La era Trump

Aprovechemos lo que aguante Trump, porque el regreso de los demócratas será la señal de un implacable Armagedón.

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En el primer año de mandato de Trump las decepciones de algunos han sido enormes, y con razón. El establishment ha vencido en los pulsos que le ha echado al presidente y todos los poderes del Estado conspiran contra su jefe con una deslealtad digna de estudio. Si algo demuestra que la democracia es una farsa, aquí lo tenemos: la voluntad popular de los americanos y de su presidente es boicoteada sin castigo y sin remedio, día sí y día también, por funcionarios, altos cargos de la administración y no digamos ya por políticos y periodistas. Jamás un hombre ha estado tan solo en la Casa Blanca.

Recordemos que, nada más acceder al cargo, algunas revistas plantearon sin tapujos la posibilidad de asesinarlo, y la legitimidad de su sorprendente triunfo aún no ha sido reconocida por quienes fueron derrotados aquel increíble martes de noviembre, cuando todo el pastel parecía repartido entre los de siempre. Su discurso de toma de posesión iluminó, efímero, el horizonte y siempre merecerá ser recordado. Desde entonces, una capitulación tras otra ha dominado la presidencia de este millonario cesarista, cuyas capitulaciones llegaron a su colmo con el bombardeo salvaje de la base siria de Ash Shairat en abril de este año. Desde aquel día está claro que no debemos esperar mucho de él.

Sin embargo, hay algo que siempre tendremos que reconocer como el gran mérito de Trump: gracias a él no está tiranizando el planeta Hillary Clinton, la gorgona de Arkansas. Mientras Trump gobierne, habrá mayores probabilidades de paz que bajo el matriarcado violento, agresivo e implacable de la odiosa walkiria de los lobbies. Su amazonismo sediento de sangre (ella fue la que inició la guerra en Siria mediante la “suelta” de mercenarios wahabíes) nos habría conducido a una peligrosísima escalada con Rusia y a una serie de enredos cruentos en Oriente Próximo, como resultado del creciente aventurerismo saudí. Pese a sus bravuconadas, Trump es pacífico y no tiene la menor intención de mancharse de sangre para arreglar los intereses de la oligarquía planetaria. Sólo por eso, el acosado presidente de los Estados Unidos merece ser sostenido.

Sí, Trump es beneficioso por todas las acciones nefastas que bloquea: desde una guerra con Rusia –el sueño imposible de Obama– hasta la prosecución de las políticas tan caras al partido demócrata de destrucción de la familia, proscripción de la virilidad, discriminación de la raza blanca y ruina de las clases medias. La defensa de una industria americana sin deslocalizar, el intento de desmontar el Obamacare –el gran negocio de los lobbies farmacéuticos, que sólo servía para dar en monopolio la dispensa de medicamentos a los amigos del partido demócrata en cada Estado–, el frenazo en seco al fomento de la degradación de las costumbres, la ruptura de los acuerdos multilaterales de libre comercio y su constante oposición al puritanismo de la corrección política, hacen que las inmensas decepciones de esta presidencia claudicante sean mejores que cualquier otra opción posible dentro de un país que, pese a que el núcleo de su población sana es numeroso, parece definitivamente condenado a ser el brazo ejecutor del nuevo orden mundial, por mucho que a ello se opongan su presidente y sus ciudadanos.

Aprovechemos lo que aguante Trump, porque el regreso de los demócratas será la señal de un implacable Armagedón.

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