Con Pedro Sánchez, más nucleares y menos inmigración... en Europa

Curioso, porque la política que Pedro Sánchez abandera en España ha ido en sentido exactamente contrario: menos nucleares y más inmigración.

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Objetivamente, el semestre de la presidencia española de la Unión Europea se ha saldado con dos novedades fundamentales: el impulso a la energía nuclear y la propuesta de medidas fuertemente restrictivas en materia de inmigración. Sí, ha leído usted bien: más nucleares y menos inmigración. ¿No es paradójico? Porque la política que Pedro Sánchez abandera en España ha ido en sentido exactamente contrario: menos nucleares y más inmigración. ¿Acaso Sánchez es uno cuando manda en Europa y otro cuando manda sólo en España? Bien sabemos todos de la versatilidad del personaje, pero no.

Lo que ocurre es, simplemente, que el presidente de turno de la Unión Europea no es más que un cargo rotatorio de carácter protocolario sin mayor trascendencia. Viene muy bien, es verdad, para que nuestros políticos se pongan flamencos y hagan posturitas en Estrasburgo, con el consiguiente aplauso de la prensa adicta y de la muy poco famélica legión que vive de limpiar el gran escenario, pero realmente no le importa un bledo a nadie. Y menos aún a los que  de hecho toman las decisiones en Bruselas. A nosotros, aquí, en el lado de los sujetos pasivos (o, más bien, pacientes) del euroinvento, no nos queda más consuelo que reírnos con estas bromas del destino: Pedro sostenible, Pedro migrante, Pedro renovable, Pedro puertas abiertas, convertido en el «presidente europeo» que impulsó las nucleares y comenzó el freno a la inmigración. Es maravilloso. Y el cuidado que los medios vasallos han puesto en maquillar el disparate, eso ya es simplemente asqueroso.

Puesto que no ha sido Pedro, ¿quién ha decidido en «Europa» impulsar las centrales nucleares vía Banco de Inversiones y restringir la inmigración con una redefinición del derecho de asilo? No lo sabemos. Nunca nadie sabe quién ha decidido qué en «Europa». Todas las decisiones quedan siempre envueltas en el humo de los consejos y los consejeros, las comisiones y los comisarios, las cumbres y las simas de un mecanismo de poder que al común de los mortales nos resulta incomprensible. Tan incomprensible ahora como cuando, hace unos años, «Europa» decidió exactamente lo contrario, a saber, restringir las nucleares y favorecer la inmigración. Porque esto es clave: lo que hoy se ha decidido es una rectificación de lo que ayer se decidió. Y lo que ayer se decidió salió adelante a pesar de que cualquier observador mínimamente sensato sabía que el nuevo modelo energético era una ruina y que abrir las puertas a la inmigración ilegal masiva era demencial. ¿A quién beneficiaba orientar todos los esfuerzos europeos en materia energética hacia unos recursos caros, incompletos y de eficiencia poco previsible? Otrosí, ¿a quién beneficiaba llenar súbitamente nuestras ciudades con millones de personas a las que literalmente no había dónde colocar? Y todavía hay quien nos pide venerar a Bruselas como los áticos a Palas Atenea. Si Bruselas es una diosa, es una diosa borracha.

Bien, veamos lo que tenemos ahora delante: el espacio más próspero y pacificado del mundo —porque eso era Europa—, rápidamente depauperado por unas políticas que han convertido la vida cotidiana de millones de europeos en una pesadilla. Como a nadie le gusta sufrir, la gente ha empezado a reaccionar (y más que reaccionará). Y como Bruselas no puede permitir que los europeos reaccionen, se ha apresurado a tomar medidas paliativas de su propia irresponsabilidad. Favorecer las inversiones en energía nuclear permitirá, al menos a medio plazo, aliviar un poco la presión fiscal de la «soga verde» y, sobre todo, enmendar en parte los estragos causados por la guerra de Ucrania (que de eso ya hablaremos otro día). En cuanto al otro asunto, restringir la inmigración es algo que sin duda evitará que siga creciendo el problema creado en nuestras ciudades, aunque ahora el verdadero desafío no es tanto detener el proceso como solucionarlo. En todo caso, son medidas acertadas. Lo más extravagante de todo es que se hayan adoptado bajo la presidencia de un señor que defiende exactamente lo contrario. Como dijo Draghi (uno de los que sí pintan algo), «grazie, Antonio».

Artículo original: La Gaceta

 

¿Cuál de los tres es el mejor?

Difícil, difícil...

 

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