Saludo, desde el otro lado del mar, a Dominique Venner

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Será, entonces, que pertenezco a los [cielos? 
¿Por qué, si no, persistirían los cielos 
en clavar en mí su azul mirada, 
instándome, y a mi mente, a subir 
cada vez más, a penetrar en la bóveda celeste, 
tirando de mí sin cesar hacia unas [alturas 
muy por encima de los humanos?

MISHIMA
 
Dos poemas de escritores suicidas que hablan justamente del suicidio recuerdo ahora: uno de Robert Howard, el otro de Mishima.
Los kamikaze solían dejar una frase antes de su muerte. La palabra a veces sobrevive, pero sin el sentido de la acción es como si nunca hubiera existido.
Sin el último vuelo, sin el día de gloria en que la sangre se mezcla con la tinta, ninguna palabra tendría el mismo peso. Peso final, dador de sentido acaso innecesario para quien ya ha dado suficiente testimonio.
Mi bisabuelo, que también fue un suicida, construyó en el fin del mundo una catedral como la que el camarada Venner vio antes de morir. Las catedrales del destino nos persiguen. Y digo camarada porque si existe un momento para utilizar esa palabra es justamente este momento.
Los últimos criollos combatientes se suicidaban en cargas a lanza en la llanura. Había entre ellos apellidos semejantes al de nuestro hermano Dominique. No sé ahora cuál es el sentido de las distancias, que como el tiempo han sido abolidas en el día de ayer por un disparo.
Imagino el estruendo en la nave principal, el eco en los arbotantes, la rápida redacción de la noticia por la prensa. Es extraño, en la Argentina donde son infrecuentes las  noticias sobre Francia en la televisión, en un canal de gran audiencia alguien decía: “Militante de la ultraderecha francesa se suicida por la aprobación del matrimonio gay”. Se ve que la luz de rayo del espíritu de un hombre desubicó a un sistema que quiso expresarse aún del otro lado del mar, donde muy pocos lo conocíamos. Y se expresó vomitando oscuridad contra la belleza de la luz.
La gloria de la acción llega al suicida, cuando es la continuidad de un estilo, la relación exacta de un hombre con los dioses que ha seguido siempre, con los mitos que ha vivido y hacia los cuales viaja ya ahora Dominique Venner, trasmutado él también en un mito.
El llamado es para todos y para ninguno, como decía Nietzsche. La sangre sobre el mármol de la catedral es algo bello, sagrado en el sentido antiguo.
Bajo la Cruz del Sur, a una distancia infinita de tus pasos de suicida, la sangre celta habita, Dominique, crece y se torna un extraño remolino.
Un sol rojo ha estallado en la penumbra, la edad del lobo se congeló por un instante.

Algunos dicen que fue un suicidio, otros sabemos que no, que fue mucho más que eso. 
 

 

 
 
 
Artículos de Dominique Venner publicados en El Manifiesto
 

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