¡A mí la Legión!

A la postre, como dijera Spengler, es siempre un pelotón de soldados quien salva la civilización.

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La de hoy es mi tercera columna consecutiva dedicada a los sucesos de Barcelona y Cambrils. Las anteriores fueron de denuncia, reflexión y análisis. Verdad es, como algunos lectores me han señalado, que en ellas no aportaba soluciones. Las había, sin embargo, implícitas al término de las dos. Citaba yo en el colofón de la segunda lo que 
el general Gordon, degollado por el yihadismo avant la lettre del Mahdi, escribió, amparándose en Tucídides, a cuento de las naciones que renuncian a las armas y apuestan por la cobardía. De igual modo, abundando en lo mismo, cité al final de la primera el aut Cæsar aut nihil acuñado por la soldadesca romana que cruzó el Rubicón para enfrentarse a Pompeyo. A buenos entendedores... Lo que propongo es, en definitiva, la militarización del conflicto. Nadie se escandalice. Eso, al fin y al cabo, es lo que se hace y se seguirá haciendo en Siria, Irak, Afganistán e Israel. También, de distinto modo, en la Filipinas de Duterte y, hasta cierto punto, en la Francia de Macron. Legionario había sido el mosso de certera puntería que abatió a cuatro asesinos en Cambrils. Yerran quienes califican de terrorismo los atentados del Isis. Son batallas de una guerra que a menudo se disfraza de guerrilla o se agazapa en el quintacolumnismo y soldados son quienes las libran. Con razón dijo Churchill tras la retirada de Dunkerque que las guerras no se ganan con evacuaciones, y evacuaciones de facto son las medidas que toma la Unión Europea, y nosotros en su seno, para combatir el terrorismo. ¡Diferencia va con lo de Putin, cuyo pulso no tembló a la hora de intervenir en Chechenia y en Siria! Los políticos deben dar un paso atrás para que los militares lo den hacia delante. Tal es la estrategia requerida desde que el mundo es mundo en las situaciones de emergencia. Entérense quienes nada saben del Corán que los musulmanes sólo tienen una patria, la del islam, sin localización geográfica definida, como su agresiva y tozuda expansión a lo largo de la historia demuestra, y que, por ello, cualquier tentativa integradora por parte de las naciones que los acogen, les ríen las gracias y les dan palmaditas, derechos, salarios y subvenciones, están destinadas al fracaso. Nunca se sentirán españoles, ni europeos, ni de ninguna parte. Tampoco respetarán las reglas de la democracia. A la postre, como dijera Spengler, es siempre un pelotón de soldados quien salva la civilización.
© El Mundo

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