¿Un bloque popular frente a los liberales mundialistas?

¿Y si la izquierda hiciera oír su voz hablando de inmigración?

El autor aboga por un eje doctrinal de "soberanismo político, migratorio, comercial, presupuestario y monetario" que trascienda la superada división derecha-izquierda.

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Recientemente, Sahra Wagenknecht, líder del partido de izquierda alemana Die Linke, anunciaba el lanzamiento de su movimiento Aufstehen (Levantarse). Este movimiento, que se quiere independiente de los partidos, ha optado por una nueva orientación ideológica, dirigida no sólo contra las reformas de flexibilización del mercado de trabajo, que han precarizado considerablemente a los trabajadores menos cualificados en Alemania, sino también contra la apertura de las fronteras migratorias. Se trata de separarse de la postura de la “izquierda moralizante”, explicando a los perdedores de la mundialización cómo conviene pensar para adoptar la de la “izquierda materialista”, que se postula como su portavoz y defensor. Porque, como dice el dramaturgo Bernd Stegemann, que trabaja con Wagenknecht en el programa del movimiento, “las personas que viven en condiciones precarias y atomizadas reaccionan necesariamente de forma menos generosa y tolerante que las categorías acomodadas en la consideración de los inmigrantes”. “Primero, el Grub (comida servida en los pubs ingleses), después la ética”, resumía Brecht.

Esta orientación constituye una revolución copernicana desde el punto de vista de la izquierda. En efecto, después del advenimiento del mercado único europeo y de la mundialización liberal de la década de los 80, la izquierda llamada “de gobierno” desertó de la cuestión de la defensa del trabajo contra el capital (que entraba en contradicción con el objetivo de la “construcción europea” y de la “inserción en la globalización”) para centrarse sobre las cuestiones societales: promoción de los derechos de las minorías étnicas y sexuales, políticas de acogida migratoria… Sin embargo, la mundialización ha incrementado las desigualdades de ingresos y de riquezas en el seno de las sociedades occidentales, en particular en los países que han abrazado claramente las políticas de flexibilización del mercado de trabajo y de reducción de la fiscalidad sobre las rentas altas (Estados Unidos, Gran Bretaña y, en el seno de la Europa continental, Alemania). Es por ello que la socialdemocracia ha abandonado progresivamente a las clases populares en beneficio de una élite urbana adherida a la mundialización y a los valores cosmopolitas (élite urbana que constituye uno de los componentes de lo que Bruno Amable y Stefano Palombarini llaman el “bloque burgués”, ese cuerpo social representado por los diferentes partidos políticos “de gobierno” desde el advenimiento de la segunda mundialización).

Algunas corrientes de la “izquierda radical”, con el objetivo de reconquistar el voto de las clases populares, han adoptado una agenda de modificación radical del statu quo de la mundialización: fiscalidad mucho más progresiva, en detrimento del capital y de las rentas altas, reforma de la gobernanza y del euro, así como del modo de intervención de los bancos centrales en provecho de los más desfavorecidos (monetarización de la deuda, por ejemplo), regulación del mercado de trabajo (aumento del salario mínimo, protección de los trabajadores y los desempleados), dirigismo del Estado en la economía (políticas sociales, renacionalización de sectores privados, protección del empleo y de los servicios públicos, ambiciosas políticas de inversiones públicas), regulación del comercio internacional (protección del sector industrial, denuncia de los acuerdos de librecambio, barreras aduaneras frente a los países que practican el dumping fiscal, social o medioambiental).

Pero esta nueva oferta política antimundialización llevada por la izquierda radical se revela bastante insuficiente para recoger una amplia adhesión de las clases populares y cambiar el statu quo de la mundialización.

El cambio de orientación operado por Sahra Wagenknecht sobre la cuestión migratoria encuentra su origen en la crisis de inmigrantes de 2015, cuando la canciller Angela Merkel decidió unilateralmente la acogida de un millón de refugiados procedentes de Oriente Medio en Alemania. Esta política no respondía solamente a una lógica humanitaria, sino que era conforme con los intereses del patronato empresarial alemán, inquieto porque la penuria de mano de obra no terminase por obligar a una fuerte subida de los salarios (¡se estima que el país necesita un flujo de 500.000 inmigrantes por año hasta 2050 para compensar la bajada estructural de su mano de obra!). El conjunto de la izquierda alemana, en principio adherida a esta operación, siguió con su línea internacionalista habitual respecto a esta política de acogida. Pero entonces comenzó a ver que su audiencia en el seno de las clases populares se debilitaba en beneficio de la AfD (Alternative für Deutschland), el nuevo partido nacional populista alemán, cuya línea era claramente hostil a la inmigración.

Adoptando el tema de la lucha contra la inmigración por su cuenta, la izquierda reanuda, en realidad, su posicionamiento histórico en cuanto al problema de la movilidad del trabajo. “Lo que nosotros no queremos, decía Jaurès en 1894, observando los efectos de la primera mundialización, es que el capital internacional vaya a buscar la mano de obra en los mercados donde ésta está más envilecida, humillada, despreciada, para echarla sin control y sin reglamentación sobre el mercado francés, y para llevar a los salarios, en todo el mundo, al nivel de los países en los que son más bajos. Es en este sentido, y sólo en este sentido, que nosotros queremos proteger la mano de obra francesa contra la mano de obra extranjera, no por un exclusivismo chovinista, sino para sustituir la internacional de la miseria por la internacional del bienestar”. Se observa, por otra parte, la contraposición de esta intuición de Jaurès en el Reino Unido, donde ciertos sectores utilizan mucha mano de obra extranjera, han aumentado fuertemente los reflujos migratorios hacia el continente inducidos por la perspectiva del Brexit.

En esta controversia central de la inmigración se mezclan así la crítica de la ideología cosmopolita (crítica sostenida tradicionalmente por la derecha conservadora) y la de los efectos económicos deletéreos de la mundialización. Dos temáticas que encuentran una fuerte resonancia en el seno de las clases populares.

Por su parte, los movimientos nacionales populistas como la AfD se comprometen cada vez más en la defensa de las clases populares contra los efectos de la mundialización. Así, la AfD, que campaba en sus orígenes en una línea económica ultraliberal, viene a presentar sus propuestas para revalorizar las pensiones y los ingresos por encima de la flexibilización del mercado de trabajo para adaptarse mejor a las expectativas de su electorado. El partido, incluso, ha intervenido para apoyar a los obreros de Siemens contra el proyecto de cierre de una fábrica en Görlitz, cerca de la frontera polaca. Este posicionamiento se hace eco de la línea antieuro y antimundialización de la campaña presidencia de Marine Le Pen en 2017. La Liga italiana también se ha “izquierdizado” significativamente en el plano económico y social, hasta llegar a una alianza de gobierno con el Movimiento Cinco Estrellas, una situación política inédita que prefigura la constitución de un “bloque popular” potencialmente hegemónico frente al “bloque burgués” representado por las formaciones centristas tradicionales.

Esta tendencia se extiende por contagio a los partidos de gobierno, que hasta ahora sólo se preocupaban de representar a los ganadores de la mundialización. La primerministro británica Theresa May, líder del partido conservador Tory, también ha levando acta de la ruptura definitiva con el thatcherismo para reconectar con la tradición “social conservadora” de los Red Tory. Intenta así responder mejor a la necesidad de protección expresada por las clases populares que han votado mayoritariamente a favor del Leave. Frente a ella, Jeremy Corbyn ha roto con la doctrina liberal del New Labour de Tony Blair para adoptar una línea económica mucha más en la línea de los intereses de las clases populares. Igualmente ha incorporado en su programa la regulación de los flujos migratorios, tan querida por los partidarios del Brexit, con el mismo espíritu que el de Sahra Wagenknecht. La retórica antimundialización y antiinmigración de Donald Trump es también un hecho inédito en el partido republicano, y constituye una especie de avatar de esta tendencia, incluso si, en el plano interior, el posicionamiento de Trump (especialmente en materia fiscal) es todavía francamente desfavorable a las clases populares. En cuanto a Bernie Sanders, él propone nada menos que una “revolución política” de las clases populares desclasadas por la mundialización con vistas a las primarias del partido demócrata.

Se recuerda con frecuencia la famosa frase de Warren Buffet: “Hay una lucha de clases, pero es mi clase, la de los ricos, la que la conduce y está a punto de ganarla”. Sin embargo, las clases populares, que han sido efectivamente relegadas a los márgenes del sistema desde la crisis de 2008, siguen estando en trance de estructurar una fuerza de oposición política frente al statu quo desigualitario de la mundialización.

Las élites beneficiarias de la mundialización intentan hoy defender el statu quo presentándose como los últimos defensores de los valores “progresistas” y “liberales” frente al retorno de los “populismos” o de los “nacionalismos”. Pero, detrás de esta terminología caricaturesca, podemos leer, en realidad, la desesperada tentativa del “bloque burgués” para mantener su hegemonía social y cultural frente a la presión, cada vez más amenazante, del “bloque popular”. Un soberanismo político, migratorio, comercial, presupuestario y monetario, trascendiendo el clivaje derecha–izquierda, aparece como el nuevo eje doctrinal en torno al cual las clases populares están a punto de organizarse para la reconquista del poder. Frente a la potencia de este discurso soberanista, que intenta restituir a los pueblos una democracia confiscada, las élites liberales deberán revisar su lógica profundamente si no quieren asistir al fin de esta segunda mundialización que, como la primera, acabará en el cubo de basura de la historia.

© Figaro Vox, 03/09/2018

Traducción de Jesús Sebastián Lorente

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