Roja y rota

Es inevitable que surja un nuevo régimen. Si alguien alza la bandera, hay que seguirle como un solo hombre.

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Cualquiera que sea el voto del PNV, el estropicio ya está hecho. Tanto da un gobierno del PP hipotecado, incapaz de sacar nada en las Cortes, como un gobierno del hombre de paja de los nacionalistas, un tal Sánchez, que se encontrará con un Senado en el que la mayoría absoluta le pertenece al PP y con sólo ochenta y cuatro diputados más o menos afines. Por no ser, el cabeza hueca Sánchez no es ni diputado, renunció a su escaño cuando su partido, harto de su inanidad, le despojó de la secretaría general y él se agarró una fenomenal rabieta. ¿Cómo le pueden hacer eso con lo guapo que es?

Gane quien gane la moción de censura, España pierde. En los próximos meses, incluso con elecciones generales, el país está condenado a una parálisis que es el maná celeste para los separatistas vascos y catalanes. Mientras la Antiespaña forma un frente amplio, decidido a cargarse la patria, los partidos presuntamente nacionales se ocupan de sus navajeos, de sus robos y de sus encuestas. ¿España?... Sólo un nombre, como dijo el poeta. ¿Arreglarán la crisis otras elecciones? Salvo que uno de los tres partidos que todavía se reclaman como españoles (a Podemos hay que sumarlo al frente separatista) alcanzase una mayoría absoluta, está claro que no, que la situación será muy parecida a la presente.

Ante un poder político cobarde, incompetente, débil, estúpido, corrupto y frívolo, los separatistas no tienen más que hacer que volver a las andadas. Importa poco quién sea el enterrador de la unidad nacional, tanto Pedro Sánchez como Rajoy o Rivera acabarán por asistir al despiece de España bajo la forma de una tercera república confederal o con independencias directas, a la yugoslava, algo que es una opción cada vez más posible, tal y como está el panorama europeo. ¿Quién parará ahora otro procés ampliado a Navarra, Baleares, País Vasco y Valencia?

El independentismo catalán pudo haber sido desarbolado con suma facilidad hace unos meses. Hoy, junto con el vasco, es el amo de la situación en Madrid. Pocas oportunidades va a haber más claras de conseguir lo que se abortó en octubre. La unidad de propósito y la implacabilidad de sus procedimientos le han dado la victoria al separatismo, al que ya sólo le queda culminar una firme trayectoria de cuarenta años en la que los dos grandes partidos "nacionales" han sido sus cómplices directos.

El público asiste atónito a este circo y ve con incredulidad que lo peor va a suceder, porque personajes que encarnan el hado fatal de esta nación sobreviven a sus fracasos y obtienen triunfos propios que son la desgracia de la patria: tales son Rajoy, Sánchez o Zapatero, la primera de esas fatalidades y el origen de todas las desgracias presentes.

Decía mi abuelo, capitán rebelde del 18 de julio, que antes prefería ver a España roja que rota, frase que creo que fue pronunciada por Calvo Sotelo. Nosotros ni siquiera tendremos esa posibilidad: roja y rota, la España de la Memoria Histórica y de la educación marxista será simplemente una denominación geográfica, como lo eran Italia y Alemania hace tres siglos. Una izquierda profundamente antinacional, que confunde a España con Franco, que reniega de toda nuestra historia y que aborrece nuestra tradición, jamás hará nada por salvaguardar la unidad y la continuidad de la patria. Pero no nos confundamos: ni el PP ni los sedicentes Ciudadanos son mejores. Agitan la bandera porque les conviene electoralmente. En la práctica, sobre todo el PP, han hecho todo lo posible para mantener el dominio de la izquierda en la cultura y a la vista está su lamentable reacción en Cataluña.

Todo un régimen se está viniendo abajo en medio de una degradación sin precedentes de la casta política, enfangada en infinitos procesos penales por sus prácticas corruptas, y en la que nos da vergüenza ajena la descarada indecencia y el cinismo de sus portavoces, a los que ya nada sonroja. Se acercan horas decisivas en las que no se puede ser neutral, por mucho que hayamos aprendido a despreciar la política. No se trata de defender un régimen que agoniza y que no merece un día más de vida. Se trata de España, más amenazada que nunca por quienes deberían defenderla en las inútiles instituciones. Durante demasiado tiempo los mejores se han alejado de la cosa pública, tapándose las narices y huyendo de esas zahurdas que son los partidos. ¿Para qué se van a encenagar un buen profesional o un honrado padre de familia en la política? Esa ausencia de los buenos ha llevado al poder a la turba de banderizos, logreros y demagogos que ha dividido a la patria y nos amenaza con su efectiva disgregación.

Es inevitable que surja un nuevo régimen y no podemos dejar que lo construyan los hombres que han arruinado el presente. Si con las actuales instituciones no desaparecen sus beneficiarios, tendremos mucho más de lo mismo, aunque nos resulte imposible el concebirlo. Es hora de movilizarnos porque el enemigo lleva ya largos años de ventaja y la situación urge.

Por eso, si alguien alza la bandera, hay que seguirle como un solo hombre.

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