Los histéricos

Muchos confunden la lucha con la histeria, y sumidos en la histeria no se dan cuenta que están enquistados en trampas ideológicas, esoterismos incomprensibles o períodos históricos que no llevan a ningún sitio.

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Adherir a eso que se llama “Nueva derecha” o “Revolución conservadora”, es una voluntad firme de superar opciones caducas, de derribar barreras ideológicas establecidas, de ir más allá y salir de estructuras mentales agobiantes y erróneas, y sobre todo de mostrarse y permanecer  a la luz del día y acercarnos a cualquiera que posea un sencillo y profundo sentido común, que es la base de toda cultura y de toda política sana mental y espiritualmente, sin importar donde se encuentre la persona en la escala social materialista y ficticia de nuestra sociedad.
Es cierto que vivimos en tiempos en los cuales las posiciones extremas, radicales, pueden justificarse fácilmente. Lo que cada día se nos impone de modo totalitario, nos hace hervir la sangre y nos empuja al resentimiento, al odio. Pero aún resultando esto comprensible, nos arroja cada vez más lejos de una solución conducente. Muchos confunden la lucha con la histeria, y sumidos en la histeria no se dan cuenta que están enquistados en trampas ideológicas, esoterismos incomprensibles o períodos históricos que no llevan a ningún sitio  ni establecen acciones y conductas constructivas.
La idea de conservar, pese a que esté mal vista no sólo por el progresismo, sino también por un tipo de anarco-fascismo radical, es difícil de aceptar porque siempre es más difícil proteger que derribar. Siendo el Kali-yuga o el Apocalipsis conceptos filosófico-religiosos, no tiene sentido hacer ninguna política si nos aferramos a ellos en un sentido cotidiano y literal.
La derecha, en un sentido filosófico de conservación de valores, es tanto en una dimensión individual como comunitaria, el anverso y el reverso del hombre para que la política orgánica tenga un sentido completo, a eso es a lo que algunos adherimos. Y si bien he tratado siempre de fortalecer el concepto de tercera posición, hoy que ya ha aparecido ya la cuarta, me parece que se puede asumir como principio inamovible la ubicación más deleznable de todas: la derecha, la gran derecha imperial, romana, zarista, prusiana. No me importa que también se digan de derecha esos módicos burgueses reaccionarios de opereta, que serían los primeros perjudicados y enemigos de una derecha trascendental. Además, en el mundo actual –como bien dice Dugin– sólo existen liberales de izquierda y liberales de derecha. Y si uno no es liberal, sino “imperial”, digámoslo así, ya nos lleva a un plano diferente.
Sólo necesitamos que dentro de nuestras filas, exista el respeto. Y en tal sentido los monoteísmos deben analizar qué es lo primero a considerar: si el hombre que tiende a un orden superior o la imposición del dogma religioso. Esto lo digo como pagano, amante del orden superior y respetuoso de las religiones de mis compañeros de ruta política. Si no conseguimos establecer un respeto mínimo entre los que consideramos espíritus y mentes superiores, nunca habrá una nueva elite ni una nueva derecha occidental.
Mi adhesión a este estilo de pensamiento, a estas formas cuyos nombres pueden ser discutibles, pero que se reconocen usualmente como “Revolución conservadora” o “Nueva derecha”, me hacen sentir cómodo en una definición que como todas las definiciones es incompleta, pero que al menos excluye otras etiquetas. La única etiqueta que he asumido alguna vez en su totalidad que fue el peronismo, hoy ya no tiene más sentido que el de la experiencia histórica y de hacer cada uno su enfoque. Yo tengo el mío, y creo que nadie en Sudamérica representó más estas ideas en el siglo XX que el general Perón. Pero eso queda para profundizar en una discusión posterior. Hoy por hoy, la derecha trascendental es la única posibilidad de ser popular, en tanto no existe pueblo sin identidad, y conservarla es un objetivo que al parecer sólo nosotros queremos lograr.

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