Atentados en Estambul, ¿huida hacia adelante del Estado Islámico?

El divorcio en el mundo musulmán se produjo un día después de acabada la primera Guerra del Golfo, cuando la monarquía saudí aceptó que EE.UU instalara bases militares en su territorio, tenido como santuario islámico; una iniciativa tan feliz como habría sido la ocupación del Vaticano por el ejército argelino.

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Estambul, 12 de Enero, 2016, 10 h 20, entre la Mezquita Azul y Santa Sofía, una joven saudí se hacía estallar. Conclusión: diez muertos y más de quince heridos. Y gran resaca en Ankara ...

 El gobierno turco no es el primero que ha jugado demasiado tiempo con las cerillas en el depósito de la dinamita: ha querido manejar la situación con inteligencia, pero cuando se hacen las cosas de determinada manera, no tarda uno en tropezar con la alfombra. Incluso con la alfombra voladora ...

 Antes que el gobierno turco, muchas personas pensaron que podían ignorar al extremismo islámico, o eludirlo mediante una política de tibieza, bienintencionada, "neutral". Han mantenido una mano tendida a la "comprensión y la diplomacia"; hasta que se han quemado la mano.

 Los primeros en intentar mantener una relaciones inofensivas con el extremismo islámico fueron, como casi siempre, como tan a menudo hacen, los estadounidenses. En 1979 estaban obsesionados con hacer caer la URSS, reactivaron con dinero saudí, teología egipcia y soldados de a pie llegados del tercer mundo musulmán, un concepto en desuso mucho tiempo atrás: una jihad militar que se consideraba una "pequeña yihad", en comparación con la "gran yihad", la cual, en la doctrina musulmana, es la lucha interior contra los propios demonios que debe librar el creyente antes de comparecer ante el Todopoderoso. La "pequeña jihad" militar parecía, en aquellos tiempos, inofensiva.

 Se llame a la criatura Golem o engendro de Frankenstein, la alianza de los poderosos americanos con el oscuro wahabismo, finalmente originó un monstruo con propia independencia, recuperada a costa y expensas de sus padres. De hecho, más de diez años de guerrilla afgana forjaron una generación de luchadores que sólo han conocido el hierro, la sangre y el fuego. La situación en Afganistán, desde entonces, se define por la completa incapacidad de recuperar la vida normal tras la guerra contra la URSS, sin remota posibilidad de una solución digna a este desastre. Cuando se entrega a los jóvenes el lanzador de cohetes y el Kalashnikov y se les adiestra para esa sea su vida, es muy difícil convencerles de que se reconviertan, tomen las alicates y el rastrillo y se dediquen a la jardinería o la fontanería.

 Nos encontramos con la misma situación, siempre bajo la supervisión financiera de la CIA y el régimen saudí, en teatros de operaciones tan diversos como Argelia, Chechenia, Bosnia, y la mayoría de repúblicas musulmanas del Cáucaso, unidas por una historia de mil años con la Santa Rusia.

 El divorcio en el mundo musulmán se produjo un día después de acabada la primera Guerra del Golfo, cuando la monarquía saudí aceptó que EE.UU instalara bases militares en su territorio, tenido como santuario islámico; una iniciativa tan feliz como habría sido la ocupación del Vaticano por el ejército argelino.

 A partir de ese día, los soldados perdidos que formarían el corazón de al-Qaeda, (el Daech de entonces), comenzaron a rebelarse contra sus poderosos patrocinadores; fue el origen, entre otros sucesos, de los atentados del 11 de septiembre de 2001, así como de la actual expansión territorial del Estado Islámico, un fenómeno también vinculado a la segunda guerra del Golfo, en la que los antiguos oficiales baazistas iraquíes, derrotados y abandonados por los estadounidenses, se convirtieron en los cerebros de Daech.

 Mientras Washington, gracias a Barack Obama y a diferencia de sus predecesores, está intentando aprender la lección de estos fracasos, Riyadh piensa que puede seguir controlando a la bestia. La monarquía saudí, conocida por ser la más sanguinaria y corrupta del planeta - no es una exageración - está ahora en el punto de mira de Daech.

 El presidente turco Erdogan, también pensó que podía jugar con esta situación y ser más inteligente que ellos, condenando al Estado Islámico con una mano mientras continuaba ayudando discretamente con la otra. Intentó una partida de billar a tres bandas que le resolviera algunos problemas históricos de Turquía: la aniquilación de los kurdos, su "enemigo interior"; combatir la hegemonía iraní en la zona y conservar sus históricas buenas relaciones con el Estado de Israel.

 Boom!

 Los estrategas de Daech no están para florituras de diplomacia bizantina. Abordan una brutal huida hacia adelante, tan mortífera como desesperada. La prueba es que los atentados en Arabia Saudita y ahora Turquía los han colocado, por propia voluntad, en un punto de no-retorno. Tal como clamaban los antiguos fanáticos combatientes españoles: "No pasarán! ¡Viva la muerte!" (1).

 Sin embargo, incluso un movimiento terrorista de esta magnitud necesita rehacer su imagen, muy mltrecha tras los ataques terroristas en París. Les resulta ahora muy difícil recuperar la simpatía de muchos antiguos adeptos, pues los ataques parisinos han desorientado y apartado de "la causa" a una gran parte de su base tradicional. ¿Sin el apoyo y financiación de su mentor Arabia Saudí y con la enemistad de Turquía, se precipitará de una vez la caída del monstruo?

 

(1) - En español en el original. (NdT)

 Boulevard Voltaire, 14/01/2016

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