quijote para la raza que ha llevado a España a la actual ruina (…) Hora es de que España aproveche la experiencia. Pero no temáis, no la aprovechará. Es la eterna patria de Don Quijote, como tal ha obrado y obrará siempre.
La principal víctima del antiquijotismo fue, naturalmente, el pobre Don Quijote, cuyo tercer centenario se celebró siete años después del 98 y que fue utilizado por la prensa catalanista radical para manifestar su rechazo a una España derrotada agitando la castellanofobia. Sobre todoLa Tralla y ¡Cu-Cut! arremetieron contra España con el Caballero de la Triste Figura como excusa.
"Estamos en plena epidemia de cervantorrea", lamentaron en ¡Cu-Cut!, pues temían que los catalanes perdieran la cordura "debido al contacto con toda la descendencia quijotesca". Por eso pidieron desde sus páginas que se quedaran los castellanos con su Quijote, "y buen provecho les haga, que nosotros no somos de su parroquia".
El 4 de de mayo de aquel cervantino año de 1905 ¡Cu-Cut! publicó una viñeta titulada "De ayer a hoy" en la que aparecía Don Quijote invitado a cenar por un paisano catalán durante su visita a Barcelona en el siglo XVI. Pero cuatro siglos después, con el paisano rojo de ira, el hidalgo castellano seguía abusando de su hospitalidad comiéndole los cargos y empleos encarnados en un pollo.
No crean que lo de España nos roba es invento de hoy.

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