Cultura y democracia no hacen buenas migas

Todos al cole

«Todos al cole», dice Dragó en esta nueva columna. O lo que es lo mismo: cultura y democracia no hacen buenas migas. O hasta se dan de patadas.

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«Todos al cole», dice Dragó en esta nueva columna. O lo que es lo mismo: cultura y democracia no hacen buenas migas. O hasta se dan de patadas. Véanlo.

Es asombroso que para ser notario, registrador de la propiedad, médico, profesor, secretario de ayuntamiento, barrendero o chupatintas haya que acreditar unos estudios, ganar unas oposiciones, presentarse a un concurso o poseer un mínimo de adiestramiento profesional y que, con absurda asimetría, quepa ser diputado, ministro o jefe del gobierno sin aportar diplomas ni esgrimir méritos ni, poniéndonos en lo peor, saber hacer la o con un canuto. En teoría, y en la práctica no digamos (ahí están no pocos podemitas), cualquier menda analfabeto provisto de carnet de identidad y sin cuentas pendientes con la Justicia y con Hacienda puede ascender a Señoría, sentarse en el banco azul o llegar a La Moncloa. Cabe dentro de lo posible, e incluso de lo probable, que tan descabellado mecanismo laboral también rija en otros países de los que llaman civilizados, pero allá ellos. Si semejante contradiós (y contra la lógica aristotélica) no es un abuso de la democracia, que los santos padres de la Constitución nos lo expliquen. Firmar con una equis o con la yema del índice cuando se jura ante el Rey y ante las Cortes lo que ante las Cortes y el Rey se jure no es obstáculo para que cualquier maestro Ciruela, como ése del que se aseguraba que sin saber leer puso escuela, dirija nada menos que el país, su economía, su industria, su mercado laboral, su diplomacia, su policía, su ejército y todos sus restantes entresijos, incluyendo los de la cultura. De sobra sé que proponer la obligatoriedad de oposiciones de alto listón para convertirse en político es como esperar que los burros vuelen, pero en estricta obediencia jacobina de aquel delirante eslogan del mayo francés que aconsejaba pedir lo imposible, lo hago. ¡Qué diantre! La verdad es la verdad aunque la digan los progres. Y, ya puestos, sometería también a un riguroso examen psicológico y de cultura general, administrativa y económica (ideológica no) a cuantos pretendan ejercer su derecho al voto. ¿No asusta tanto el alza del populismo a quienes todavía, aunque acaso en fase de tente mientras cobro, nos gobiernan? Pues que dosifiquen el café para todos del sufragio universal sustituyéndolo -¡oh, herejía!- por el servido sólo a quienes tengan cacumen, criterio, altruismo, idealismo e interés por la res pública, y arreglado. ¡Es la pedagogía, estúpidos! ¡Leña a los políticos hasta que hablen inglés y a los votantes hasta que demuestren haber leído el Quijote!
© El Mundo

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