El Manchester y Guardiola a casa, el Madrid a semis

[DEPORTES] El hombre era Lunin

De Bruyne dirigía el ataque 'citizen' y chutaba con saña, muy visible en ese rostro suyo de veraneante iliberal. Era una expresión que ya habíamos visto antes en Effenberg, en Khan...

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Había algo de lo que sentirse orgulloso en el rostro de Nacho antes de salir al campo. No era la mirada de determinación pugilística, un poco rapera, habitual. Nacho parecía serio, concentrado y humilde. No era la expresión de alguien cargado de Copas de Europa.

Quizás la forma madridista de jugar sea esa. Despojarse de las Champions antes de ir a por una nueva.

En la grada, las dos aficiones cantaban Hey Jude. Futbol moderno. En cierto modo, dos clubes refundados. Había miedo y tacticismo. El Madrid quería presionar arriba con Vini y Bellingham centrados y Rodrygo por la izquierda; y quería atacar con Bellingham de mediapunta, descolgado. Propósitos que quedaron en nada con el 0-1, nuevo gol de Rodrygo y nueva asistencia de Vinicius que nacían, los dos, de un control zidanesco de Bellingham. Ese control pasará a la historia del Madrid porque hizo nacer la jugada. Fue una delicia auroral, originadora. De la nada creó un panorama, un "mundo", así que fue una acción importantísima.

En cierto modo, Bellingham cumplió y el planteamiento del partido fue bueno e irreprochable. Mientras duró. Porque tras el gol el Madrid se despidió de todo y se fue metiendo en su campo empujado por el City y su Presión Tras Pérdida (en adelante, PTP).

Halaand remató al palo en el minuto 18, presagio de un bombardeo que nunca terminó de producirse. Es imposible no recurrir a imaginaciones bélicas. El Madrid entero se metió en los subterráneos tácticos mientras aviones azul celeste sobrevolaban como buitres en perfecta formación sincronizada, escuadrones con una suavidad defectuosa que no nacía de la cortesía sino de una fría, poco humana voluntad de perfección.

Fue un largo asedio que Guardiola se disponía a ver en su banquillo. Poco duraría sentado. A su lado, Lillo, compañero de reflexiones, se hundía en la butaca como un espectador de la Filmoteca.

EL City tocaba y tocaba, iba trasladando su geometría, era un tripi al borde del área y cuando la perdía la recuperaba de forma inmediata. Era la PTP, la PTP. Tan impresionante que parecía que su fútbol entero estaba dirigido no tanto a lo ofensivo como a la recuperación. El genio estaba comprometido en el acto de robar tras pérdida, y todo lo anterior y lo posterior parecía algo mecánico.

No había nada colectivo que el Madrid pudiera oponer a la PTP guardiolesca. Para salir de ella se hacía necesario un virtuosismo extremo, la concatenación de ruletas, fintas, primeros toques... El City había instalado un checkpoint Charlie al borde del área del Madrid.

Se hacía necesario un ataque, un contragolpe, uno solo, una 'contra' contra la PTP. Algo que alejara ese dominio. Y lo intentó Carvajal en una jugada en la que Vinicius se llevó a tres azules. El sistema de los contragolpes consistía en Vinicius: Rodrygo buscándole muy pronto y él soltando casi instintivamente a la derecha, sin dilaciones, sin individualismos...

De Bruyne dirigía el ataque 'citizen' y chutaba con saña, muy visible en ese rostro suyo de veraneante iliberal. Era una expresión que ya habíamos visto antes en Effenberg, en Khan...

Ancelotti mostraba mucha serenidad y con ello nos enseñaba otra mirada al fútbol. Ancelotti ha conseguido un mirar experto, sabio, que no lanza sobre el partido, sobre lo que ve, emociones intensas, desbordes del ego, urgencias...

La PTP seguía sonando como un ostinato totalitario y de la dirección de De Bruyne se pasó a la insistencia por Grealish, que le sacó pronto una amarilla a Carvajal.

La PTP era más poderosa que el Madrid, que ya no podía salir con la pelota. Lunin ya era Lunón y el juego blanco oscilaba entre el mérito numantino y el bochorno. Bellingham le hacía ayudas a Carvajal, era como si el Florentinismo, esa especie de Hollywood, hubiera hecho realidad la fantasía de un Madrid de Maguregui.

Los entrenadores reflejaban la diferencia. Ancelotti a veces ponía cara de no entender del todo, de moderada incomprensión, mientras Pep, vestido de Medina Cantalejo, tenía el rictus de la omnisciencia. Todo bajo control.

Siempre que el Madrid juega contra Guardiola acabo pensando en su esposa. ¿Cómo será Pep en casa? Da la impresión de ser un hombre con metatocs, con tocs sobre la forma de manejar sus propios tocs. Un maniático de primera categoría.

Al descanso todo estaba controlado salvo el marcador.

El partido no cambió en la segunda parte. El City iba acumulando saques de esquina sin peligro, como si todo formara parte de un entrenamiento de Lunin. En el Madrid (en la mente global madridista) aun se barajaba la posibilidad de un cambio: quizás Modric por Kroos... Pero pasaban los minutos y se perdía la esperanza. No había nada más que afrontar la PTP y resistir.

Bellingham intentaba rescatar al Madrid controlando de espaldas, pero casi siempre acababa en el suelo tras balones imposibles. Sus tacklings acababan en spagats, patiabierto en el suelo como una bailarina.

La presión 'blue' era tan buena que hacía mejor al Madrid. Lo prensaba, lo hacía bloque muy compacto y estrecho, barra de turrón.

Carvajal se la devolvía a Grealish, amonestado con una amarilla. Mantenían un duelo muy bonito que resumía el partido. Carvajal reformulaba la vieja casta, la vieja furia. El camachismo. Aunque el mejor era Mendy, que volvía a demostrar la altura europea de su juego.

Lo peor pasó. Aparecían claros en el bosque, pausas en el tormento, como cuando los torturadores de Abu Ghraib salían a fumar un pitillo. El Madrid llegaba vivo al minuto 60 y empezaron a florecer tarjetas amarillas en el City, como si algo se resquebrajara en ellos.

Pero era un Madrid italiano ajeno por completo a la pelota. Recordaba al Inter de Mourinho, parapetado de una forma a la vez admirable y escandalosa, totalmente contracultural pero sin desafíos ni cinismo. Llevaban dibujada una sincera cara de dolor humilde de Salzillo.

No había salidas en el campo ni fuera de ellas. 13 corners a cero. Cero cambios. El sistema del Madrid era la cruz. Los futbolistas parecían haber olvidado la dimensión real de su juego, la parte en la que son estrellas mundiales. Eran incapaces de hacer una sola jugada. El Madrid le había cogido vicio al bloque bajo.

Los cambios, por supuesto, los inició Guardiola. Sacó a Doku, puro extremo, para que abriera la lata. El City había sido un abrelatas eléctrico, pero necesitaba la cuchillita para penetrar en la lata de berberechos, y eso iba a ser Doku, que esprintó inverosímil y metió un pase que tras regalo rudigeriano remató De Bruyne.

Como hasta entonces había tenido algo que perder, Ancelotti no cambió hasta ese momento. Modric, y su pictolínica frescura física que habría de durar exactamente dos minutos y medio,  por Kroos.

La tiesez se extendía a todos. El Madrid parecía un grupo de excursionistas en lo alto del Himalaya, con dificultades para respirar. Bellingham ¿qué era? Un delantero que se hacía medio, un medio que se aventuraba en la delantera. El lugar no-lugar que Ancelotti le había pensado a principios de temporada se le ha ido desdibujando.

Lo de Doku era un Dokudrama. La jugada del gol se volvió a repetir pero De Bruyne falló.

Era un dominio apabullante, de uno por uno. Los del Madrid tenían cansancio de ciclistas y como equipo parecían un borracho al que unos graciosos sometían a un rondo con sus llaves.

La presión del City de repente tenía lagunas ¡pero qué espejismo era! La pelota podía salir solo si la sacaba Mendy con la derecha. De modo que todo era una trampa. Todo era un engaño. No había salida. No volverían a ver la luz del sol.

"Hay que atacar el espacio, atacar el espacio", repetía el comentarista. ¡Y qué tal si atacamos el silencio un poco!?

Había algo raro. Algo muy raro porque Rodri parecía Maradona.

Al Madrid lo han sometido grandes equipos. El Milan de Sacchi, el Ajax de Van Gaal, un par de grandes Barças... pero esto era algo inaudito. Era más apabullante aun.

Los 90 minuti acabaron con corners ingleses, cómo no.

El Madrid tenía a Brahim para los balones largos y la salida de balón de Mendy, con sus problemas de lateralidad que te hacen sentir que miras un espejo.

En la prórroga los familiares (no lo dirán ahora) temieron por el estado de los futbolistas. Algún teléfono se descolgó: ¡Hay que parar esto! ¡Alguien tiene que pararlo!

Las wags eran novias de torero.

El City se iba por donde Carvajal, y Carletto, en un rapto de genialidad, llamaba a Lucas Vázquez. Cómo son las cosas... Ancelotti está en el Madrid por formar parte de aquel Milán dominador y avasallante y, años después, firmaba la obra cumbre de la sumisión.

En el minuto 100 atacaba el Madrid, ¡por fin! Vinicius era 'cuerpeado' por Walker y, fundido como un tranchete, daba entrada a Lucas, cuya imperturbabilidad ha acabado siendo legendaria.

¿Cuántos balones ha recibido Bellingham de cara, realmente de cara, esta temporada? Juega a algo entre Zidane y Julio Salinas.

El Madrid sacaba su primer córner en el minuto 105 y los jugadores llegaban al área como si llegaran a Santiago de Compostela.

Pero la primera parte de la prórroga acabó con una ocasión de Rudiger.

En el descanso, los entrenadores debían decir algo. Guardiola movía las manos como Lola Flores, gesticulaba como si intentara sacar a alguien del suicidio. Trataba de apasionar con una idea que se hacía forma en sus manos, una idea tan ideal que habría que ponerla en mayúscula: una Idea, Idea que quizás había podido ser alcanzada pero no del todo, nunca del todo. Su gesticulación neoplatónica era desesperada y en algunos momentos rozaba el pathos hitleriano.

Unos metros más allá, Ancelotti daba su charla con las manos en los bolsillos. No las llegó a sacar, ¡las tuvo siempre ahí!

Si el primer córner llegó en el 105, la primera combinación colectiva prometedora del Madrid llegó en el 108, con la mala suerte de que en ese momento Carvajal se desplomó, acalambrado y tieso en un sentido ya literal.

Solo había posibilidades pulmonares en Lucas Vázquez y Brahim, que lo intentaron juntos un par de veces. El bloque bajo ya era un bosque quieto. Jugadores detenidos como árboles.

Pep sacó muy tarde a Stones y Kovacic, y el Madrid, que había estado metido en el sarcófago del bloque bajo todo el partido, terminaba atacando con pinceladas de arrojo.

Llegaban los penaltis y a Lunin le pillaban caliente. Pero también preparado. Lunin resultó ser un especialista. Algo debimos sospechar por su frialdad, que se hizo legendaria en esa tanda. Lunin ya es historia del Madrid, como lo es Karembeu o Anelka. ¿Y si la lesión de Courtois hubiera tenido un sentido? El Madrid necesitaba a Lunin en Manchester.  

Guardiola seguía dando instrucciones a los lanzadores. Su perfeccionismo no tiene piedad. "Cruyff dijo una vez que la suerte no existe, y yo también lo creo". Así que trata de tenerlo todo atado, pero ¿lo consigue? Tras tropecientos corners, lo normal sería un poco de peligro a balón parado. Pero igual que hay una manta táctica entre el ataque y la defensa, también la hay entre el juego narrativo y el estratégico.

Lunin era el más preparado de todos y el que menos presión tenía y todo el partido, los 120 minutos, se podían ya interpretar como un regalo de maduración y calentamiento. Aunque Modric empezó fallando, él remontó con su parada a Bernardo Silva. Hizo el estafermo, el genial estafermo y le detuvo la pelota, una especie de panenka pocho. Era una parada intuitiva, de apuesta ("la suerte no existe", pero era una decisión dentro de unos parámetros de incertidumbre).

Cuando a principios de temporada Courtois se lesionó, ¿cuántos pensamos que Lunin sería el héroe de la Champions? Ahora sabemos que pensarlo era lo más razonable.

El portero de hielo, el genial ucraniano, hizo su parte y remataron Lucas y Carvajal con sus inmensos huevos españoles. Para eso están en el equipo, a modo de cuota. Para aportar una seriedad hidalga. Son especialistas. Pero especialistas de la Causa. Lucas volvió a jugar con la pelota, dueño total de sus pulsaciones camino del penalti. La confianza en ellos era absoluta, también la admiración cuando la pelota entraba.

Contra Guardiola, el gran y odiado Guardiola, el Madrid de Ancelotti ha tenido que adoptar formas extremas. Contragolpismo de "atletas", remontadas increíbles o un agonismo nunca visto en equipos así. Una forma inusual de adoptar un rol. No gana el mejor, es mejor el que gana. Así que ganó aceptando su interioridad. Su superioridad se basó en negarla por completo. Con gran sabiduría no quiso ni pudo ponerlo en duda. Solo podía hacer un partido: el de víctima, el de equipo peor, dominado y sin aire. Y lo hizo, lo bordó. Llevó a la perfección la única forma posible de ganar. O dicho de otra forma: el único partido posible lo jugó al límite. Vio sus posibilidades reales, sus escasas posibilidades, se agarró a ellas y las apuró.

Y por eso, una emoción intensa, que iba más allá del orgullo madridista, de la admiración narcisista por la propia, inacabable, historia, afloró sin control cuando Lunin decidió no lanzarse, cuando Lucas marcó, cuando Nacho lo hizo (recordábamos entonces aquella mirada suya en el túnel de vestuarios). Las condiciones dadas solo permitían hacer una cosa. Hacía falta la entereza para admitirlo, y el valor para afrontar las consecuencias. Cuando Rudiger, con su cara de haber cumplido condena (un mundo propio, libertad en los ojos) agarró la pelota todos sabían lo que iba a pasar y sólo esperaban el permiso para estallar.

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