Un siglo de Spengler

Frente al capitalismo de rapiña británico, oponía el concepto de Estado de Prusia, donde la propiedad privada no es el botín del individuo irresponsable, sino una encomienda de la sociedad.

Compartir en:

En 1917, un hombre de gabinete, solterón, retraído y enfermizo, salió de su encierro de tres años para publicar la obra esencial del siglo XX; un análisis y un vaticinio, una grandiosa analogía y una narración de poderoso lenguaje y lúcidas ideas: La decadencia de Occidente. Representante principal de la Revolución Conservadora alemana junto a Schmitt y Jünger, Spengler es el pensador fundamental de nuestro tiempo, el referente básico para cualquier aventura intelectual europea; por eso su nombre no se cita en los medios académicos y se le condena a un olvido que no prevalecerá.

La decadencia de Occidente apareció justo en el año en el que la vieja Europa empezaba a desmoronarse ante la irrefrenable rebelión de las masas y el colapso de las ideas, las instituciones y la estética que forjaron la gloriosa era clásica de nuestra cultura. Al poco de su publicación, estados inamovibles y centenarios, como el imperio de los Habsburgo y la Rusia imperial, desaparecieron para siempre y con ellos se derrumbaron los pilares preservadores de un orden aristocrático secular. También se desmoronó el joven Reich alemán, que parecía una acertada síntesis entre los principios monárquicos, los aristocráticos y la democracia, aunque sus elementos más sanos lograron frenar la revolución roja y las tensiones separatistas. En una época de desolación igualitaria, de experimentos estériles y aniquiladores de las vanguardias políticas y culturales, fue inevitable que la Decadencia impresionara a los lectores de aquellos años fatídicos que iniciaron el finis Europæ.

La erudición de Oswald Spengler era inmensa y universal: abarcaba la economía, las ciencias, las matemáticas, las religiones, el arte, la filosofía y, por supuesto, la historia. Se puede equiparar con Hegel y supera ampliamente a Marx, concentrado éste en la superstición económica y ciego, como lo serán todos sus secuaces, a las artes y a los productos más altos del espíritu. Spengler era justo todo lo contrario: un polígrafo de intereses universales en la línea de Leibnitz, un gran escritor de prosa acerada y un desclasado con instintos aristocráticos y socialistas a la vez: un prusiano.

La idea fundamental de La decadencia de Occidente es que las culturas nacen, se desarrollan y mueren en procesos análogos a los de las plantas; que tienen sus otoños, sus primaveras y sus inviernos, su fase de crecimiento y juventud, de predominio de la sangre y lo orgánico (la cultura), y su período de declive, erudición, escepticismo y vida urbana (civilización). Estos ciclos naturales niegan la concepción lineal de la historia judeocristiana y progresista y recrean los viejos ciclos del mundo precristiano, que vuelven a surgir con Giambattista Vico en el siglo XVIII y con Nietzsche en el XIX.

Las culturas existen de modo autónomo y pueden influirse parcialmente, pero en lo sustancial son irreductibles, inasimilables las unas por las otras. Spengler difundió un término –Weltanschauung– que se hizo inmensamente popular en el período de entreguerras. No hay libro alemán de historia o filosofía en los años veinte y treinta que no saque el inevitable Begriff (“concepto”) en alguna de sus páginas; fue uno de esos palabros germánicos que los españoles adaptamos gustosamente, como Zeitgeist (“espíritu del tiempo”) o Dasein (“existencia”), para dar un toque de profundidad filosófica a nuestras conversaciones. Definido como cosmovisión o idea del mundo, la Weltanschauung define a las grandes civilizaciones, las distingue entre sí. Como Spengler demuestra en su obra, no ven igual la naturaleza, la religión, la vida social e incluso las matemáticas hombres de distintas culturas: sólo el espíritu fáustico de Occidente pudo desarrollar el cálculo infinitesimal, sólo en la India era posible concebir el cero, inimaginable para la mente plástica y somática de griegos y romanos. Eso es la Weltanschauung: la singular manera de ver el cosmos según la cultura a la que pertenezcamos. Spengler nos abruma con datos, con ejemplos, con referencias a las disciplinas más variadas; con él pasamos de Creta a Pekín, de Federico Staufen a Diofanto, o de la metafísica hindú a la tecnología griega y romana.

La decadencia de Occidente se lee muy bien, tanto en el soberbio alemán de Spengler como en la clásica traducción de don Manuel García Morente. Su paso de la forma filosófica y las alturas metafísicas a la realidad del hecho histórico se realiza con una difícil facilidad, con una elegancia del discurso que no puede sino elevar esta obra, que pese a su tamaño ingente se lee de un tirón, a la altura del Decline and Fall de Gibbon.

Pero Spengler también fue un hombre preocupado por la política y por los hechos de su tiempo. Los años decisivos, publicado en el no menos decisivo año de 1933, es un ensayo de memorable visión profética en el que advierte a los alemanes sobre los peligros que encierra la política emocional y plebeya del nazismo, en un momento histórico en el que lo que más falta le hacía a la nación era la frialdad y el cálculo, virtudes aristocráticas que exigen un pathos de la distancia y son incompatibles con el ambiente de exaltación religiosa que trajo Hitler y que tanto recordaba a la explosiva Alemania de 1520. Todos los males que profetizó se cumplieron doce años más tarde. Visto con desconfianza por el nazismo, pese a los intentos de Goebbels por atraerlo y su influencia en Rosenberg, acabó siendo atacado por los intelectuales del Tercer Reich, como el völkisch Johann von Leers.

Preussentum und Sozialismus (escrito en el otoño de 1919), es la respuesta del autor a las conmociones de ese mismo momento, cuando todavía ruge la guerra civil en Rusia y Alemania ha pasado por la revolución de noviembre del 18, sufre la derrota en la Gran Guerra y vive la amenaza espartaquista. Sorprende la agudeza con la que juzga el dominio bolchevique, del que afirma con su característica visión profética que desembocará en un nuevo zarismo que tomará forma con una nueva religión. Pero aún más importante es su rechazo del liberalismo y de la democracia y su defensa de un socialismo aristocrático, lo que se podría denominar prusianidad. Spengler vio que el mundo occidental avanzaba hacia la disolución del Estado y hacia la extensión por todo el globo de la servidumbre planetaria a los poderes económicos, en la que los estados se someterían al Dinero y a seinem schweigenden Befehl (“su mandato silencioso”) bajo el predominio de los anglosajones y de las organizaciones internacionales. Frente al capitalismo de rapiña británico, oponía el concepto de Estado de Prusia, donde la propiedad privada no es el botín del individuo irresponsable, sino una encomienda de la sociedad. El socialismo prusiano no supone la lucha de clases, sino una forma de organización en la que todos los elementos de la sociedad se subordinan a un fin más alto, la política, ya que la Historia universal la forjan los Estados en su lucha por sobrevivir e imponerse. Frente al gregarismo informe del liberalismo y su melliza, la socialdemocracia, Spengler propugna un Estado jerárquico en el que los valores de orden, deber e idealismo se impongan a los que caracterizan la anomia cultural de las democracias: el egoísmo y el obsceno poder del dinero.

Según Spengler, este socialismo prusiano vino precedido por la idea de misión religiosa de los españoles, donde la defensa de la política católica se corporeizaba en la figura del rey, y esta misma empresa de la fe militante hacía que sus defensores se olvidasen del interés individual y se consagraran a una concepción comunitaria y jerárquica de la existencia, donde sólo se podía ser Soldat oder Priester (ya sabemos de dónde sacó José Antonio lo de mitad monje, mitad soldado), que sirvió para conquistar el planeta y formar un elemento clave en la historia de Europa: el imperio de los Habsburgo, tanto en Madrid como en Viena, que para Spengler era una emanación de la catolicidad española.

Esta idea del socialismo a la prusiana se parece al concepto hegeliano del Estado como ente en el que se materializa la más alta encarnación de la idea moral. Por el contrario, se halla muy lejos de la idea nazi de la Volksgemeinschaft (la comunidad popular), en la que el Estado es sólo un instrumento del Volk. Para Spengler, inspirado por la tradición fridericiana, es el Estado, heredero de la concepción monárquica de los Hohenzollern, el que encuadra y crea al pueblo, que es un instrumento, pero jamás un fin. La aristocracia es la primera servidora del Estado y sólo halla su razón de ser dentro de él. Como podemos observar, Spengler actualiza el ideario de Gewiss und Gehorsam (“Obediencia y Conciencia”) del Viejo Fritz, lo que le hizo muy crítico del Estado neofeudal de masas de Hitler.

En 1936, cuando el III Reich iniciaba su despliegue de gran potencia, Spengler muere en Munich con el alma llena de malos presagios para Alemania y para Europa, que se enfrentaban al fantasma de su declive y extinción. Todo lo que vino después, como él predijo, fue para peor.


Más información sobre Los años decisivos,
con prólogo de Rodrigo Agulló,
editado por Ediciones Insólitas. 

Todos los artículos de El Manifiesto se pueden reproducir libremente siempre que se indique su procedencia.

Compartir en:

¿Te ha gustado el artículo?

Su publicación ha sido posible gracias a la contribución generosa de nuestros lectores. Súmate también a ellos. ¡Une tu voz a El Manifiesto! Tu contribución, por mínima que sea, dará alas a la libertad.

Quiero colaborar