La edad de la penumbra

Llegaba al Mare Nostrum el pensamiento único y se abría paso la brutal idea de que sólo hay un dios y una fe verdaderas.

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Lean el libro de 
Catherine Nixey (Taurus) titulado así. Les servirá para entender por qué el mundo, tras varios siglos de gloriosa ilustración renacentista, volvió a adentrarse en una larga edad de siglos tan oscuros como los del milenio que generó el jaque mate del cristianismo a Roma. Monjes capitaneados por Alarico arrasaron a finales del siglo cuarto el sancta sanctorum de Eleusis en cuyos misterios se educaron todos los próceres del esplendor pagano. Para entonces ya había cerrado el emperador Teodosio los antiguos templos, aunque faltaban cinco lustros para que el Ku Klux Klan de Pablo despedazase a Hipatia en Alejandría. Llegaba al Mare Nostrum el pensamiento único y se abría paso la brutal idea de que sólo hay un dios y una fe verdaderas. Los primeros cristianos jugaron un papel similar al que hoy desempeñan los podemitas y al que en su día asumieron los sans culottes del Terror jacobino, los bolcheviques de los diez días y siete décadas que ensangrentaron el mundo, los descamisados de Perón y su avispada consorte, los bandoleros barbudos de Sierra Maestra y los balillas lampiños del Gran Timonel. No es de extrañar que en la basílica de Bramante, Miguel Ángel y Berninipredique ahora sacrilegios igualitaristas y buenistas un pontífice populachero y puñetero. Ferlosio escribió una recopilación de textos dispersos a la que puso por título Mientras los dioses no cambien nada ha cambiado. Yo, mi muy querido Rafael, me inclino a pensar que mientras no regrese el respeto por lo sagrado, matriz de la Belleza y de la Ética, todo seguirá igual. Igual de mal, quiero decir. Heidegger escribió que sólo un dios podrá salvarnos. De nada sirve el entramado político y social sin una vertebradura espiritual. Fue el pérfido Constantino quien propició el cambiazo de los dioses en cuyo nombre jamás se impuso nada y a nadie se persiguió. El libro, amenísimo, por cierto, de Catherine Nixey, es sin duda, como afirman sus editores, una apología de la tolerancia, pero yo iría más lejos. Diría que es un magnum opus filosófico e histórico escrito en defensa de lo único que hoy puede detener la errática carrera hacia el abismo: la reapertura de todos los ámbitos en los que se propicia el encuentro de la conciencia con lo sublime. Resacralicemos la Iglesia. Reactivemos el proceso de ilustración pagana y renacentista. Empuñemos el testigo que vanamente esgrimió Juliano el Apóstata. Lo pido en nombre de Júpiter.

 © El Mundo

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Tranquilícense nuestros amigos creyentes en la religión verdadera: nuestro espíritu ecuménico (aunque no relativista ni ecléctico), nos llevará a publicar en breve un artículo en sentido opuesto escrito por un historiador católico.

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