Brasil y Egipto: dos malos alumnos del mundo globalizado

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A primera vista no parece tener relación lo que ocurre en Egipto y en Brasil, pero en un mundo globalizado todo tiene relación, especialmente cuando de geopolítica se trata. En ambos países el ejército tiene todavía importancia. Y sabemos que sin ejército no hay Estado, y que haya Estado y ejército es un pecado para la globalización.
Países populosos, con masas importantes de población, pero con historias muy diferentes. Sin embargo, una palabra los une: soberanía. Brasil tiende a cierta soberanía, Egipto tendió a ella con Nasser. Y Nasser era coronel. Y Brasil tiene el complejo militar-industrial más serio de Sudamérica, y Egipto tiene un ejército que nunca termina de ser confiable. Pueblo y ejército: una ideología inconfesable.
La palabra “militar” se reserva a la policía del mundo único. Nadie más la puede utilizar en Occidente, ni en Medio Oriente. La fuerza militar es una mentalidad. ¿Qué es España sin su infantería? ¿Qué es una extensión como Argentina sin voluntad de defensa? Lo global va hacia los núcleos duros que van quedando para ablandarlos, para extinguirlos, para volverlos cada vez más inofensivos. En el fondo es algo simple.
En Brasil nunca hubo menos hambre que ahora, ni más perspectivas políticas y sociales. ¿Por qué entonces ahora sale a la calle una población que jamás lo hizo? Otra pregunta sería: ¿cómo y por qué los campeones de los derechos humanos hablan bien de los Hermanos musulmanes? Todo es parte de lo mismo en la mentalidad global, pero no en la nuestra, lo cual tiende siempre a confundirnos.
Las márgenes se achican. Ya no podemos hacer como que defendemos algo sin la voluntad de hacerlo realmente. Es que no se puede decir casi nada, ni hacer casi nada sin caer en el pecado global. Brasil ha sido prudente, ha dado su sangre a los aliados en la Segunda Guerra Mundial, pero ya no alcanza. Ahora debe entregar sus recursos naturales, la Amazonía. Y Egipto debe entregar los derechos de sus mujeres al islam radical y los derechos civiles de la población a la Sharia. Nada alcanza, y las contradicciones más burdas se sostienen como si nada. Lo escuchamos por televisión, lo leemos en los periódicos. El mejor alumno Brasil ya está siendo un demonio. El peor alumno islámico ya está siendo un santo. No importa la razón, la lógica ni los límites. Es que llega un momento en que ya no hay margen para nada. Ni para esconderse, ni para negociar lo innegociable; a veces ni siquiera para escribir demasiado. ¿No habrá sido eso lo que nos quiso expresar Dominique Venner? ¿No será que ya no quedan lugares donde esconderse ni posibilidad alguna de seguir considerándonos hombres y mujeres, en este sistema que ya no quiere negociar?
 

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