La defensión del pueblo

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Una de las acusaciones más graves que cabe dirigir a un demócrata es la de “españolista”. Llamar a un demócrata “españolista” es aun más ofensivo que llamarle “fascista”, “franquista” o “nacionalcatólico”. Como toda la clase política ha llegado a hablar la misma jerga, esos epítetos no son privativos de la izquierda, sino que la derecha vergonzante los hace suyos con la máxima desenvoltura. De demasiado “españolista” tachaba el cabecilla centroderechista de Galicia al engendro estatutario andaluz y “españolista” es lo más gordo que se llamaría en el Congreso a Enrique Múgica en el intento de destituirlo como Defensor del Pueblo (español) por haber interpuesto recurso de inconstitucionalidad contra el engendro catalán.
 
Lo menos que un Defensor del Pueblo puede hacer es defenderlo de las agresiones de sus enemigos, y los peores enemigos del pueblo son los que no tienen más ideal que sembrar en él la discordia y el enfrentamiento. Esto lo tiene muy claro Enrique Múgica, que además respira por la herida fraterna, y que es de aquellos socialistas que entienden que la unidad de la patria está por encima de ideologías de coyuntura. Alguna vez le he reprochado a Múgica su intervención en el mal llamado golpe de Tejero, cuyo principal efecto fue el de quebrantarle a la nación su columna vertebral, operación por cierto que remataría la derecha vergonzante cuando ocupó el Poder. De haber obrado de otro modo, hoy no estaría la nación tan dividida ni el pueblo tan indefenso.

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