Separatismo en Cataluña: crónica de una deslealtad

La fidelidad a España de la inmensa mayoría del pueblo catalán resulta con el paso del siglo XIX al siglo XX, todavía incontestable.

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Lo que está ocurriendo de un tiempo a esta parte en nuestra tierra catalana responde a causas de diversa índole y nos resulta un fenómeno para nada inesperado. Sumergirse en sus motivos nos conduce a considerar diversos enfoques y vectores.

A lo largo del siglo XIX surgió en Cataluña un movimiento, básicamente cultural, conocido bajo el nombre de Renaixença que abogó por el relanzamiento, en particular, de la literatura en catalán y, en general, de la propia cultura. Más de un siglo, en España, de centralismo borbónico ilustrado e uniformizante (que se inicia a partir de la definitiva victoria de las tropas borbónicas, en 1714, durante la Guerra de Sucesión Española) no habían, precisamente, favorecido el brillo de la cultura en catalán. De todos modos habría que sumar, por lo menos, dos centurias más atrás (coincidiendo con el fin del Medievo) de pronunciado erial por lo que a la literatura en catalán se refiere. Loable, resulta, por estos motivos, el intento de ese movimiento –la Renaixença–, propio del romanticismo, por restituir brillo al catalán escrito. Y reseñable, por el tema que nos ocupa, es el que no se revistiera en ningún momento de connotaciones antiespañolas, sino todo lo contrario, pues, en lo cercano a lo político, un sano regionalismo profesante de lealtad e identificación con la casa común española acompañó esta corriente literaria y cultural. Un regionalismo prohispano que no se hallaba lejos de lo que en períodos preborbónicos (como los dos siglos –XVI y XVII– de reinado de los Austrias o Habsburgos) constituyó la vertebración de la Corona de España …a saber: la unidad en la diversidad, la unión en la pluralidad, el concepto de las Españas (que se extendía al resto de las posesiones extrapeninsulares del hegemónico Imperio Español), la descentralización del poder político y económico o la continuidad de las antiguas instituciones (como, en el caso catalán, del Parlament catalán, la Diputació del General o Generalitat o el Consell de Cent municipal de la ciudad de Barcelona) por las que se rigieron los diferentes reinos y coronas que existieron en la Edad Media antes de la unificación de España bajo el reinado de los Reyes Católicos a fines del Siglo XV. Un regionalismo prohispano que tampoco distaba mucho (en su concepción organizativo–administrativa) de la España foral (reiteramos, aquella de los austrias) que reclamaban los tradicionalistas–carlistas durante el mismo siglo XIX y que llevaron, incluso, a las tres Guerras Carlistas por las que pasó la España decimonónica en las que se enfrentaron a los liberales.

Las sociedades tradicionales eran sociedades de cuño orgánico y las organizaciones políticas en las que éstas se incluían lo eran de tipo foral. Por contra las sociedades centralistas, uniformizadas, jacobinas, inorgánicas, individualistas y atomizadas son propias del desarraigado y disolvente moderno que nos ha tocado vivir, sobre todo a raíz del triunfo del liberalismo. Por ello la Renaixença no contuvo elementos criticables desde el punto de vista del tipo de lealtad a España.

El paso de ese más que comprensible regionalismo al nacionalismo catalán empezará a acaecer en la segunda mitad del siglo XIX entre determinados sectores de la burguesía industrial catalana, quejosos con el Estado español por la reducción del proteccionismo a los productos manufacturados españoles, tal cual estableció el llamado “Arancel de Figuerola” en 1869 …proteccionismo que perjudicaba especialmente al tejido industrial catalán, uno de los más pujantes de la España de entonces. Fueron, pues, los intereses económicos de la clase burguesa los que alentaron los primeros conatos de deslealtad hacia el resto de España, bien pertrechados –estos primeros conatos– por la obra de intelectuales como Valentí Almirall, quien, como muestra de sus motivaciones políticas, encabezó, en 1885, una acción reivindicativa del proteccionismo de la burguesía industrial catalana. Es, pues, de puro egoísmo materialista de lo que estamos hablando.

A pesar de esta deriva nacionalista en Cataluña son muchos los intelectuales catalanes que, en aquella época, siguen fieles, dentro del mentado regionalismo, a su compromiso con la casa común española. Así, brillan con luz propia los Torras y Bages, los Jacint Verdaguer (con su “Himne Ibèric” o su elogio del descubrimiento y conquista de América en su “Atlàntida”) o los Joan Maragall (con su “Oda a la Pàtria” –española, claro está).

La fidelidad a España de la inmensa mayoría del pueblo catalán resulta con el paso del siglo XIX al siglo XX, todavía incontestable: se producen, por ejemplo, movilizaciones totales en todos los rincones de Cataluña (en forma de donativos económicos y de todo tipo de productos alimenticios, de ropa…) de ayuda a los contingentes del ejército español que parten hacia la isla de Cuba para luchar contra los insurrectos independentistas cubanos y contra las invasoras tropas estadounidenses que pretenden sustraer la isla al domino español. Los soldados catalanes que, tras la pérdida de Cuba, regresan a Cataluña son recibidos, en el puerto de Barcelona, por una multitud enfervorizada que abarrota los muelles ondeando un mar de banderas de España. Los cuerpos voluntarios de civiles armados (el sometent o Somatén) y preparados para hacer frente a cualquier peligrosa eventualidad (tiempo atrás para hacer frente a bandoleros y por aquel entonces a toda laya de delincuentes y siempre a posibles ejércitos invasores) posan en cada municipio orgullosos con la enseña nacional española (la rojigualda). Se popularizan las Habaneres, canciones que cantan recuerdos de la presencia catalana en Cuba y hacen apología de la participación militar de los catalanes en defensa de la continuidad de la isla caribeña dentro de España. Hasta incluso, significativamente, todo pueblo catalán posee su Café Español…

Sin embargo, la tarea de zapa de aquella intelectualidad burguesa catalana y de ciertos politicos procedentes del mismo estrato social irá dando sus denostables frutos y consiguiendo, poco a poco, mayor apoyo social, sobre todo a raíz de la proclamación de la funesta II República en abril de 1934. La manipulación de la historia catalana que pseudohistoriadores venían haciendo desde hacía décadas provoca el rechazo a la convivencia con el resto de españoles de cada vez más gente …gente a la que torticeramente y de manera aviesa y tergiversada se le ha hecho creer que la historia de Cataluña es la de unas gentes que han luchado siempre por separarse del proyecto unitario español y a las que una “tiránica” España no ha parado de reprimir, atacar, humillar y desnaturalizar.

Tras la irrupción del régimen liberal–partitocrático acontecida en España poco después del deceso del general Franco este victimismo basado en la prevaricadora alteración de la historia ha ido acrecentándose hasta límites inauditos. Nuevas víctimas y “mártires” catalanes de la “maldad” española se han ido añadiendo a la lista de agravios de los hacedores del separatismo. Caso bien significativo de ello es el del endiosado President de la Generalitat de Catalunya, desde 1933 hasta 1939, el masón Lluís Companys, fusilado en 1940, tras Consejo de Guerra, por su responsabilidad directa e indirecta en tantos atropellos como se cometieron por inicativa suya o con su aquiescencia: unos, calculando a la baja, 8.129 catalanes sospechosos de desafección a la II República o simplemente por profesar la fe católica fueron asesinados en cunetas o fusilados tras pantomimas de juicios …muchos de ellos tras sufrir horribles tormentos en las numerosas chekas instaladas en territorio catalán; sólo en la ciudad de Barcelona funcionaron 43… algunas de ellas en manos de la sección paramilitar –los Escamots– del partido de Companys –E.R.C.– y de Estat Català. Se prohibió el culto católico (Companys se jactó ante la revista francesa L’Ouvre de que dicho culto no sería restablecido porque habían quemado todas las iglesias: 7.000 edificios religiosos fueron destruidos; y el 30% del clero catalán asesinado). En agosto de 1936 creó las Patrulles de Control , que con total impunidad y nocturnidad arrancaban a ciudadanos –más o menos sospechosos por “desafectos”– de sus domicilios y familias y los asesinaban en cualquier cuneta,… Pues bien, por mor de los creadores de odio hacia España este siniestro villano criminal ha sido convertido en mártir del irredentismo secesionista.

La historiografía oficial del independentismo en Cataluña pasa de soslayo ante la evidencia de que uno de los bastiones del carlismo tradicionalista, profundamente español, durante el siglo XIX fue precisamente Cataluña (junto a Vasconia y a Navarra).

Los hacedores de una Cataluña sin elementos comunes con el resto de España pretendieron transmutar incluso lo folclórico, volteando la preeminencia de los bailes y cantes de siempre (los que compartían con el resto de España –como la jota– o los que cuyo nombre –como el Espanyolet– les producía grima) para que en su lugar sólo existiese uno exclusivo del territorio catalán: la sardana.

Los hay quienes achacan el crecimiento del separatismo catalán postfranquista a la política oficial del Régimen de Franco, que prohibió el uso oficial del catalán y las instituciones de autogobierno aprobadas durante la II República. Desacertada, sí, e injusta política ésta. Sin duda no se le habrían brindado argumentos al victimismo nacionalista si se hubiese impuesto, durante el franquismo, la idea foral y descentralizada defendida por los carlistas (que fueron uno de los puntales del Bando Nacional que venció, en 1939, en la Guerra Civil Española) o la misma iniciativa de propaganda política en bilingüe –en castellano y en catalán– que la Delegación Nacional de Propaganda, dirigida y compuesta por falangistas (Dionisio Ridruejo, Josep Maria Fontana o Ignasi Agustí), había preparado para el momento de la liberación de Barcelona por las tropas franquistas, pero esta iniciativa se topó con un no, sobre todo, del estamento militar. De todos modos estamos convencidos de que si se hubieran impuesto los proyectos de esos falangistas y/o las concepciones de la organización del Estado de los carlistas la estulticia de los manipuladores de la historia real se hubiese encargado de emponzoñar la realidad con sus mentiras descaradas y desvergonzadas, pues sólo hay que ver cómo silencian la existencia del buen montante de literatura en catalán que se desarrolló durante el franquismo, las obras de teatro que se representaron, los premios literarios que se dedicaron a las obras en catalán, las editoriales en esta lengua que surgieron, los programas de radio (y hasta de televisión) que se acabaron emitiendo en la lengua originaria de Cataluña,…; dicho sea todo esto sin dejar de reconocer, repetimos, lo injusto que resultó la marginación del catalan como lengua oficial y como lengua utilizada en el Sistema Educativo.

Según lo anunciado, en épocas remotas, en los textos sagrados y sapienciales de las grandes Tradiciones de Oriente y Occidente nuestros tiempos son los propios de la fase más decadente del periplo vital de la humanidad. Unos hablan de la Edad de Hierro (Hesíodo), otros del kali–yuga (los Vedas de la tradición hinduista) y otros de la Edad del Lobo (las sagas nórdicas de Europa). Visto el estado tan lamentable, disoluto, corrosivo y deletéreo del mundo en el que estamos insertos no vamos a ser nosotros quienes contradigamos esos ancentrales negros pronósticos. Vivimos en unos tiempos marcados por el más burdo y pétreo materialismo y éste conduce al individualismo y al egoísmo tanto en el ámbito de lo comunitario (los nacionalismos excluyentes de unidades superiores) como en el terreno de las personas, que convertidas en individuos no miran más que por sus intereses personales y/o materiales. Por ello no nos debe sorprender demasiado lo que está ocurriendo entre una parte del pueblo catalán. Pero no nos quepa duda de que en una hipotética Cataluña independiente los enconos entre los mismos actuales entusiastas del independentismo no tardaría en aflorar enfrentando, así, a catalanes de la ciudad de Barcelona con catalanes de las zonas rurales y/o con catalanes de las restantes provincias. Incluso enfrentarían a habitantes de los barrios más acomodados de la urbe barcelonesa con los de los más modestos. Todo bajo el argumento de que unos contribuirían con sus impuestos más que otros a la riqueza total del hipotético Estado catalán, pues la mezquindad que la priorización del dinero comporta y la, por consiguiente, monetarización del valor de la sociedad harían saltar chispas entre los otrora combatientes por la independencia de Cataluña. Y es que aparte del argumento pseudohistórico de la victimización de la “sojuzgada” Cataluña a manos del “opresor” Estado Español el otro leit motiv utilizado por el lobby separatista catalán se resume en una frase muy concurrente a la vez que deleznable: “Espanya ens roba!” (“¡España nos roba!”).

Lo cierto es que el problema del independentismo en Cataluña se halla, a día de hoy, muy enquistado y resulta de difícil solución, pues, aparte de la mencionada dinámica individualista de los tiempos que corren, con la consecución de la independencia muchos de sus actores políticos pretenden conseguir la inmunidad ante el latrocinio sistematizado que vienen cometiendo, desde principios de los años ’80 de la pasada centuria, en forma de cobro de comisiones del 3% del montante total de las operaciones por concesión, a empresas privadas, de obras y servicios en ayuntamientos y gobierno autonómico o en forma de corruptelas de índole variada. La numerosa familia Pujol (Jordi Pujol fue el President de la Generalitat de Cataluña desde 1980 hasta 2003) prácticamente al completo (al menos el patriarca y sus 5 hijos varones) está hasta el tuétano, judicialmente, enfangada por la corrupción y el ahijado político del expresident (el expresident Artur Mas, primer responsable de esta última gran deriva separatista) está también en el punto de mira de estos entramados corruptos. Por lo que, repetimos, parece que para éstos independencia es igual a impunidad.

Inmerso en la mediocridad que el liberalismo provoca en las sociedades en las que se impone. Inmerso en su modorra, en su falta de pulso y en su hastío cualquier atisbo de ilusión por saberse pertenecer a una comunidad resulta, llanamente, inexistente. En su seno no existen proyectos unitarios que animen a sus integrantes a formar parte entusiasta de la comunidad política. Si España no es capaz de enfrascarse en un proyecto que levante entusiasmos y que enorgullezca a sus integrantes los movimientos centrífugos disgregadores no van a dejar de aumentar (en Cataluña y en otras comunidades como la vasca, la gallega, la navarra y nos tememos que, cual efecto dominó, en la mayoría de las restantes). Elocuente, al respecto, es la frase que en el año 1935 pronunció José Antonio Primo de Rivera afirmando que “amamos a España porque no nos gusta. (…) La amamos con voluntad de perfección”.

Cuando el proyecto común de un Estado no existe o es, en el mejor de los casos, insípido o, en el peor, lacayo de poderes internacionalistas nadie se motiva por formar parte del mismo y los más miserables y los cándidos e ingenuos engañados por éstos (engañados a base de victimismo y falsas promesas materiales de un mañana económicamente mejor como país independiente), no tardarán –todos ellos– en hacer como las ratas del barco que se va pique: abandonarlo las primeras.

Es mucha la animadversión y mucho el odio hacia España que durante tres décadas y media se ha ido inoculando entre la población catalana, empezando desde la más tierna infancia de tantos niños que han ido “educándose” en el rencor que desde los libros de texto de historia (de un Sistema Educativo que es competencia del gobierno autonómico) y desde los medios de comunicación subvencionados por la Generalitat se ha ido vertiendo contra la Patria común. Deshacer de las mentes de tantos tamaña agresión moral, intelectual y cultural se nos antoja casi, en el estado actual de cosas, tarea más que ímproba.

De todos modos tampoco hay que olvidar que las últimas elecciones autonómicas catalanas (presentadas por los distintos partidos y entidades separatistas en forma plebiscitaria) arrojó una mayoría de votos hacia partidos abiertamente contrarios al proceso rupturista o que no lo incluían en su programa político, por lo que una mayoría de catalanes no comulga con la deriva separatista y son muchos los que sienten con orgullo su condición, al unísono, de catalanes y españoles; doble condición que también hicieron patente en las manifestaciones acontecidas en Barcelona los días 8 y 29 del pasado octubre, en las que se superó, en ambas, el millón de manifestantes.

Sin ánimo de dilatar más este artículo sólo recordar que, si repasamos la ideología propia de los partidos secesionistas, nos hallamos ante un contubernio protagonizado entre partidos burgueses, como Junts per Catalunya (heredero de la extinta Convergència Democràtica de Catalunya) o Esquerra Republicana de Catalunya, que (por mucho que este último se autotitule como Esquerra) defienden un modelo de economía capitalista de libre mercado y otro que propone un modelo extremoizquierdista colectivista... bregando, en siniestra conjunción, por despedazar la unidad de una patria milenaria.

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