Cataluña era la región más patriótica de España en el siglo XIX

El orgullo por una lengua y por una riqueza desencadenaron el nacionalismo. El nacionalismo fue una reacción contra el fracaso de España. Su diagnóstico fue certero; pero el tratamiento propuesto, catastrófico.

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Jesús Laínz
 escribe sobre nacionalismo, sobre sus “verdades” y “mentiras”; sobre el poder nacionalizador de las palabras. La historia de España contra Cataluña la tituló como “Historia de un fraude” y la escribió en forma de libro. Esta conversación empieza en su tierra, en la Plaza del Cañadío, ya entrada la noche, justo después de que Laínz, también firmante de Libres e Iguales, explicara a sus paisanos en el Ateneo de Santander las claves de la cuestión, las verdades y mentiras del desafío secesionista catalán.
Una vez escribió acerca de la “verdad y mentira de los nacionalismos”. ¿Cuál es la parte de verdad?
Los nacionalismos fueron una reacción regeneracionista de la España de finales del siglo XIX. Este siglo entraña la historia más negra de España. En la mayor parte del país, el regeneracionismo se plasmó en la generación del 98, con aquellos intelectuales que querían sacar a España de aquel fracaso. Sin embargo, en las dos regiones más industrializadas y exitosas, que habían conseguido ponerse al paso de los países europeos, surgió la tentación contraria: “Yo me largo de aquí porque España es un país fallido y no quiero ser español”. Por eso, el fenómeno del separatismo surgió en País Vasco y Cataluña y no en otras comunidades. Apareció en aquellos sitios que tenían un mayor orgullo regional por el éxito del que disfrutaban y, también, por la recuperación de las lenguas regionales que habían estado en segundo plano desde finales de la Edad Media. El orgullo por una lengua y por una riqueza desencadenaron el nacionalismo. Esa es la parte histórica de verdad. El nacionalismo fue una reacción contra el fracaso de España.
¿Y la parte de mentira?
El diagnóstico fue certero. Sin embargo, el tratamiento propuesto fue catastrófico. España estaba mal estructurada y necesitaba una regeneración, pero lo que propusieron, el irse y desentenderse de la cuestión, fue catastrófico. El caso más ilustrativo fue el de los catalanes. Cataluña fue la región más imperialista, más belicista y más patriótica del S.XIX. Eran los primeros en ir de voluntarios a las guerras de Cuba y Marruecos. Además, la prensa catalana en su conjunto, sin excepción, fue la que más clamó por no ceder un solo milímetro a los separatistas cubanos. Sin embargo, esa misma prensa, al día siguiente de la derrota del 98, dijo: “España es un barco que se va al fondo del mar, tenemos que romper amarras”. Se desentendieron de aquello que habían defendido. El caso de la prensa catalana es muy llamativo. Incluso los periódicos de extrema izquierda eran patrióticos. Sin embargo, en tan solo unos días se olvidaron de eso y echaron la culpa al resto de los españoles, como si los catalanes no hubieran tenido nada que ver con ello.
Antes, en la presentación del manifiesto, ha comentado dos anécdotas con las que ha pretendido ilustrar la “inactividad de los dos grandes partidos en el Gobierno frente al nacionalismo”. ¿Podría recordarlas? Empecemos por el PP.
Por supuesto. Fernando García de Cortázar, cuando era director de la serie “Memoria de España”, tuvo que discutir con el Gobierno de Aznar porque el Ejecutivo consideraba que el hecho de que apareciera “España” en el título era una provocación a los nacionalistas. El Gobierno proponía “El hilo invisible”, en lugar de “Memoria de España”.
¿Y la del PSOE?
Un periodista de la Gaceta de los Negocios se entrevistó con Rubalcaba antes de aprobarse el Estatuto de Cataluña de 2006. Dijo Rubalcaba: “Con este nuevo Estatuto vamos a tener entretenidos a los nacionalistas otros 25 años, igual que han estado entretenidos hasta ahora”. Le contestó el periodista: “¿No cree que dentro de 25 años la situación estará todavía peor?” A lo que respondió Rubalcaba: “Dentro de 25 años yo no estaré aquí. El que venga detrás que arree”.
También suele referirse en sus escritos al “poder nacionalizador de las palabras”. ¿En qué consiste este poder y cómo se usa?
Buena parte de la ingeniería nacionalista ha consistido en utilizar la lengua como elemento separador, y no como elemento de comunicación. Se han dedicado a marcar el territorio con topónimos absolutamente ajenos al castellano, como si así se nacionalizara el territorio. Le voy a poner un ejemplo. Había una localidad vasca que siempre se llamó Pedernales, pero a Sabino Arana se le ocurrió que podía llamarse Sukarrieta. Un pedernal es una piedra de la que se hace fuego. Fuego en euskera se dice “Sua” y piedra, “Harri”. De ahí se sacó este nombre, que no tiene ningún sentido histórico, pero hoy día se llamá Sukarrieta y no Pedernales. De este modo se desespañoliza. ¿Cómo se hace esto? Marcando el territorio con palabras que no tienen ningún sentido. Esto no quiere decir que no haya localidades cuyo nombre original sea en catalán o en euskera.
A día de hoy, ¿somos libres e iguales?
Evidentemente no. Empezando por el régimen fiscal. No somos iguales. Esto, desde un punto de vista jurídico, es aberrante. Hoy en día no tiene sentido que se paguen impuestos en una misma cantidad y se reciban servicios de forma distinta. No somos libres e iguales. La manifestación más clara de ello es que los nacionalistas catalanes pretendan ser los únicos que puedan decidir sobre el futuro de España. Si somos iguales, todo aquello que afecte al futuro del país en su conjunto, debemos decidirlo entre todos.
© ABC

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