Tardoantifranquistas

Son muchos de ellos venerables contestatarios a posteriori de un régimen contra el que no movieron un dedo cuando estaba prohibido y era peligroso.

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En junio de 1971 me hallaba yo disfrutando unos cuantos días de vacaciones a cargo del Estado en los grises sótanos de la comisaría de la Gavidia, en el centro de Sevilla. Andábamos en estado de excepción y se podía dar a la clientela un tratamiento más largo y cuidadoso que las máximas cuarenta y ocho horas de internamiento policial a que obligaba la ley en condiciones normales, por llamar normalidad al régimen que nos gobernaba. Perdí exámenes en la facultad y suspendí por ello un par de asignaturas.

Por aquellos mismos días, Pedro Massó dirigía una película, mala a rabiar, de un semiporno ridículo y ñoño que se resumía en mucho muslo femenino al aire y nada más. Se llamó Las Ibéricas F.C., que no pasará a clásico del cine, y creo que ni en Google puede recuperarse. Para qué. El caso es que una de las protagonistas de aquel rancio film era Pilar Bardem, treintona ya entonces, mientras que quien esto suscribe frisaba la veintena. Luego, a la brava guerrillera le han dedicado una calle en la ciudad de Sevilla, donde yo habito y parece que ella nació, a costa por cierto de quitársela a alguien realmente heroico en la guerra de Cuba o Filipinas, y a quien la gruesa incultura municipal progresista de turno confundió con militar franquista, a causa del apellido.

El de la Bardem no es un caso único, ni mucho menos. Tengo conocimiento de, e incluso contacto con, más de un ciudadano que durante la dictadura fue probo empleado, cumplidor funcionario, ejemplar estudiante y estudianta, y ahora es desmelenado y desmelenada antifranquista. Lo de a moro muerto gran lanzada, que se decía en tiempos.

No crea el lector que constituyen fauna esporádica. Frente a los cuatro gatos, quizá cinco, que andábamos en mayor o menor medida jugándonos poco o mucho el tipo, la carrera o la libertad, había una enorme masa servil que, desaparecido el dictador, sintieron surgir en ellos unas curiosas ansias revolucionarias y reivindicativas que antes no habían percibido, por unas u otras razones. Abundan en mi Comunidad Autónoma, son muchos de ellos venerables contestatarios a posteriori de un régimen contra el que no movieron un dedo cuando estaba prohibido y era peligroso. Es decir, cuando se debía. Conozco a bastantes de ellos y ellas, sobre todo en el partido que paternal y muy democráticamente nos gobierna en este sur de España desde hace cuarenta años largos. Más tiempo que Franco.

El fenómeno tiene su justificación sociopolítica, no crean. Y es que tengo comprobado que quien no fue antifranquista cuando era menester y quizá necesario, no deja de serlo ahora, que no es que no se deba, sino que no sirve para nada, para nada útil. (No anda la cuestión muy lejos de quienes no gozaron de los años jóvenes cuando podían, y luego manifiestan de por vida una perenne y ridícula ansia simulatoria de ser pipiolos.) La postura manifiesta además un profundo servilismo en el caso que nos ocupa, porque resulta que todos esos tardobolcheviques han sido, son y serán la masa acomodaticia, hipócrita y rastrera que está permanentemente con el poder, con el “viva quien vence”, que decía Sancho Panza. Esa vocinglera muchedumbre que siempre es obediente al régimen de vientos dominantes en la política. Eran franquistas por acción o por cobarde omisión durante el franquismo, y ahora son antifranquistas en el huero y comodísimo antifranquismo que tan inútil, ridícula y vengativamente nos domina.

Pero no se engañen. Si cambiaran las tornas, tengan por segurísimo que ellos volverían a ser lacayos del poder, abominando de las posturas de las que con tanta solidez presumen ahora. Lo dicho, viva quien vence, y con la conciencia tranquila. Y mientras, quienes han sido siempre críticos con el que manda –como debe ser la misión, por ejemplo, de los intelectuales–, volverían a ser minoría, en relación inversamente proporcional a los riesgos que pudieran correrse. Y si no, al tiempo.

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