Un manifiesto por y para Europa

Una Europa en la que podemos creer

Promovido por un grupo de destacados intelectuales de diversos países europeos se acaba de lanzar, bajo el título «La Declaración de París», este importante manifiesto.

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Promovido por un grupo de destacados intelectuales de diversos países europeos –sus nombres figuran al final de este texto– se acaba de lanzar, bajo el título «La Declaración de París», este importante manifiesto: «Una Europa en la que podemos creer».

El Manifiesto se complace en publicitar y lanzar, junto con otros medios de nuestro país, esta importante iniciativa que cuenta también con la firma de destacados intelectuales españoles.

 

  1. Europa nos pertenece y nosotros pertenecemos a Europa.Estas tierras son nuestro hogar; no tenemos otro. Los motivos por los que amamos a Europa superan nuestra habilidad para explicar o justificar nuestra lealtad. Es cuestión de historias, esperanzas y amores compartidos. Es cuestión de usos y costumbres, de momentos de pathos y penas. Es cuestión de experiencias inspiradoras de reconciliación y de la promesa de un futuro compartido. Los paisajes y los acontecimientos ordinarios están cargados de un significado especial; para nosotros, no para los demás. El hogar es un lugar donde las cosas son familiares y donde somos reconocidos, por muy lejos que hayamos estado. Ésta es la Europa real, nuestra preciosa e irreemplazable civilización.

Europa es nuestro hogar

  1. Europa, con todas sus riquezas y grandezas, está amenazada por una falsa comprensión de sí misma. Esta falsa Europa se imagina a sí misma como la culminación de nuestra civilización, pero en realidad quiere confiscar nuestro hogar. Recurre a exageraciones y distorsiones de las auténticas virtudes de Europa al tiempo que se mantiene ciega a sus propios vicios. Aceptando con complacencia caricaturas parciales de nuestra historia, esta falsa Europa sufre la hipoteca de un insuperable prejuicio contra el pasado. Sus partidarios son huérfanos por elección y pretenden que ser huérfano, no tener hogar, es un noble logro. De este modo, la falsa Europa se felicita a sí misma como la precursora de una comunidad universal que no es ni universal ni comunidad.

Una falsa Europa nos amenaza

  1. Los patrocinadores de la falsa Europa están fascinados por la superstición de un progreso inevitable. Están convencidos de que la Historia está de su lado y esta fe les hace arrogantes y desdeñosos, incapaces de reconocer los defectos del mundo post-nacional y post-cultural que están construyendo. Además, se muestran ignorantes de las verdaderas fuentes de la decencia humana que ellos mismos valoran, al igual que nosotros. Ignoran e incluso repudian las raíces cristianas de Europa. Al mismo tiempo tienen un enorme cuidado de no ofender a los musulmanes, quienes imaginan que adoptarán alegremente su visión secular y multicultural. Inmersos en el prejuicio, la superstición y la ignorancia, y cegados por vanas y orgullosas visiones de un futuro utópico, la falsa Europa reprime conscientemente el disenso. Y todo esto lo hace, por supuesto, en nombre de la libertad y la tolerancia.

La falsa Europa es utópica y tiránica

  1. Estamos llegando a un callejón sin salida. La mayor amenaza para el futuro de Europa no es ni el aventurismo ruso ni la inmigración musulmana. La verdadera Europa está en riesgo por la asfixiante presión que la falsa Europa ejerce sobre nuestras imaginaciones. Nuestras naciones y cultura compartida están siendo vaciadas por ilusiones y autoengaños acerca de lo que Europa es y lo que debería ser. Nosotros prometemos resistir a esta amenaza a nuestro futuro. Defenderemos, sostendremos y lucharemos por la Europa real, la Europa a la que verdaderamente todos pertenecemos.

Debemos defender la Europa real

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  1. La verdadera Europa espera y anima la participación activa en el proyecto común de la vida política y cultural.El ideal europeo es de solidaridad basada en el asentimiento a un cuerpo de leyes que se aplica a todos pero es limitado en sus demandas. Este asentimiento no siempre ha tomado la forma de la democracia representativa. Pero nuestras tradiciones de lealtad cívica reflejan un asentimiento fundamental a nuestras tradiciones políticas y culturales, cualesquiera que sean sus formas. En el pasado, los europeos lucharon para hacer nuestros sistemas políticos más abiertos a la participación popular y estamos justamente orgullosos de esta historia. Pero incluso cuando realizaban esta tarea, a veces en abierta rebelión, afirmaban con fuerza que, a pesar de sus injusticias y fallos, las tradiciones de los pueblos de este continente son las nuestras. Esta dedicación a la reforma hace de Europa un lugar que busca siempre una mayor justicia. Este espíritu de progreso nace de nuestro amor y lealtad hacia nuestras tierras patrias.

La solidaridad y la lealtad cívica animan a la participación activa

  1. El espíritu europeo de unidad nos permite confiar en los otros en la vida pública, incluso cuando nos resultan extraños. Los parques públicos, plazas centrales y amplios bulevares de las ciudades europeas expresan el espíritu político europeo: compartimos nuestra vida común y lares publica.Asumimos que es nuestro deber responsabilizarnos del futuro de nuestras sociedades. No somos sujetos pasivos sometidos a poderes despóticos, ni sagrados ni seculares. Y tampoco estamos prostrados ante fuerzas históricas implacables. Ser europeo es poseer una voluntad política e histórica. Somos los autores de nuestro destino compartido.

No somos sujetos pasivos

  1. La verdadera Europa es una comunidad de naciones. Tenemos nuestras lenguas, tradiciones y fronteras. Sin embargo siempre hemos reconocido un parentesco común, incluso cuando hemos estado en desacuerdo o nos hemos enfrentado en guerras. Esta unidad en la diversidad nos parece natural. Y sin embargo es excepcional y preciosa, precisamente porque no es ni natural ni inevitable. La forma política más común de unidad en la diversidad es el imperio, que los reyes guerreros europeos intentaron recrear durante los siglos posteriores a la caída del Imperio Romano. La fascinación de la forma imperial perduró, pero el estado-nación prevaleció como la forma política que une personalidad con soberanía. De este modo el estado-nación se convirtió en el distintivo de la civilización europea.

El estado-nación es una marca distintiva de Europa

  1. Una comunidad nacional se enorgullece de gobernarse a sí misma a su modo, a menudo presume de sus grandes logros nacionales en las artes y las ciencias, y compite con otras naciones, a veces en el campo de batalla. Esto ha dañado a Europa, a veces gravemente, pero nunca ha amenazado nuestra unidad cultural. De hecho, ha sucedido justo lo contrario. A medida que los estados-nación de Europa se hacían más sólidos y distintos, una identidad europea compartida se hacía más fuerte. Como consecuencia de la terrible carnicería de las guerras mundiales en la primera mitad del siglo XX, emergimos incluso con una mayor resolución de honrar nuestra herencia compartida. Esto da testimonio de la profundidad y el poder de Europa como una civilización que es cosmopolita de un modo justo. No buscamos la unidad forzada e impuesta del imperio. Por el contrario, el cosmopolitismo europeo reconoce que el amor patriótico y la lealtad cívica se abren a un mundo mayor.

No apoyamos una unidad impuesta y forzada

  1. La verdadera Europa ha sido marcada por el cristianismo. El imperio espiritual universal de la Iglesia trajo la unidad cultural a Europa, pero lo hizo sin un imperio político. Esto ha permitido que florezcan lealtades cívicas dentro de una cultura europea compartida. La autonomía de lo que llamamos sociedad civil se convirtió en un rasgo característico de la vida europea. Además, el Evangelio cristiano no nos ofrece una ley divina omnicomprensiva, y de este modo la diversidad de las leyes seculares de las naciones puede ser afirmada y defendida sin riesgo para nuestra unidad europea. No es ningún accidente que el declinar de la fe cristiana en Europa haya estado acompañado por renovados esfuerzos para establecer una unidad política, un imperio de dinero y regulaciones, recubierto con sentimientos de universalismo pseudo-religioso, que está siendo construido por la Unión Europea.

El cristianismo alienta la unidad cultural

  1. La verdadera Europa afirma la igual dignidad de cada individuo, con independencia de su sexo, clase o raza. Esto también se deriva de nuestras raíces cristianas. Nuestras suaves virtudes proceden de una inconfundible herencia cristiana: justicia, compasión, misericordia, perdón, pacificación, caridad. El cristianismo revolucionó las relaciones entre hombres y mujeres, dando valor al amor y a la fidelidad mutua de un modo sin precedentes. El lazo del matrimonio permite tanto a los hombres como a las mujeres crecer en comunión. La mayoría de los sacrificios que hacemos los realizamos los esposos por el bien del otro cónyuge y el de nuestros hijos. Este espíritu de autodonación es también otra contribución cristiana a la Europa que amamos.

Las raíces cristianas alimentan a Europa

  1. La verdadera Europa también saca su inspiración de la tradición clásica. Nos reconocemos en la literatura de las antiguas Grecia y Roma. Como europeos, luchamos por la excelencia, el culmen de las virtudes clásicas. En ocasiones, esto nos ha llevado a una violenta competición por la supremacía. Pero en su mejor versión, una aspiración hacia la excelencia, inspira a hombres y mujeres de Europa a crear obras artísticas y musicales de belleza insuperable y a realizar extraordinarios avances en ciencia y tecnología. Las serenas virtudes de los romanos y el orgullo de la participación cívica y el espíritu de indagación filosófica de los griegos nunca han sido olvidados en la Europa real. Este legado es también el nuestro.

Las raíces clásicas fomentan la excelencia

  1. La verdadera Europa nunca ha sido perfecta. Los partidarios de la falsa Europa no se equivocan cuando abogan por el desarrollo y la reforma, y hay mucho de lo que se ha conseguido desde 1945 y 1989 que debemos estimar y defender. Nuestra vida en común es un proyecto en marcha, no una herencia fosilizada. Pero el futuro de Europa descansa en una renovada lealtad a nuestras mejores tradiciones, no en un espurio universalismo que exige olvido y auto repudio. Europa no empezó con la Ilustración. Nuestro amado hogar no será llevado a su consumación con la Unión Europea. La Europa real es, y siempre será, una comunidad de naciones inicialmente aisladas, a veces fieramente, y sin embargo unidas por un legado espiritual que, unidos, debatimos, desarrollamos, compartimos y amamos.

Europa es un proyecto compartido

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  1. La verdadera Europa está en peligro.Los logros de la soberanía popular, la resistencia al imperio, el cosmopolitismo capaz de amor cívico, el legado cristiano de una vida humana y digna, un compromiso vivo con nuestra herencia clásica… todo esto está desvaneciéndose. A medida que los promotores de la falsa Europa construyen su falsa “cristiandad” de derechos humanos universales, estamos perdiendo nuestro hogar.

Estamos perdiendo nuestro hogar

  1. La falsa Europa se jacta de un compromiso sin precedentes con la libertad humana. Esta libertad, no obstante, es muy parcial. Se presenta como liberación de todas las restricciones: libertad sexual, libertad de expresión, libertad de “ser uno mismo”. La generación del 68 contempla estas libertades como preciosas victorias sobre un otrora todopoderoso y opresivo régimen cultural. Se ven a sí mismos como los grandes libertadores, y sus trasgresiones son aclamadas como nobles y morales hazañas por las que el mundo entero debería estar agradecido.

Prevalece una falsa libertad

  1. Para las generaciones más jóvenes de Europa, sin embargo, la realidad es mucho menos dorada. El hedonismo libertino lleva a menudo al hastío y a una profunda sensación de sinsentido. El vínculo del matrimonio se ha debilitado. En el turbulento mar de la libertad sexual, los deseos profundos de nuestros jóvenes de casarse y formar familias son frecuentemente frustrados. Una libertad que frustra los anhelos más profundos de nuestro corazón se convierte en una maldición. Nuestras sociedades parecen estar cayendo en el individualismo, el aislamiento y la falta de sentido. En vez de libertad, somos condenados a la vacía conformidad de una cultura guiada por el consumo y los medios de comunicación. Es nuestro deber proclamar la verdad: la generación del 68 destruyó pero no construyó. Crearon un vacío que ahora se llena con redes sociales, turismo barato y pornografía.

El individualismo, el aislamiento y la falta de sentido se generalizan

  1. Al mismo tiempo que escuchamos alardes de una libertad sin precedentes, la vida europea está más y más regulada hasta el último detalle. Las normas, a menudo confeccionadas por tecnócratas sin rostro coordinados con poderosos intereses, gobiernan nuestras relaciones laborales, nuestras decisiones empresariales, nuestras calificaciones educativas, nuestros medios de comunicación y entretenimiento. Y ahora Europa busca intensificar las regulaciones existentes sobre la libertad de expresión, una libertad originaria europea, la manifestación de la libertad de conciencia. Los objetivos de estas restricciones no son la obscenidad u otros ataques a la decencia en la vida pública. Por el contrario, las clases gobernantes europeas desean restringir manifiestamente el discurso político. Los líderes políticos que dan voz a las verdades inconvenientes sobre el Islam y la inmigración son arrastrados ante los tribunales. La corrección política impone fuertes tabúes que consideran desafíos al status quo más allá de lo aceptable. La falsa Europa no promueve realmente una cultura de la libertad. Promueve una cultura de homogeneidad de mercado y conformidad políticamente impuesta.

Somos regulados y manejados

  1. La falsa Europa también se jacta de un compromiso con la igualdad sin precedentes. Afirma promover la no discriminación y la inclusión de todas las razas, religiones e identidades. En estos campos se ha hecho un genuino progreso, pero ha arraigado una utópica indiferencia ante la realidad. Durante la pasada generación Europa ha perseguido un gran proyecto de multiculturalismo. Pedir o promover la asimilación de los recién llegados musulmanes a nuestros usos y costumbres, y mucho menos a nuestra religión, ha sido considerado una enorme injusticia. Nuestro compromiso con la igualdad, se nos dice, nos exige que abjuremos de cualquier pretensión de que nuestra cultura sea superior. Paradójicamente, la empresa multicultural europea, que niega las raíces cristianas de Europa, abusa del ideal cristiano de caridad universal de forma exagerada e insostenible. Requiere de los pueblos europeos un grado de abnegación impropio de la naturaleza humana. Requiere que afirmamos que la colonización real de nuestras patrias y la desaparición de nuestra cultura es el rasgo definitorio de la Europa del siglo XXI, un acto colectivo de auto sacrificio en nombre de una supuesta nueva comunidad global de paz y prosperidad que estaría naciendo.

El multiculturalismo es inviable

  1. Hay una gran parte de mala fe en este modo de pensar. La mayoría de nuestra clase dirigente asume la superioridad de la cultura europea, que no debe de ser afirmada en público de modo que pueda ofender a los emigrantes. Dada esa superioridad, piensan que la asimilación ocurrirá de modo natural y de forma rápida. En un eco irónico del pensamiento imperialista de la vieja clase dirigente europea, asumen que, de alguna manera, por las leyes de la naturaleza de la historia, “ellos” se convertirán necesariamente en “nosotros”, y no conciben que lo contrario pueda ser verdad. Mientras tanto, el multiculturalismo oficial ha sido desplegado como una herramienta terapéutica para gestionar las desafortunadas pero “temporales” tensiones existentes.

Aumenta la mala fe

  1. Hay aún más mala fe y de un tipo más siniestro. Durante la pasada generación, un segmento cada vez mayor de nuestra clase gobernante decidió que sus propios intereses se basan en una globalización acelerada. Quieren levantar instituciones supranacionales que puedan controlar sin los inconvenientes de la soberanía popular. Está cada vez más claro que el “déficit democrático” en la Unión Europea no es meramente un problema técnico que pueda ser remediado mediante ajustes técnicos. Más bien parece que este déficit es un principio fundamental y es defendido con celo. Tanto si busca su legitimación en unas supuestas necesidades económicas como si lo hace en el desarrollo autónomo de los derechos humanos internacionales, los mandarines supranacionales de las instituciones de la UE confiscan la vida política de Europa, respondiendo a todos sus retos con una respuesta tecnocrática: no hay otra alternativa. Ésta es la suave pero crecientemente real tiranía a la que nos enfrentamos.

La tiranía tecnocrática aumenta

  1. Lahubrisde la falsa Europa se hace ahora evidente, a pesar de los grandes esfuerzos de sus partidarios por apuntalar sus cómodas ilusiones. Por encima de todo, la falsa Europa se revela más débil de lo que nadie hubiera imaginado. Los entretenimientos populares y el consumo material no alimentan la vida cívica. Privadas de altos ideales y desalentada toda expresión de orgullo patriótico por la ideología multiculturalista, nuestras sociedades tienen ahora dificultades para aglutinar una voluntad de autodefensa. Además, ni una retórica inclusiva ni un sistema económico despersonalizado y dominado por gigantescas corporaciones internacionales conseguirán renovar la confianza cívica y la cohesión social. Tenemos que ser, una vez más, francos: las sociedades europeas se están descomponiendo. Si abrimos los ojos, vemos un uso cada vez mayor del poder del gobierno, la ingeniería social y el adoctrinamiento educativo. No es sólo el terrorismo islámico el que provoca la presencia de soldados armados hasta los dientes en nuestras ciudades. La policía antidisturbios es ahora necesaria para reprimir violentas protestas antisistema e incluso para manejar a multitudes ebrias de aficionados al fútbol. El fanatismo de nuestras lealtades futbolísticas es un signo desesperado de la profunda necesidad humana de solidaridad, una necesidad que de otra manera queda insatisfecha en la falsa Europa.

La falsa Europa es frágil e impotente

  1. Las clases intelectuales europeas están, lamentablemente, entre los principales partidarios ideológicos de las ideas de la falsa Europa. Sin duda, nuestras universidades son una de las glorias de la civilización europea. Pero donde en el pasado se intentaba transmitir a cada nueva generación la sabiduría de las épocas pasadas, hoy la mayoría en las universidades consideran que un pensamiento crítico es irreconciliable con el pasado. Un faro del espíritu europeo había sido la rigurosa disciplina de honestidad intelectual y objetividad. Pero durante las dos pasadas generaciones, este noble ideal ha cambiado. El ascetismo que una vez buscaba liberar la mente de la tiranía de la opinión dominante se ha convertido en una a menudo complaciente e irreflexiva animosidad contra todo lo que es nuestro. Esta actitud de repudio cultural funciona como una forma barata y fácil de ser “crítico”. Durante la última generación ha sido practicada en las aulas y salas de conferencias, convirtiéndose en una doctrina, en un dogma. Y unirse a quienes profesan este credo se considera signo de “ilustración” y de elección espiritual. Como consecuencia, nuestras universidades son ahora activos agentes de la destrucción cultural en curso.

Ha arraigado una cultura del repudio

  1. Nuestras clases gobernantes están promoviendo los derechos humanos. Trabajan para combatir el cambio climático. Están construyendo una economía de mercado más integrada globalmente y armonizando las políticas fiscales. Están supervisando los movimientos hacia la igualdad de género. ¡Están haciendo tanto por nosotros! ¿Qué importa cuáles sean los mecanismos por los que han ocupado sus puestos? ¿Qué importa si los pueblos europeos son cada vez más escépticos acerca de su generosa ayuda?

Las élites exhiben arrogantemente sus virtudes

  1. Ese creciente escepticismo está completamente justificado. Hoy, Europa está dominada por un materialismo vacío que parece incapaz de motivar a los hombres y mujeres a tener hijos y formar familias. Una cultura del rechazo priva a la próxima generación de sentido de identidad. Algunos de nuestros países tienen regiones en las que los musulmanes viven con una autonomía informal de las leyes locales, como si fueran más bien colonizadores que miembros de nuestras naciones. El individualismo nos aísla a los unos de los otros. La globalización transforma las expectativas de vida de millones de personas. Cuando son criticadas, nuestras clases gobernantes dicen que únicamente están trabajando para adaptarse a lo inevitable. No es posible ningún otro rumbo y es irracional resistirse. Las cosas no pueden ser de otro modo. Los que se oponen son acusados de nostalgia, por lo que se hacen merecedores de condena moral como racistas o fascistas. A medida que las divisiones sociales y la desconfianza civil se hacen más evidentes, la vida pública europea se hace más desagradable, más resentida, y nadie sabe dónde acabará este proceso. No debemos continuar por este camino. Necesitamos librarnos de la tiranía de la falsa Europa. Existe una alternativa.

Existe una alternativa

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  1. La tarea de renovación empieza con la reflexión teológica.Las pretensiones universalistas y universalizadoras de la falsa Europa revelan que estamos ante una empresa que es un sucedáneo religioso, con sus inflexibles credos y anatemas. Éste es el potente opiáceo que paraliza el cuerpo político europeo. Debemos insistir en que las aspiraciones religiosas tienen su lugar correcto en la esfera de la religión, no en el de la política, y mucho menos en el de la administración burocrática. Para recuperar nuestra voluntad política e histórica es imperativo que re-secularicemos la vida pública europea.

Debemos dar la espalda a un sucedáneo de religión

  1. Esto requerirá que renunciemos al mendaz lenguaje que escapa de la responsabilidad y alimenta la manipulación ideológica. El discurso de la diversidad, la inclusión y el multiculturalismo está vacío. A menudo, ese lenguaje es empleado como una forma de caracterizar nuestros fracasos como si fueran éxitos: la disolución de la solidaridad social es “en realidad” un signo de acogida, tolerancia e inclusión. Esto es un lenguaje de marketing, un lenguaje destinado a oscurecer la realidad más que a iluminarla. Debemos recuperar un permanente respeto por la realidad. El lenguaje es un instrumento delicado y se corrompe cuando es usado como un arma. Deberíamos ser promotores de la decencia lingüística. El recurso a la denuncia es un signo de la decadencia de nuestro momento presente. No debemos tolerar la intimidación verbal, y mucho menos las amenazas de muerte. Necesitamos proteger a aquellos que hablan razonablemente, incluso si pensamos que sus opiniones son erradas. El futuro de Europa debe ser liberal en su mejor sentido, lo que significa el compromiso con un intenso debate público libre de toda amenaza de violencia y coerción.

Debemos restaurar un verdadero liberalismo

  1. Romper el hechizo de la falsa Europa y su cruzada utópica y pseudo-religiosa en favor de un mundo sin fronteras significa fomentar un nuevo tipo de política y un nuevo tipo de político. Un buen líder político cuida del bien común de un pueblo particular. Un buen estadista considera nuestra herencia europea común y nuestras tradiciones nacionales particulares como admirables e inspiradoras, pero también como dones frágiles. No rechaza esa herencia ni se arriesga a perderla por ningún sueño utópico. Estos líderes desean los honores otorgados a ellos por su pueblo y no codician la aprobación de la “comunidad internacional”, que es de hecho el aparato de relaciones públicas de una oligarquía.

Necesitamos hombres de estado responsables

  1. Reconociendo el carácter particular de las naciones europeas y su identidad cristiana, no tenemos que mostrar perplejidad ante las falsas pretensiones de los multiculturalistas. La inmigración sin asimilación es colonización y debe ser rechazada. Esperamos legítimamente que aquellos que emigran a nuestras tierras se incorporen a nuestras naciones y adopten nuestra forma de vida. Esta expectativa tiene que ser promovida mediante políticas sensatas. El lenguaje del multiculturalismo ha sido importado desde Estados Unidos. Pero la época de mayor inmigración a América fue a los inicios del siglo XX, un periodo de un notable y rápido crecimiento económico, en un país sin virtualmente estado del bienestar y con un sentido muy intenso de identidad nacional a la que los inmigrantes se esperaba que se asimilasen. Después de admitir a un gran número de inmigrantes, Estados Unidos cerró sus puertas durante casi dos generaciones. Europa necesita aprender de esta experiencia norteamericana más que adoptar las ideologías contemporáneas norteamericanas. Esa experiencia nos dice que el lugar de trabajo es una poderosa maquinaria de asimilación, que un generoso estado del bienestar puede impedir la asimilación y que un liderazgo político prudente exige a veces reducciones en la inmigración, incluso drásticas restricciones. No debemos permitir que una ideología multicultural deforme nuestros juicios políticos sobre cómo servir mejor al bien común, lo que requiere comunidades nacionales con la suficiente unidad y solidaridad para considerar su bien como común.

Deberíamos renovar la unidad nacional y la solidaridad

  1. Después de la Segunda Guerra Mundial, en la Europa Occidental surgieron vigorosas democracias. Después del colapso del Imperio Soviético, las naciones centroeuropeas restauraron su vitalidad civil. Estos son algunos de los logros más valiosos de Europa. Pero se perderán si no abordamos la inmigración y el cambio demográfico en nuestras naciones. Sólo los imperios pueden ser multiculturales; la Unión Europea lo será si no logramos consagrar una solidaridad renovada y unidad cívica como criterios para encauzar las políticas de inmigración y las estrategias para su asimilación.

Sólo los imperios son multiculturales

  1. Muchos creen erróneamente que Europa está convulsionada sólo por las controversias en torno a la inmigración. En realidad ésta no es más que una dimensión de una mayor confusión social general que debe ser corregida. Tenemos que recuperar la dignidad de las funciones y los papeles dentro de la sociedad. Los padres, los profesores y los catedráticos tienen el deber de formar a aquellos que están bajo su cuidado. Debemos resistir el culto y el dictamen de los expertos en la materia que se impone a costa de la sabiduría, el tacto y la búsqueda de una vida cultivada. No puede haber renovación de Europa sin un decidido rechazo de un igualitarismo exagerado y de la reducción de la sabiduría a conocimiento técnico. Apoyamos los logros políticos de la era moderna. Todo hombre y mujer deben tener igual voto. Los derechos básicos deben de ser protegidos. Pero una sana democracia requiere jerarquías sociales y culturales que animen la búsqueda de la excelencia y honren a aquellos que sirven al bien común. Necesitamos restaurar y honrar adecuadamente un sentido de grandeza spiritual, para que nuestra civilización pueda contrarrestar el creciente poder tanto de la mera riqueza como del vulgar entretenimiento.

Una adecuada jerarquía alimenta el bienestar social

  1. La dignidad humana es más que el derecho a que nos dejen en paz y las doctrinas de los derechos humanos internacionales no agotan las demandas de justicia, y mucho menos las de bien. Europa necesita renovar un consenso sobre la cultura moral de modo que el pueblo pueda ser guiado hacia una vida virtuosa. No debemos permitir que una falsa visión de la libertad impida el uso prudente de la ley para disuadir el vicio. Tenemos que perdonar las debilidades humanas, pero Europa no puede florecer sin la restauración de una aspiración común hacia una conducta recta y hacia la excelencia humana. Una cultura de la dignidad fluye de la decencia y la asunción de los deberes de cada etapa de la vida. Necesitamos renovar el intercambio de respeto entre las clases sociales que caracterizan a una sociedad que valora las contribuciones de todos.

Debemos restaurar la cultura moral

  1. Al tiempo que reconocemos los aspectos positivos de la economía de libre mercado, debemos resistir las ideologías que tratan de someterlo todo a la lógica del mercado. No podemos permitir que todo esté en venta. El buen funcionamiento de los mercados requiere el imperio de la ley y nuestras leyes no deberían limitarse a vigilar la mera eficiencia económica. Los mercados también funcionan mejor cuando actúan dentro de instituciones sociales fuertes organizadas desde su propia lógica, por principios que no son de mercado. El crecimiento económico, que es beneficioso, no es el bien más alto. Los mercados necesitan ser orientados hacia fines sociales. Hoy, el gigantismo de las corporaciones amenaza incluso a la soberanía política. Las naciones necesitan cooperar para dominar la arrogancia y la falta de mesura de las fuerzas económicas globales. Apoyamos el uso prudente del poder del gobierno para preservar los bienes sociales no económicos.

Los mercados han de ser ordenados hacia fines sociales

  1. Creemos que Europa tiene una historia y una cultura que vale la pena mantener. Nuestras universidades, no obstante, traicionan con demasiada frecuencia nuestra herencia cultural. Necesitamos reformar los planes educativos para fomentar la transmisión de nuestra cultura común y evitar el adoctrinamiento de nuestros jóvenes en una cultura del rechazo. Los maestros y preceptores en cada nivel tienen un deber con respecto a la memoria del pasado. Deberían enorgullecerse de su papel como puente entre las generaciones del pasado y las generaciones que vendrán. Debemos también renovar la alta cultura de Europa haciendo que lo sublime y lo bello sea nuestro patrón común y rechazando la degradación de las artes en un tipo de propaganda política. Esto requerirá el cultivo de una nueva generación de mecenas. Las corporaciones y las burocracias han demostrado ser pobres patronos de las artes.

La educación debe ser reformada

  1. El matrimonio es el fundamento de la sociedad civil y la base para la armonía entre hombres y mujeres. Es el vínculo íntimo organizado para sustentar un hogar y criar a los hijos. Afirmamos que nuestros roles más importantes en la sociedad y como seres humanos son los de padres y madres. El matrimonio y los hijos son integrales a cualquier visión del progreso humano. Los hijos requieren sacrificios de aquellos que los traen al mundo. Este sacrificio es noble y debe de ser reconocido. Apoyamos políticas sociales prudentes encaminadas a fomentar y fortalecer el matrimonio, la maternidad y la educación de los hijos. Una sociedad que falla al dar la bienvenida a los niños no tiene futuro.

El matrimonio y la familia son esenciales

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  1. El auge de lo que se ha dado en llamar “populismo” produce hoy día una gran ansiedad en Europa, a pesar de que este término parece no haber sido nunca definido y es usado casi siempre como una invectiva. Tenemos nuestras reservas hacia este fenómeno. Europa necesita recurrir a la profunda sabiduría de sus tradiciones antes que confiar en lemas simplistas y apelaciones emotivas que dividen. Aún así, reconocemos que mucho de lo que hay en este fenómeno político puede representar una sana rebelión contra la tiranía de la falsa Europa, que etiqueta como “antidemocrático” cualquier amenaza a su monopolio sobre la legitimidad moral. El llamado “populismo” desafía la dictadura del status quo, el “fanatismo del centro”, y lo hace con razón. Es un signo de que incluso en medio de nuestra degradada y empobrecida cultura política, la voluntad histórica de los pueblos europeos puede renacer.

El populismo debe de ser abordado

  1. Rechazamos la falsa pretensión de que no hay alternativa responsable a la solidaridad artificial e impersonal de un mercado unificado, una burocracia transnacional y un entretenimiento superficial. El pan y el circo no son suficientes. La alternativa responsable es la verdadera Europa.

Nuestro futuro es la verdadera Europa

  1. En este momento, pedimos a todos los europeos que se unan a nosotros en el rechazo de la fantasía utópica de un mundo multicultural sin fronteras. Amamos, y es justo que así sea, nuestras patrias y buscamos entregar a nuestros hijos todo lo noble que hemos recibido como patrimonio nuestro. Como europeos también compartimos una herencia común y esta herencia nos exige vivir juntos en paz como una Europa de las naciones. Renovemos la soberanía nacional y recuperemos la dignidad de una responsabilidad política compartida para el futuro de Europa.

Debemos asumir nuestras responsabilidades

Philippe Bénéton (France)

Rémi Brague (France)

Chantal Delsol (France)

Roman Joch (Česko)

Lánczi András (Magyarország)

Ryszard Legutko (Polska)

Roger Scruton (United Kingdom)

Robert Spaemann (Deutschland)

Bart Jan Spruyt (Nederland)

Matthias Storme (België)

 

FIRMANTES ESPAÑOLES

Dalmacio Negro Pavón

Francisco J. Contreras Peláez

Rafael Sánchez Saus

Juan Bautista Fuentes

Elio A. Gallego García

Jerónimo Molina

Serafín Fanjul

Francisco Javier García Alonso

Macario Valpuesta Bermúdez

Emili Boronat

Ignacio Ibáñez Ferrándiz

Pedro Fernández Barbadillo

Javier R. Portella

Arnaud Imatz

Álex Rosal

Ángel David Martín Rubio

Enrique García Máiquez

Jorge Soley Climent

Jorge Sánchez de Castro

Carlos Ruiz Miguel

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